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lunes, 9 de abril de 2018

UNAMUNO CONTRA MILLÁN ASTRAY. FRANCO, EL ASCENSO AL PODER DE UN DICTADOR, de Andrés Rueda

UNAMUNO CONTRA MILLÁN ASTRAY. FRANCO, EL ASCENSO AL PODER DE UN DICTADOR, de Andrés Rueda 

  "El día 12 de octubre, fiesta de la raza española, se produce un incidente grave en un acto oficial de la España nacionalista, que revela el fanatismo e intransigencia militar frente a los intelectuales; algo que perdurará durante el franquismo.
  Con motivo de la fiesta de la raza se celebra un acto académico en la Universidad de Salamanca, al que asiste la esposa de Franco, el obispo Plá y Deniel y don Miguel de Unamuno. Tras los discursos patrioteros, cierra el acto, con unas breves palabras, Unamuno, que dice lo siguiente:
  Dije que no quería hablar, porque me conozco; pero se me ha tirado de la lengua y debo hacerlo. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la cavilación cristiana; yo mismo lo he hecho otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil. Nací arrullado por una guerra civil y sé lo que digo. Vencer no es convencer y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión; el odio a la inteligencia que es crítica y diferenciadora, inquisitiva, mas no de inquisición. Se ha hablado también de los catalanes y los vascos, llamándoles la anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo catalán, para enseñaros la doctrina cristiana que no queréis conocer, y yo, que soy vasco, llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española, que no sabéis. Ese sí es Imperio, el de la lengua española, y no…
  Unamuno no pudo terminar la frase; fue interrumpido por el grito de «¡Mueran los intelectuales! ¡Viva la muerte!» pronunciado por Millán Astray, que se encontraba en el salón. Ante el grito histérico de «¡Viva la muerte!» Erich Fromm ha tratado y analizado psicológicamente el tema con las siguientes palabras:
  La palabra «necrófilo» para designar un rasgo de carácter y no un acto perverso en el sentido tradicional la empleó el filósofo español Miguel de Unamuno en 1936 con ocasión de un discurso pronunciado por el general nacionalista Millán Astray en la Universidad de Salamanca, de la que era rector Unamuno al empezar la Guerra Civil española. La divisa favorita del general era «¡Viva la muerte!», y uno de sus partidarios la voceó desde el fondo del salón. Cuando el general hubo terminado su discurso, Unamuno se levantó y dijo:
  Acabo de oír el necrófilo e insensato grito: «¡Viva la muerte!». Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto en un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta pensar que el general Millán Astray pudiera dictar las normas de la psicología de las masas. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor.
  A esto Millán Astray, incapaz de reprimirse más tiempo, gritó: «¡Abajo la inteligencia! ¡Viva la muerte!». Los falangistas aclamaron esta réplica. Pero Unamuno prosiguió: «Este es el templo de la inteligencia. Y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España. He dicho». Y puntualiza Erich Fromm en Anatomía de la destructividad humana: «La necrofilia en sentido caracterológico puede describirse como la atracción apasionada por todo lo muerto, corrompido, pútrido y enfermizo; es la pasión de transformar lo viviente en algo no vivo, de destruir por destruir, y el interés exclusivo por todo lo puramente mecánico. Es la pasión de destrozar las estructuras vivas».
  A primeros de diciembre, Unamuno escribe una carta a su amigo Quintín de la Torre y dice: «[…] Aquí mismo [Salamanca] se fusila sin formación de proceso y sin justificación alguna. A alguno, porque dicen que es masón, que yo no sé qué es esto ni lo saben los bestias que fusilan por ello»."

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