UNO DE LOS NUESTROS, de Asne Seierstad
El día de autos, un 22 de julio de 2011, me tocó a poca distancia de Cabo Norte, el punto más septentrional de Europa, a 2000 km de la isla de Utoya. Desde entonces he sentido curiosidad por lo que pasó. Nos enteramos por una llamada telefónica a casa, devolviendo los intentos por contactar con nosotros. Hacía solo unos días habíamos cruzado Noruega de sur a norte y ya estábamos de vuelta por el lado sueco. Las comunicaciones no estaban tan extendidas en 2011 como ahora por la península escandinava. Nos enteramos de lo que pasó varios días después de que ocurriera. De hecho, si a Breivik el trabajo de hacer las bombas que estallaron en la zona de edificios gubernamentales no se le hubiera hecho tan pesado y laborioso, allí en su granja perdida en el interior del país noruego, podría habernos pillado cuando visitamos Oslo.
Al seleccionar este libro, buscaba también algo más: que me explicara cómo era la sociedad Noruega de un tiempo a esta parte, y qué había fallado para que ocurriera aquella matanza. De lo primero uno acaba teniendo una idea de la ingenuidad de los noruegos contado esto por la autora que es noruega y autora de otros libros como El librero de Kabul. Es solo una impresión general, pero de lo que no cabe duda es de que las autoridades, desde el policía de la escala más baja hasta las autoridades de la seguridad noruega, la cagaron a lo grande. Eso ahora ya lo saben ellos también. La cuenta del carnicero: 77 muertos, 99 heridos graves y un monton de gente mas con traumas psicológicos.
El libro empieza mostrando la personalidad de los padres de Anders Breivik, en especial la de su madre, objeto de estudios psiquiátricos y de dudas acerca de su idoneidad para educar a un hijo que, estudiado ya con 4 años, se le predicen graves problemas de conducta en un futuro inmediato si no se le buscaba un hogar alternativo al de su madre y su hermana. De paso, conoceremos las políticas sociales que puso en pie el partido laborista desde antes de los beneficios del gas y el petróleo para Noruega.
Después llegaron los primeros refugiados políticos al barrio en el que vivían. Siendo un enclave de gente blanca total, en 1980 llegaron los primeros inmigrantes, 150 en 1983 y 9000 en 1986. Breivik tenía amigos pakistaníes, pero también llegó a ser veces cruel con la gente y los animales. No iba con neonazis sino con la cuadrilla del hip-hop, eran grafiteros. Cada miembro de una tribu urbana se cuidaba de permanecer fiel a una estética. Oslo se dividió en bandas étnicas, y Anders prefería la de los pakistaníes.
Por otro lado tenemos a una familia de iraquíes kurdos huyendo de Erbil hasta Oslo donde pasan a ser refugiados políticos. Diez años después recibieron la ciudadanía, con casa comprada por ellos, con trabajos asalariados y la hija mayor, Bano, dispuesta a ser la mejor en cualquier cosa como si fuera una competición, incluida la integración. A los 15 se apuntó a las AUF, juventudes del Partido Laborista. Utoya es una isla que los sindicatos noruegos regalaron en 1950 al partido laborista para actividades propias. Es bastante pequeña. Y esta chica quería ser un modelo de integración.
El otro protagonista es Simon, ejemplo de las nuevas juventudes del partido laborista, otro dispuesto a comerse el mundo con su esfuerzo. Con madera de líder y ejemplo para todos. Quienes le conocían estaban muy orgullosos de él.
Breivik, interesado en la política desde los 18, se afilió en 1997 al Partido del Progreso, de orígenes racistas, estilo machista y antiliberal. Matriculado en la escuela de comercio, con el objetivo de hacerse rico cuanto antes. Pero no se distinguió por nada: presumiendo siempre de ser alguien, era nada.
Intento muchas cosas, bastante fraudulentas. Otras fueron hacerse masón o apuntarse a una galería de tiro, parece que le sirvió en Utoya. A los 27, deprimido volvió a vivir con su madre. Pasaba mucho tiempo perdido en juegos de ordenador, de ahí pasó a foros de ultraderecha y otros lavados de cerebro como Los caballeros templarios. Se obsesionó con la suplantación del europeo blanco por el árabe o musulmán contra el feminismo, la mezcla de culturas y la islamización europea. La autora cuenta algunos de los problemas que sí supone la llegada de inmigrantes que nada saben del país. Solo ven a la gente con la que se comparan desde que ponen un pies en un país que no es el suyo.
En 2010 escribe un manifiesto con las ideas y actos que le harán famoso pocos meses después. Incluso escribe una autobiografía donde, sin demasiado rencor, deja mal a cada miembro de su familia. Pero la manera en la que trata a su madre, siendo él un parásito de 30 años, sin oficio ni beneficio, encerrado en la pantalla del ordenador, da grima, y un poquito de asco. En ese manifiesto ajusta cuentas con los pocos amigos que tuvo en la infancia, de origen extranjero. Funciona como una declaración de guerra a la multiculturalidad, a los extranjeros no europeos y a quienes los defienden, y una justificación de su vida como origen de sus ideas que es una reinvención total de su pasado, una infamia.
Una de las cosas aprendidas con Breivick es que da igual conociera negros o asiáticos, o incluso tuviera novias no blancas: si no se siente seguro acaba odiando, se inventará otro pasado que justifique el odio. Pero básicamente, es gente resentida porque no triunfaron en aquello que individualmente se propusieron, como unos iluminados a quienes la sociedad tiene que atender con la lógica de que si se atienden a las minorías, ellos también son minoría, pero una que va a salvar al resto de la sociedad. ¿Que pasa si no se los atiende? ¿Que pasa si un radical, de derechas en este caso, no es atendido y obedecido? Pasa lo que hizo Breivik.
Cuando prepara la bomba en la granja, parece Heisenberg de Breaking Bad, con los productos humeantes en la olla y la máscara antiguas y el mandril.
La forma en que llegó el asesino a la isla, tras la bomba en el centro de Oslo, es de no creerlo. Allí irá cazando chavales como a conejos. En este aspecto, la película Utoya basada en los hechos es bastante peor que este libro a mi parecer. El libro es más explícito, duro y mejor explicado en todo el tiempo que le llevó a hacerlo, sale a un muerto por minuto. La forense describe cómo fueron los últimos instantes de algunos chicos tras la matanza: por su posición sobre el terreno, algunos trataban de proteger con su cuerpo a otras personas. El caso más memorable fue el de Simon... Un montón de gente de ideología opuesta a la de Breivick pero que demostró valer mucho más que él y con la mitad de su edad.
En varias ocasiones se lo juzga como un juguete cuando el se cree un rey: con grafiteros, en las juventudes del partido
La ineptitud de la policía fue formidable. Una policía entrenada, e incluso obediente a sus mandos, no hubiera ofrecido tanta suerte a Breivick. Tampoco admitió una valiosa ayuda que se le ofreció. Por otro lado, hay que alabar la transparencia informativa. No todos los países serían capaces.
La última parte está dedicada al juicio a Breivick: si era un enfermo mental o no, sus ideas políticas de justificación, y su espeso ridículo en la sala del tribunal. También otras voces, como las de supervivientes. Y el resentimiento de ciertas familias por la apropiación política del dolor que hizo la AUF ante la sociedad. Por supuesto, el vacío que dejó en tantos familiares, inextinguible.