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viernes, 20 de abril de 2018

PARÍS EN GUERRA. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg

PARÍS EN GUERRA. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg 

    "Se había formado la primera cola del tiempo de la guerra; si se piensa en el destino de los voluntarios, se podría decir que la gente hacía cola para morir, pero todos estaban contentos, cantaban, gritaban desafiantes: «¡A Berlín!». El calor era sofocante; la gente bebía limonada y se secaba la cara empapada de sudor, luego volvía a cantar.
    Yo también estaba en la cola y hasta al atardecer no llegué a la mesa detrás de la cual estaba sentado un mayor bigotudo. El médico militar me miró lúgubremente, me auscultó con un estetoscopio y gritó: «¡El siguiente!». Yo pensaba que me iban a dar un pantalón rojo, pero el sargento me gritó: «¿Qué pasa? ¿No entiendes el francés?». Resultó que me habían descartado. ¿Qué defectos había encontrado en mí el mayor? Lo ignoro. Tal vez le parecía demasiado esmirriado. Uno no puede quedar impune tras anteponer durante tres o cuatro años la poesía a los bistecs de carne. Estoy convencido de que si me hubieran examinado unos meses más tarde habría sido declarado apto: basta con que una mercancía cualquiera, incluida la carne de cañón, empiece a escasear para que la gente deje de mostrarse caprichosa...

    Por lo general, en aquella época se cantaba mucho: en las estaciones, en las calles y en los cafés. No cabe duda de que la guerra tiene sus leyes: en las primeras semanas todo el mundo canta, bebe, llora, riñe y caza a espías. Me condujeron varias veces a la policía a causa de mi apellido, y cada vez tenía que probar que, pese a llamarme Ehrenburg, no era alemán. Se contaba infinidad de historias inverosímiles: habían detenido a un espía alemán disfrazado de mujer que llevaba consigo ciertos planos secretos, en el Palacio del Elíseo habían descubierto un trastero donde se ocultaba un espía con una cámara fotográfica. En todas partes había letreros: ¡CÁLLESE! ¡DESCONFÍE! ¡OÍDOS ENEMIGOS LE ESCUCHAN!
    Los alemanes destruyendo la catedral de Reims, el ayuntamiento de Arras o el mercado medieval de Ypres; afirmaban que no eran culpables de vandalismo. Un cuarto de siglo después, la aviación dejó de consultar los manuales de historia del arte al bombardear. Los alemanes, los franceses, los rusos se indignaban de los malos tratos infligidos a los prisioneros de guerra. A nadie se le podía ocurrir que durante la siguiente contienda los fascistas matarían sin contemplaciones a todos los «no aptos para el trabajo». Los alemanes se indignaban en los periódicos americanos: las tropas del gran duque Nikolái Nikoláievich evacuaban a la fuerza a los judíos polacos. Himmler tenía entonces catorce años, perseguía perros y no pensaba en la organización de Auschwitz o de Maidanek. El 22 de abril de 1915 los alemanes emplearon por primera vez gases asfixiantes. A todo el mundo le pareció increíble, y, en efecto, fue una atrocidad. ¿Acaso podíamos imaginar lo que era una bomba atómica?
    Me acuerdo de que nos burlamos del periódico Le Matin cuando informó de que los rusos se encontraban a cinco días de Berlín, pero todo el mundo leía tranquilamente en el mismo periódico que «el genio de Goethe estaba emparentado con los gases asfixiantes». Un camarada trajo del frente un periódico alemán, y en él leí que los rusos eran pechenegos, que toda la cultura de Rusia había sido creada por los alemanes, que la población autóctona rusa sólo era capaz de realizar trabajos físicos duros...
    Poco después, un combatiente me mostró un ejemplar de un periódico de Munich en el que cierto periodista demostraba que Hjalmar Branting y Blasco Ibáñez, que habían manifestado su simpatía hacia Francia, eran «medio judíos».
  De repente comprendí que los pensamientos de Descartes, aun siendo muy inteligentes, no determinaban la vida espiritual de millones de personas. Formado en las ideas del siglo  XIX, yo exageraba el papel de filósofos, escritores y poetas; lo que consideraba como la carne y la sangre de la sociedad sólo era un traje. Se habían sustituido las chaquetas por las guerreras, el humanismo por la crueldad, las dudas cartesianas por la renuncia voluntaria de todo pensamiento."

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