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viernes, 31 de mayo de 2019

RICHARDS Y EL BLUES. VIDA, de Keith Richards

RICHARDS Y EL BLUES. VIDA, de Keith Richards 

    "...Básicamente, vivíamos para eso y, por aquel entonces, era muy poco probable que ninguna tía nos desviara de nuestro objetivo, que siempre era algo así como escuchar lo último de B. B. King o Muddy Waters.
(...)
    Era una gira europea. Muddy Waters salió al escenario con su guitarra acústica y se puso a tocar los típicos tenías al estilo del delta del Misisipi: media hora en el cielo; luego hubo un descanso y cuando volvió a salir venía con la eléctrica y el grupo entero enchufado… ¡prácticamente lo echaron del escenario con tanto abucheo! Pero él siguió, igual que un tanque, algo parecido a lo que había hecho Bob Dylan en el Albert Hall un año antes. El caso es que el ambiente era hostil, y ahí fue donde comprendí que en realidad la gente no escuchaba la música, que sólo les interesaba formar parte de una especie de club de selectos eruditos. Muddy y su grupo tocaron de maravilla, la banda era excepcional, me parece que llevaba a Junior Wells, y a Hubert Sumlin también. Pero, para aquel público, el blues sólo era blues si alguien salía al escenario con un peto azul y cantaba sobre la parienta que lo había abandonado. Ninguno de aquellos puristas del blues sabía tocar ningún instrumento, pero sus negros tenían que ser negros de verdad, de los que dicen a todo «sí, señó» y van con peto vaquero cuando, en realidad, son tíos de ciudad y no pueden estar más en la onda. eléctrica con todo aquello? Eran las mismas notas, sólo que tocadas un poco más fuerte y con un poco más de contundencia. Pero no, según los puristas «eso es rock and roll, ¡que no me joda!». Lo que querían era una foto fija, no se enteraban de que, escucharan lo que escucharan, siempre iba a ser parte de un proceso, que siempre iba avenir de algún sitio e iba a evolucionar hacia otro. 

    En aquellos tiempos, las pasiones se desataban con mucha facilidad: no eran sólo los mods contra los moteros, o el odio que nos tenían los tradicionalistas del jazz (que se sentían amenazados) a los roqueros… Se montaban unas micropeleas que hoy resultarían increíbles..."

jueves, 30 de mayo de 2019

PACIFISTAS CONTRA NACIONALISTAS EN SARAJEVO. SLOBO, de Francisco Veiga

PACIFISTAS CONTRA NACIONALISTAS EN SARAJEVO. SLOBO, de Francisco Veiga

    "...Al día siguiente, vísperas del reconocimiento de la independencia bosnia que habría de hacer la CE, tuvo lugar en Sarajevo una importante manifestación impulsada por movimientos pacifistas, organizaciones sindicales y la cadena de televisión Yutel, fundada por Ante Markovic y uno de los últimos medios activamente yugoslavistas. Acudieron entre 60.000 y 100.000 manifestantes, la mayoría jóvenes. Se esperaba la llegada de más refuerzos: mineros, obreros metalúrgicos y ciudadanos de Tuzla, Zenica y Vares, las ciudades de los partidos cívicos de Bosnia, los centros antinacionalistas más activos. Fue un día mágico de primavera, como lo había sido el 9 de marzo en Belgrado. La gente con sentido común intentó rebelarse contra sus mandatarios que llevaban al país a la catástrofe. La multitud, con banderas yugoslavas y de la Bosnia socialista, invadieron el primer piso del Parlamento e instalaron un Comité de Salvación Nacional. 

    Pero por la tarde, los francotiradores serbios afines al SDS —y al parecer, también algunos del SDA— abrieron fuego contra la multitud en el centro de Sarajevo. Las imágenes muestran a los civiles aterrorizados, tirados por el suelo, apiñados en las esquinas, levantando la vista hacia las azoteas o cerrando los ojos ante las descargas, paralizados por el pánico. 

    Los convoyes de metalúrgicos y mineros nunca llegaron a la capital. Los detuvieron en las carreteras los puestos de control de los milicianos serbios y musulmanes. Los partidos nacionalistas, que se habían presentado en coalición a las elecciones de 1990, se mantuvieron tácitamente unidos contra los partidos cívicos, contra la sociedad civil bosnia, y lo hicieron hasta poco antes de comenzar a guerrear entre sí."

miércoles, 29 de mayo de 2019

ESCRIBIR PARA LA POSTERIDAD. EL CÓDIGO ARQUIMEDES, de Raviel Netz

ESCRIBIR PARA LA POSTERIDAD. EL CÓDIGO ARQUIMEDES, de Raviel Netz

    "Cuando en las obras de Arquímedes las introducciones comienzan con una carta escrita a un individuo, debemos tomarlo de manera muy literal. Se trataba realmente de cartas privadas, enviadas a las personas de Alejandría que tenían los contactos necesarios para ampliar la difusión de sus contenidos. Todo dependía de esta red de individuos. En las introducciones, Arquímedes se lamenta por la muerte de su viejo amigo, Conón, importante astrónomo. «¡Era el único que me entendía…!» En la mayoría de las cartas de Arquímedes puede verse un dejo de exasperación: no había a quién escribirle, no había un lector lo suficientemente bueno. (Con el tiempo, los habría: personajes de la talla de Omar Khayyam, Leonardo da Vinci, Galileo y Newton leerían a Arquímedes. Ésos fueron sus verdaderos lectores y fue a través de ellos como Arquímedes tuvo un verdadero impacto. Seguramente sabía que estaba escribiendo para la posteridad)."
Arquimedes en Siracusa

martes, 28 de mayo de 2019

BAJO LA SOMBRA DEL OLIVO, de William Graves

BAJO LA SOMBRA DEL OLIVO, de William Graves

    "Los hombres se mezclaban más; los días laborables, después del trabajo, y los domingos se reunían en los cafés para tomar un anís y fumar un cigarrillo mientras jugaban una partida de truc. Aunque cualquiera que los observará desde fuera pudiera pensar que los gritos entre la atmósfera cargada de humo eran presagio de alguna pelea, en general no era así; todos se ayudaban. La escalera, la manguera, la carretilla traída de Francia o la hora asignada de agua del manantial estaban siempre a disposición de cualquiera que los necesitara. Pero los favores, por lo general, deben ser devueltos. Mientras todos cumplieran con esta buena costumbre, no había problemas. Si no se hacía, aparentemente todas las relaciones seguían siendo amistosas, pero por la noche, las gallinas podían escapar del gallinero, alguna herramienta se rompía accidentalmente o el agua de riego cambiaba de acequia misteriosamente. Todo el mundo estaba al corriente de los asuntos de los demás; las mujeres en los lavaderos se ocupaban de ello 

-¿Sabeis que anoche se escaparon las ovejas y salieron a la carretera?

-¿Sí? ¿Estás segura de que no les abrieron la puerta?

-Piénsalo..."
Deya

Casa de Robert Graves


lunes, 27 de mayo de 2019

EL TREN DE KASTNER. LA CANTANTE DEL GUETO DE VARSOVIA, de Agata Tuszynska

EL TREN DE KASTNER. LA CANTANTE DEL GUETO DE VARSOVIA, de Agata Tuszynska

    "En la primavera de 1944 Kastner acordó con Eichmann, por inconcebible que pueda parecer el activista judío negocio con un oficial de las SS, la manera de salvar a cerca de 2000 judíos. El precio de esta salvación fue una carga pesada de pagar: diamantes, dólares, oro. Hubo que practicar entonces una selección, decidir quiénes podrían vivir. ¿Con qué derecho?Tienen dinero. Vivirán.

   El 30 de junio de 1944 el famoso tren de Kastner con 1670 personas a bordo llego a la Suiza neutral. Los demás fueron enviados a Auschwitz.

   Le reprocharon que, con toda intención no hubiera informado a la gente de que su fin estaba próximo. Volvió a ponerse en cuestión la elección de los pasajeros salvados. No todos podían pagar por sobrevivir.

    A la hija de Kastner la apodaron la nazi en la escuela, le escupían y le tiraban piedras.

   En el verano de 1952 un tal Malkiel Grünwald judío de Israel nacido en Hungría, hostelero y periodista aficionado, acusó a Kastner de colaboración y de ser el responsable de la muerte de 400000 judíos húngaros. Repartía por los cafés de Jerusalén un folleto gratuito hecho por el mismo. Kastner lo demando por difamacion. Se montó un juego político en el que el juez se erigió sorprendentemente en parte a favor del autor del panfleto.

    A Kastner lo mato 5 años después, por venganza, otro rescatado del Holocausto como él.

    Años después la mirada sobre el pasado ha cambiado en Israel. Lo que era más doloroso justo después de la guerra empezó a percibirse, al cabo del tiempo, con otra perspectiva.

    Salvó a más judíos que todos los partisanos, todos los combatientes del gueto de Varsovia y todos nuestros héroes juntos, escribía en 2008 un superviviente en la sección de cartas de los lectores del diario Haaretz.

    Quién salva una vida salva al mundo entero, se dice en Israel, retomando el lema de la medalla de los justos entre las naciones del mundo. Kastner salvo 1672. Nunca le manifestaron ninguna gratitud. ¿Acaso era demasiado pronto?

    Alexander Klugman decía también : "para los israelíes, sobre los que habían sobrevivido gravitaba un oscuro misterio. Lo único que yo aprendí es que no hay que juzgar a nadie mientras no se está en su lugar. Nosotros nos callamos. Otros se callaron, como si sobrevivir fuera un pecado. La pasividad es lo que mató a los judíos de los guetos y de los campos, decía. Perro nosotros hemos sobrevivido. ¿Como?"

    "Yo no puedo leer con objetividad la historia de la guerra porque yo era uno de sus sujetos. Una atmosfera extraña reinó durante mucho tiempo aquí, alrededor de nosotros, quienes hicimos la guerra, los que sobrevivimos. No sé si Wiera Gran era culpable. Exponerla cuando circulaban rumores sobre ella era, para mí, un malentendido"

    Algo mas sobre el TREN DE KASTNER

viernes, 24 de mayo de 2019

BAJO LA ESTRELLA DE OTOÑO, de Knut Hamsun

BAJO LA ESTRELLA DE OTOÑO, de Knut Hamsun

    "Y aquí estoy, lejos del bullicio de la ciudad, lejos de los periódicos y de los hombres. He huido de todo eso porque, nuevamente, una voz me llamaba desde el campo, desde la soledad que me vio nacer. 'Verás como será en provecho tuyo', pienso, y me siento animado por una gran esperanza. Pero, ¡ay!, en otra ocasión hice una escapada semejante y, sin embargo, retorne a la ciudad. Y ahora vuelvo a huir de ella"

jueves, 23 de mayo de 2019

CAZADO POR LA BALA. TEMPESTADES DE ACERO, de Ernst Junger

CAZADO POR LA BALA. TEMPESTADES DE ACERO, de Ernst Junger

    "...Yo llevaba en la mano derecha mi bastón de paseo y en la izquierda la pistola; avanzaba a grandes pasos. Casi sin darme cuenta dejé en parte a mi espalda y en parte a mi derecha la línea de tiradores de la Quinta Compañía. Mientras avanzaba noté que se me había desprendido del pecho la Cruz de Hierro; había caído al suelo. Schrader, mi ordenanza y yo nos dedicamos a buscarla con todo interés, aunque tiradores ocultos nos tomaban como blanco de sus fusiles. Por fin la sacó Schrader de una mata de hierba y volví a prendérmela.

    El terreno descendía. Sobre un fondo de barro de color pardo-rojizo se movían unas figuras borrosas. Una ametralladora nos aporreaba con sus ráfagas. Se acrecentó la sensación de que no había escapatoria. Pese a ello, empezamos a correr mientras el fuego se concentraba sobre nosotros.

    Saltamos por encima de pozos de tiradores y de tramos de trinchera excavados a la ligera. En el preciso momento en que estaba saltando por encima de una trinchera un poco mejor construida, me lanzó por los aires, como un ave de caza, un golpe incisivo que noté en el pecho. Di un sonoro grito, con cuyo chillido pareció escapárseme el aire de la Vida, giré en redondo y caí al suelo con estrépito.

    Por fin me había atrapado una bala. A la vez que percibía el balazo sentí que aquel proyectil me sajaba la vida. Delante de Mory, en la carretera, había notado ya la mano de la Muerte – esta vez me aferraba más fuerte, más nítidamente. Mientras caía pesadamente sobre el piso de la trinchera había alcanzado el convencimiento de que aquella vez todo había acabado, acabado de manera irrevocable. Y, sin embargo, aunque parezca extraño, fue aquél uno de los poquísimos instantes de los que puedo decir que han sido felices de verdad. En él capté la estructura interna de la vida, como si un relámpago la iluminase. Notaba un asombro incrédulo, el asombro de que precisamente allí fuera a acabar mi vida; pero era un asombro lleno de alegría. Luego oí cómo el fuego se debilitaba; parecía que me hundiese como una piedra bajo la superficie de un oleaje furioso. Allí no había ya ni guerra ni enemistad."

miércoles, 22 de mayo de 2019

UN ATISBO DE HUMANIDAD. TEMPESTADES DE ACERO, de Ernst Junger

UN ATISBO DE HUMANIDAD. TEMPESTADES DE ACERO, de Ernst Junger

    "También Vinke había desaparecido. Yo seguí un camino en hondonada, en cuyo talud se abrían las bocas de abrigos hundidos. Avancé furioso por un suelo negro, desgarrado, del que se alzaban todavía los gases asfixiantes de nuestras granadas. Me encontraba completamente solo.

    Entonces fue cuando divisé al primer enemigo. Una figura humana vestida con un uniforme pardo y que al parecer se encontraba herida, estaba acurrucada, a veinte pasos delante de mí, en el centro de aquella hondonada aplanada por el fuego de tambor; se apoyaba con las manos en el suelo. Nos vimos al doblar yo un recodo. Vi cómo aquella figura se estremecía cuando aparecí y cómo me miraba fijamente, con ojos muy abiertos, mientras lentamente, pérfidamente, me iba acercando hacia ella con el rostro oculto detrás de mi pistola. Se estaba preparando un espectáculo sangriento, sin testigos. Era un alivio el tener por fin al alcance de la mano al antagonista. Apoyé el cañón de mi pistola en la sien de aquel hombre, que estaba paralizado por la angustia, y con la otra mano aferré crispadamente la guerrera de su uniforme. En ella había condecoraciones y distintivos de grado; era un oficial y seguramente había tenido el mando en aquella trinchera. Con un quejido metió una mano en un bolsillo, pero lo que de él sacó no fue un arma, sino una fotografía; me la puso delante de los ojos. Miré la fotografía y en ella vi a aquel hombre de pie en una terraza, rodeado de una numerosa familia.

    Aquello era un conjuro que llegaba desde un mundo sumergido, increíblemente remoto. Más tarde he considerado que fue una gran ventura lo que hice: solté a aquel hombre y seguí con precipitación hacia delante. Precisamente ese hombre se me sigue apareciendo en mis sueños con frecuencia. Esto me permite abrigar la esperanza de que haya vuelto a ver su patria.

TRISTEZA. WINESBURG, OHIO, de Sherwood Anderson

TRISTEZA. WINESBURG, OHIO, de Sherwood Anderson

    "Con un breve jadeo se ve a sí mismo como una mera hoja arrastrada por el viento por las calles del pueblo. Sabe que, a pesar de todas las baladronadas de sus amigos, tendrá que vivir y morir en la incertidumbre, como algo llevado por el viento, algo destinado a marchitarse al sol como el maíz. Se estremece y mira en torno a él. Los dieciocho años que lleva vividos le le parecen un instante, un suspiro en la larga marcha de la humanidad. Oye ya la llamada de la muerte. Ansia con todo su corazón acercarse a algún otro ser humano, tocar a alguien con las manos, que alguien le toque. Si prefiere que ese otro sea una mujer, es porque piensa que una mujer será amable y le comprenderá. Busca, ante todo, comprensión."

martes, 21 de mayo de 2019

LOS SOVIÉTICOS ESPIAN A ORWELL EN ESPAÑA. EL CASO ORLOV, de Boris Volodarsky

LOS SOVIÉTICOS ESPIAN A ORWELL EN ESPAÑA. EL CASO ORLOV, de Boris Volodarsky

   "George Orwell, amigo de toda la vida de Koestler, también estaba deseoso de contar su experiencia, pero no en una cárcel sino en una batalla real. Orwell llegó a España en diciembre de 1936 con una carta de recomendación de Fenner Brockway, secretario general del ILP, y otra de H. N. Brailsford, un intelectual y periodista socialista. John McNair, al que acudió y que leía y admiraba los libros de Orwell, le preguntó qué podía hacer para ayudarle. «He venido a España para unirme a las milicias y luchar contra el fascismo», explicó Orwell. También le dijo a McNair que «le gustaría escribir sobre la situación e intentar despertar la conciencia de la clase trabajadora de Gran Bretaña y Francia». McNair propuso que Orwell se instalara en sus oficinas y le sugirió que visitara Madrid, Valencia y el frente de Aragón, donde estaba acuartelado el POUM, «y luego se centrara en escribir su libro». Orwell le dijo a McNair que escribir el libro «era secundario y que el principal motivo por el que había ido hasta allí era para combatir el fascismo». McNair lo llevó a las barracas del POUM, donde Orwell se alistó inmediatamente. También le presentó a Víctor Alba, seudónimo de Pere Pagès, entonces un joven periodista que servía como miliciano y propagandista. Otro testigo recordaba: «Durante el primer año de la guerra civil española, estaba con unos amigos en un hotel de Barcelona cuando un hombre alto y delgado de complexión fuerte se acercó a la mesa. Me preguntó si era Jennie Lee, y en caso afirmativo, si le podía decir dónde apuntarse. Dijo que era escritor: le habían dado un adelanto para un libro sobre [Victor] Gollancz, y estaba dispuesto a conducir un coche o hacer cualquier cosa, a poder ser combatir en la línea de frente. Yo desconfiaba y le pregunté qué credenciales podía aportar de Inglaterra. Al parecer no tenía ninguna. No había ido a ver a nadie, simplemente se pagó su viaje. Se ganó mi confianza cuando señaló las botas que llevaba al hombro. Sabía que no podría conseguir botas lo bastante grandes porque medía más de 1,80 m. Era George Orwell y sus botas eran para luchar en España».

    Finalmente, Orwell llegó al frente y participó en la acción. Lo que no se ha sabido hasta hace poco es que un compañero voluntario británico había estado espiando a Orwell bajo las órdenes del NKVD. David Crook, un inglés joven y atractivo de Londres, y otro voluntario británico, David Wickes, eran responsables de informar al NKVD sobre Orwell y su primera esposa, Eileen. En principio Crook fue reclutado por George Soria cuando se recuperaba de una herida grave. Soria, escritor y periodista francés, llegó a España en abril de 1936 como corresponsal de la revista Regards. Cook accedió a «realizar labores especiales para el movimiento internacional» y el 9 de abril de 1937 fue trasladado a Albacete, aparentemente para entrenarse como oficial. Sin embargo, tras un curso de adoctrinamiento en el que le prepararon para el papel de comisario político, lo cambiaron a las «tareas especiales», recibió un curso rápido de español de Ramón Mercader y le dieron instrucciones para su primera misión. Tal y como escribió en una carta cincuenta años después de los hechos, «me asignaron desempeñar un pequeño papel, del que no me siento orgulloso, en la eliminación del POUM». Salió a la luz que Crook pasaba sus informes a Hugh O’Donnell, otro comunista británico cuyo nombre en clave era «O’Brien». Gordon Bowker, cuya biografía George Orwell (2003) sacó a la luz dicha vigilancia, escribe que, a pesar de que Orwell no estaba al corriente, «el hecho de que el personaje de Nineteen Eighty-Four que se gana primero la confianza de Winston Smith y luego le traiciona lleve el apellido O’Brien debe de ser una de las coincidencias más extrañas de la literatura».

   Según Bowker, Crook admitió que recibía órdenes de la estación del NKVD y que Orwell y los demás miembros del Partido Laborista Independiente (ILP, partido hermano del POUM) eran «de especial interés para mí». El agente se ganó el favor de la oficina del ILP en Barcelona y, durante las pausas para almorzar, robó ficheros y encargó que los fotografiaran en el consulado soviético, la sede central de la estación del NKVD. Crook estaba orgulloso de que en poco tiempo sus superiores rusos ya tuvieran copias de todos los ficheros de la oficina. Dado que en aquel momento Naum Eitingon, alias Leonid Kotov, era el jefe de la subestación del NKVD en Barcelona y también el reclutador y supervisor de Mercader, cabe suponer que estaba a cargo de la operación.

   Tras los hechos de mayo, Crook y su compañero agente fueron acusados por los comunistas de traición y de ser «trotskistas feroces», pero se trataba solo de una cortina de humo. Desde España, Crook fue enviado a Shanghái. Se enroló en la Royal Air Force (RAF) durante la segunda guerra mundial. Al finalizar la guerra, y tras algunos estudios de posgraduado, él y su esposa regresaron a China para iniciar sus dilatadas carreras como profesores de inglés en el Instituto de Idiomas de Pekín (más adelante Universidad de Estudios Extranjeros). Crook estuvo en la universidad hasta su jubilación. En 1967 fue detenido y acusado de espionaje, y pasó más de cinco años en la cárcel, la mayoría en régimen de aislamiento.

    Orwell escribió: «La acusación de espionaje contra el POUM se basaba únicamente en artículos de la prensa comunista y las actividades de la policía secreta controlada por los comunistas. Los dirigentes del POUM, y centenares o miles de seguidores, siguen en la cárcel, y durante los últimos seis meses la prensa comunista ha seguido pidiendo a gritos la ejecución de los “traidores”. Pero Negrín y los demás se han mantenido firmes y se han negado a llevar a cabo una masacre sistemática de “trotskistas”. Teniendo en cuenta la presión a la que se han visto sometidos, dicha reacción les da gran credibilidad. Entretanto, frente a lo que he relatado con anterioridad, resulta muy difícil creer que el POUM fuera realmente una organización de espías fascistas, a menos que uno también crea que Maxton, McGovern, Prieto, Urijo, Zugazagoitia y los demás estén del bando de los fascistas». Por muy perspicaz que fuera con las maquinaciones del NKVD, Orwell no parece darse cuenta de que había enviado a sus agentes a espiarle. No obstante, en Homenaje a Cataluña, escribió: «Parecía que estabas todo el tiempo manteniendo conversaciones entre susurros en rincones de cafeterías y preguntándote si esa persona de la mesa de al lado era un espía de la policía».

    Esa sospecha más tarde hizo que Orwell denunciara a un buen número de intelectuales a los que conocía. Lo hizo en su famosa carta a Celia Kirwan enviada desde su lecho de enfermo el 2 de mayo de 1949. La joven acababa de empezar a trabajar en el Departamento de Investigación de Información (IRD) del Ministerio de Exteriores británico que se ocupaba, entre otras cosas, de producir propaganda anticomunista. La lista de Orwell incluye treinta y ocho nombres de periodistas y escritores que, como escribió a Celia, «en mi opinión son criptocomunistas, compañeros de viaje o con dicha tendencia y no se debería confiar en ellos como propagandistas». De hecho, entre los nombres figuraba el de Peter Smollett que, según comentaba Orwell, «da toda la impresión de ser agente ruso de algún tipo. Una persona excesivamente obsequiosa». En efecto, Smollett era un agente soviético con todas las de la ley, cuyo nombre en clave era «Abo», reclutado con ayuda de Philby en 1939. Además, según Timothy Garton Ash, Smollett fue casi con toda certeza el oficial gracias a cuya recomendación el editor Jonathan Cape descartó Rebelión en la granja por ser un texto enfermizamente antisoviético.

    George Weidenfeld más tarde recordó en sus memorias: «Otro conocido de Londres que se había retirado a su Viena natal era Harry Peter Smollett, alegre y vividor. Smollett es la versión inglesa de su apellido original, Smolka. Era el corresponsal en Europa central de The Times en Londres, que por aquel entonces pasaba por una época de aguda rusofilia. Bajo los auspicios de E. H. Carr [mencionado en la lista de «solo apaciguador»], daba empleo a corresponsales prosoviéticos en Budapest y Moscú que escribían con absoluta obstinación a favor de la política de exteriores soviética. Durante la guerra Smollett había sido el jefe del poderoso departamento soviético del Ministerio de Información, y gran organizador de las relaciones anglosoviéticas».


ES LA HISTORIA ESTUPIDO. LEMMY, LA AUTOBIOGRAFIA, de Lemmy Kilmister

ES LA HISTORIA, ESTÚPIDO. LEMMY, LA AUTOBIOGRAFÍA, de Lemmy Kilmister

    "No entiendo a esa gente que piensa que, porque ignores algo, va a desaparecer. Es justo al revés: si lo ignoras, cobra fuerza. Europa ignoró a Hitler durante veinte años. Podríamos haberle derrotado en 1936: el ejercito francés podría haberlo expulsado de Renania y habría quedado en ridículo. Su partido habría perdido el poder. Pero los franceses salieron con el rabo entre las piernas -otra vez- y le dejaron la puerta abierta. ¡Como resultado, asesinó a una cuarta parte del mundo! Y eso que no fumaba, no bebía, era vegetariano, vestía elegante, llevaba el pelo corto e iba bien acicalado. En cualquier restaurante de Estados Unidos habrían estado encantados de atenderlo, al contrario que a Jesse Owens, héroe de los Juego Olímpicos de 1936"

lunes, 20 de mayo de 2019

EL ABANDONO. WINESBURG, OHIO, de Sherwood Anderson

EL ABANDONO. WINESBURG, OHIO, de Sherwood Anderson

    "Hasta transcurridos varios años de la partida de Ned Currie, Alice no fue al bosque con los otros jóvenes, pero un día, dos o tres años después de que él se fuera, y cuando su soledad parecía insoportable, se puso su mejor vestido y salió. Encontró un lugar resguardado desde donde se veía el pueblo y una larga extensión de campos y se sentó. El miedo a envejecer y echar a perder su vida se adueñó de ella. No aguantó allí sentada y se levantó. Mientras contemplaba los campos, algo, tal vez la idea del ciclo incesante de la vida que se expresa con el fluir de las estaciones, hizo que pensara en el paso de los años. Con un escalofrío, comprendió que los años de la belleza y lozanía de su juventud habían quedado atrás. Por primera vez tuvo la sensación de que la habían engañado. No culpó a Ned Currie y tampoco supo a quién culpar. Le invadió la tristeza. Se arrodilló y trató de rezar, pero, en lugar de oraciones, sus labios pronunciaron palabras de queja. 

    —No volverá a buscarme. Nunca podré ser feliz. ¿Por qué me engaño? —exclamó y eso le produjo una extraña sensación de alivio. Fue su primer intento valeroso de enfrentarse a algo que se había convertido en una parte de su vida cotidiana."

FUSILAMIENTOS DE REPUBLICANOS. EL CASO ORLOV, de Boris Volodarsky

FUSILAMIENTOS DE REPUBLICANOS. EL CASO ORLOV, de Boris Volodarsky

    "Un corresponsal de guerra estadounidense informaba: «Nunca olvidaré la primera vez que vi la ejecución en masa de prisioneros. Pocos corresponsales vieron lo que se había convertido en un procedimiento habitual. La mayoría iba al frente en rutas con escolta, organizadas por la oficina de propaganda de Franco, para llegar mucho después de la batalla. No vieron nada. Yo fui al campo solo con el general Varela, el coronel Yagüe, el coronel Castejón y otros oficiales que me ayudaron a ocultarme de su propia oficina de propaganda ... Sacaban a los prisioneros republicanos en manada a la calle como si fueran animales. Tenían el aspecto lánguido y abatido de las tropas que ya no pueden aguantar los golpes constantes de las bombas alemanas. Dos oficiales de Franco pasaban cigarrillos entre ellos y varios republicanos se reían de forma afectada mientras se fumaban su primer cigarrillo en semanas. De pronto un oficial me agarró del brazo y me dijo: “Es el momento de salir de aquí”. En el extremo de este montón de seiscientos prisioneros, soldados moros estaban armando dos ametralladoras. Los prisioneros los estaban viendo como yo. Los seiscientos hombres parecían temblar en una sola convulsión cuando los que estaban al frente, mudos del horror, retrocedieron sobre sus talones, mientras desaparecía el color del rostro y se les abrían los ojos de par en par del pavor»."

viernes, 17 de mayo de 2019

GENTE GROTESCA. WINESBURG, OHIO, de Sherwood Anderson

GENTE GROTESCA. WINESBURG, OHIO, de Sherwood Anderson

    "Lo que volvía grotesca a la gente eran las verdades. El anciano tenía una teoría muy elaborada al respecto. En su opinión, siempre que alguien se apropiaba de una verdad, la llamaba su verdad y trataba de regir su vida por ella, se convertía en un ser grotesco y la verdad que había abrazado se transformaba en una falsedad. Cualquiera imaginará que el anciano, que se había pasado la vida escribiendo y haciendo acopio de palabras, escribió cientos de páginas a propósito de aquel asunto. La cuestión llegó a adquirir tales proporciones en su imaginación que él mismo corrió el riesgo de volverse grotesco. No llegó a serlo, supongo, por la misma razón por la que nunca publicó el libro. Lo que le salvó fue aquel ser joven que llevaba en su interior."

jueves, 16 de mayo de 2019

LEYENDO UN LIBRO DURANTE LA BATALLA. TEMPESTADES DE ACERO, de Ernst Junger

LEYENDO UN LIBRO DURANTE LA BATALLA. TEMPESTADES DE ACERO, de Ernst Junger

    "Aquel terreno estaba siendo bombardeado y ametrallado por aviones que volaban en círculo por encima de nosotros y por ello hice que mis tres secciones lo atravesaran en hilera, moviéndose en zigzag. Una vez que llegamos a la meta nos distribuimos en embudos y agujeros, pues hasta la parte de acá de la carretera llegaban, aunque de manera aislada, las granadas lanzadas por el enemigo.

    Me sentía tan mal aquel día que inmediatamente me tendí en una pequeña zanja y me quedé dormido. Al despertarme me puse a leer el ejemplar de Tristram Shandy que llevaba en mi guardamapas; así pasé la tarde, tumbado al sol, que me calentaba con sus rayos, en ese estado de indiferencia propio de los enfermos."

miércoles, 15 de mayo de 2019

MORIR POR LA CIMA, de Carlos Suarez

MORIR POR LA CIMA, de Carlos Suarez

    Los alpinistas y demás aventureros suelen ilustrarnos con muchos ejemplos su vida de peligros y su pensamiento nacido al calor de ellos. Suelen ser historias sumamente atractivas. Carlos Suárez añade al menos dos detalles poco habituales de este mundillo del alpinismo y la escalada: el salto base, y lo que doy en llamar la gestión del riesgo. Enfoca sus inicios en la escalada y su paso por otros deportes de riesgo desde el enfoque de la motivación que le lleva a superarse, y del punto de vista de cómo romper las barreras de lo posible sin sufrir accidentes o matarse. 

    Es un tema bastante polémico, porque cada uno entiende esto desde sus propios límites, cuando Suárez lo cuenta desde los suyos, que son sensiblemente más amplios que los de la mayoría. Allí donde uno hace balance de riesgos y actúa racionalmente en consecuencia, otros hacen balance de miedos, y el miedo es muy mal consejero (sobretodo en el sofá de casa).

    Morir por la cima no es un titulo que me resulte atractivo, pero la vida llevada por el autor es muy interesante como para saber que no moriremos en el intento de puro aburrimiento. Es su vida frente a los peligros afrontados con resolución y cabeza, y muchas dosis de satisfacción.

LA MATANZA DE VIALE LAZIO Y EL ASCENSO DE PROVENZANO. VOSOTROS NO SABÉIS, de Andrea Camilleri

LA MATANZA DE VIALE LAZIO Y EL ASCENSO DE PROVENZANO. VOSOTROS NO SABÉIS, de Andrea Camilleri 

    "En su locura, había esbozado un plano de Palermo que rellenó con los nombres de los jefes mafiosos de los distintos barrios. Y amenazaba con darlo a conocer a la policía si no se le concedía más ámbito de acción. Un chantaje a los mafiosos realizado por uno de ellos podría parecer una empresa demencial. Sin embargo, al considerarlo muy capaz de llevar a cabo una jugada tan arriesgada, la mafia en sesión plenaria decidió eliminarlo a él y sus seguidores.

   Tras haber averiguado que Cavataio y algunos de los suyos se reunirían aquel día en un garaje de Viale Lazio poco después de las 18.30, seis mafiosos elegidos entre las «familias» palermitanas más influyentes —una especie de comando internacional de la ONU a las órdenes de Provenzano— se disfrazaron de agentes de policía (Provenzano, siempre atento a las jerarquías, viste un uniforme con galones de capitán) y, a bordo de dos Giulia, automóvil utilizado por aquel entonces por las fuerzas del orden, se detienen delante del garaje minutos antes de las 19 h. 

  En la puerta se halla un hombre del grupo rival, un tal Giovanni Domè, que no tiene tiempo de avisar a los demás porque Provenzano, abriendo la puerta del vehículo y disparándole desde el interior, lo abate en el acto. 

   El primero del comando que entra en el garaje es Gaetano Grado, que efectúa dos disparos de lupara contra Cavataio, pero este, a pesar de estar herido en un hombro, responde al fuego y alcanza un panel de vidrio cuyas esquirlas van a parar a los ojos de Grado, cegándolo.

  Entretanto, Damiano Caruso, Calogero Bagarella y Binnu Provenzano entran a la carrera y empiezan a disparar a mansalva. Matan a los hermanos Filippo y Angelo Moncada, a Francesco Tumminello y Salvatore Bevilacqua. 

    Pero Cavataio sigue disparando: hiere en una mano a Provenzano y a Caruso en un brazo, y efectúa un disparo mortal contra Bagarella. Después es alcanzado por una bala y va a parar debajo de un escritorio. No se mueve, da la impresión de ser ya cadáver. Para asegurarse, Provenzano lo agarra por los pies y lo arrastra fuera de su escondrijo. Y entonces se encuentra con que Cavataio, que se había fingido muerto, está apuntándole directamente con su revólver entre los ojos. A Provenzano ni siquiera le da tiempo de reaccionar porque el otro aprieta el gatillo, pero el arma, ya vaciada, solo emite un clic. Entonces Provenzano trata de acabar con él con la metralleta, pero esta se ha encasquillado. De modo que, mientras lo machaca a patadas, a pesar de la herida en la mano consigue extraer del cinto la pistola y descargarle encima todo el cargador. 

    A continuación, examina con detenimiento el cadáver y encuentra el famoso plano (mejor dicho, una parte del mismo) en un bolsillo de su chaqueta. 

   Fue entonces cuando Provenzano se ganó su apodo más conocido: ‘u Tratturi, el Tractor, que avanza implacable y lo aplana todo sin dejar ni una brizna de hierba a su paso. 

    Palazzolo y Prestipino señalan otra particularidad: en la matanza de Viale Lazio, Provenzano viste un uniforme de policía; cuando lo detienen en Montagna dei Cavalli, treinta y siete años después de aquella matanza, en el momento de subirlo al helicóptero alguien lo obliga a ponerse un chaleco en cuya espalda se lee POLIZIA . El historial como asesino de Bernardo Provenzano se calcula en más de cuarenta homicidios. Después pasó a la reserva y se limitó a suscribir las condenas a muerte dictadas por la comisión o por la cúpula mafiosa. De verdugo había sido ascendido a comandante. Había estado estrechamente unido a Totò Riina y hasta poco antes del comienzo de la época de las matanzas compartió la estrategia militar del jefe."

martes, 14 de mayo de 2019

CUADERNO DE MONTAÑA, de John Muir

CUADERNO DE MONTAÑA, de John Muir

    "Átate bien los cordones de las botas de montaña […] Verás que tus pies entonan una canción y descubrirás en seguida la música y la poesía de la maravillosa lección que guardan las rocas. Toda la furia de la Naturaleza cuenta la misma historia. Tormentas de toda suerte, torrentes, terremotos, cataclismos, «convulsiones de la Naturaleza», entre otros fenómenos —por más misteriosos y descontrolados que puedan parecer a primera vista—, son solo notas armoniosas de la canción de la Creación, expresiones variadas del amor de Dios."

LA MASACRE. TEMPESTADES DE ACERO, de Ernst Junger

    "Mientras investigaba con mis manos la enlodada bota del herido buscando el orificio de entrada, grité a los pelotones que se distribuyeran por los embudos de los alrededores.

    En aquel momento se oyó, a mucha altura, un nuevo silbido. Todos tuvimos la misma sensación, una sensación que nos estrangulaba; ¡esa granada viene aquí! Luego retumbó un estruendo monstruoso, ensordecedor – la granada había explotado en medio de nosotros.

    Me levanté medio aturdido. Incendiadas por la explosión, las cintas de cartuchos irradiaban desde el gran embudo una luz de un crudo color rosa. Aquella luz iluminaba la densa humareda generada por el proyectil, dentro de la cual rotaba una masa de cuerpos negros, e iluminaba también las sombras de los supervivientes, que se desbandaban por todos los lados. Al mismo tiempo resonó un griterío múltiple, espantoso, un griterío de dolor y de peticiones de auxilio. El movimiento rotatorio de la oscura masa en las honduras de aquella olla humeante y ardiente abrió por un segundo, como una visión onírica del infierno, el abismo más profundo del Espanto.

    Tras un instante de parálisis, de horror petrificado, me puse en pie de un salto y, como todos los demás, eché a correr a ciegas, hundiéndome en la noche. Caí de cabeza en un agujero, y sólo allí comprendí lo que acababa de suceder. – ¡No oír nada más, no ver nada más, alejarse de aquel sitio, desaparecer en la profunda oscuridad! – Pero ¡y mis hombres! Yo era el que tenía que ocuparme de ellos, a mí me habían sido confiados. – Me obligué a mí mismo a regresar a aquel lugar de espanto. Por el camino encontré al fusilero Hailer, el hombre que en Regniéville se había apoderado de la ametralladora enemiga, y me lo llevé conmigo.

    Los heridos continuaban lanzando sus gritos terribles. Algunos llegaban hasta mí a rastras y, al reconocer mi voz, me decían entre gemidos:

    –¡Mi alférez, mi alférez!

    Jasinski, uno de mis reclutas más queridos, al que un casco de metralla le había partido el muslo, se agarró a mis piernas. Maldiciendo mi impotencia, le di unas palmaditas en los hombros, pues no sabía qué otra cosa podía hacer. Instantes como ése se quedan grabados para siempre.

    Tuve que dejar a aquel desventurado en manos del único camillero que aún seguía vivo, para conducir fuera de la zona de peligro al puñado de hombres que habían salido ilesos y que se habían congregado a mi alrededor. Media hora antes me hallaba aún a la cabeza de una compañía completa; ahora andaba errante por la maraña de las trincheras con unos pocos hombres enteramente abatidos. Pocos días antes un muchachito se había echado a llorar durante la instrucción porque sus camaradas se burlaban de él; le pesaban demasiado las cajas de munición. Ahora aquel muchachito arrastraba fielmente por nuestros penosos caminos aquella carga, que había conseguido salvar del lugar del horror. La visión de aquello acabó de hundirme. Me arrojé al suelo y prorrumpí en sollozos convulsos, mientras mis hombres, de pie junto a mí, me rodeaban sombríos.

    Amenazados a menudo por granadas que explotaban a nuestro lado, anduvimos corriendo durante horas enteras por las trincheras, en las que el cieno y el agua nos llegaban a media pierna. Como no encontramos lo que buscábamos, acabamos metiéndonos, mortalmente agotados, en algunas de las cavidades para la munición abiertas en los taludes. Vinke me cubrió con su manta, pero no pude pegar ojo, y fumando puro tras puro aguardé la llegada del amanecer con una sensación de total indiferencia.

    Las primeras luces del día iluminaron una increíble actividad en el campo de embudos. Innumerables unidades de infantería seguían aún buscando sus alojamientos. Los artilleros arrastraban municiones; los encargados de los lanzaminas tiraban de sus vehículos; los telefonistas y los hombres de las señales ópticas tendían sus cables. Aquello era una verdadera feria y se desarrollaba a mil metros del enemigo, que, de manera incomprensible, no parecía notar nada.

    Al fin topé con el jefe de la compañía de ametralladoras, el alférez Fallenstein, un viejo oficial del frente, que pudo indicarnos nuestro alojamiento. Sus primeras palabras fueron:

    –Pero, hombre, ¿cómo tiene ese aspecto? Su cara está completamente amarilla.

    Me señaló con el dedo una gran galería al lado de la cual habíamos pasado corriendo aquella noche seguramente una docena de veces. Dentro de ella encontré a Schmidtito, que nada sabía aún de nuestra desgracia; y también volví a encontrar allí a los hombres que debían habernos conducido a aquel lugar. Desde aquella fecha, siempre que hemos ocupado una posición nueva he elegido yo mismo a los guías, y los he elegido con la máxima prudencia. En la guerra se aprende a fondo, pero las lecciones se pagan caras.
(...)
    El único, débil consuelo que me quedaba era que las cosas podían haber sido mucho peores. Por ejemplo, el fusilero Rust estaba tan cerca del lugar de la explosión que las correas de sujeción de sus cajas de munición empezaron a arder. El suboficial Peggau, que había de morir, ciertamente, al día siguiente, se hallaba en medio de dos camaradas que quedaron completamente destrozados, pero él ni siquiera recibió un rasguño."

lunes, 13 de mayo de 2019

HEREDEROS DEL NAZISMO DESPUÉS DE HITLER. LOS ASESINOS ENTRE NOSOTROS, de Simon Wiesenthal

HEREDEROS DEL NAZISMO DESPUÉS DE HITLER. LOS ASESINOS ENTRE NOSOTROS, de Simon Wiesenthal

    "A las nueve y media de una noche de octubre de 1958, un amigo llamó muy excitado a mi piso de Linz. ¿Podía yo acudir inmediatamente al Landestheater? Una representación de «El Diario de Ana Frank» acababa de ser interrumpida por demostraciones antisemitas. Grupos de jóvenes entre los quince y los diecisiete años gritaban: «¡Traidores! ¡Sobones! ¡Timadores!» Las luces se apagaron. Desde las localidades altas los jóvenes alborotadores lanzaron octavillas sobre el patio de butacas, en las que se leía: «Esta obra es un gran timo, pues Ana Frank no existió jamás. Los judíos han inventado toda la historia porque quieren obtener más dinero de restitución. ¡No creáis una palabra! ¡Es una patraña!» Intervino la policía, tomó los nombres de varios manifestantes, estudiantes de segunda enseñanza de las escuelas e institutos locales, y luego la representación prosiguió. Cuando llegué al Landestheater, la pieza acababa de terminar, pero aún reinaba gran excitación. Había dos coches de la policía aparcados frente al teatro y grupos de jóvenes discutían el incidente en la acera. Escuché lo que decían y, en general, parecían creer que los manifestantes tenían razón, que todo aquel asunto de Ana Frank era un mero fraude y que lo bueno sería que alguien tuviera el suficiente estómago para decirles a los judíos lo que pensaban de ellos. Muchos de aquellos jóvenes no habían nacido cuando Ana Frank murió, y entonces allí, en Linz, donde Hitler había ido al colegio y Eichmann se había formado, se les enseñaba a creer en mentiras y odio, prejuicio y nihilismo. Al día siguiente fui a la policía para repasar los nombres de los jóvenes arrestados. No me fue fácil, pues los padres querían enterrar la cosa y contaban con poderosos amigos. Al fin y al cabo, no era nada serio, decían: Cosa de jóvenes armando alboroto y divirtiéndose. Me dijeron que darían los nombres de los estudiantes a sus respectivas escuelas para que contra ellos se siguiera una acción disciplinaria. Pero ninguno de ellos recibió castigo. Los muchachos de Linz no tenían gran importancia, pero había alguien que sí la tenía. Pocas semanas antes, un profesor de Luebeck, el Studienrat Lothar Stielau, había declarado públicamente que el Diario de Ana Frank era una falsificación, siendo inmediatamente demandado por el padre de la muchacha. Tres expertos confirmaron la autenticidad del Diario. Según el Frankfurter Allgemeine Zeitung, el demandado había «porfiado durante seis horas hasta redactar una confesión...». La juventud alemana tenía que ser protegida de semejante «educador». Los desórdenes de Linz me parecían algo más serio porque eran sintomáticos. Aquellos jóvenes alborotadores no tenían culpa; pero sus padres y profesores sí. Los mayores trataban de emponzoñar las mentes de la nueva generación porque querían justificar su dudoso pasado, ya que muchos de ellos habían caído en la trampa de una herencia de ignorancia, odio y fanatismo, sin aprender nada de la historia. 

    Mis experiencias de estos últimos veinte años me han convencido de que las gentes de Austria y Alemania están divididas en tres grupos: Los culpables que cometieron crímenes contra la humanidad, aunque esos crímenes no puedan en ocasiones probarse; sus cómplices, que no cometieron crímenes, pero tuvieron conocimiento de ellos y no hicieron nada para impedirlos, y los inocentes. Yo creo que es absolutamente indispensable separar a los inocentes de los demás y la joven generación es inocente. Muchos de los jóvenes que conozco quieren andar el largo camino de la tolerancia y la reconciliación, pero sólo si se les da una relación limpia y clara les será posible a los jóvenes de Alemania y Austria tender la mano para estrechar la de aquellos que se hallen al otro extremo del camino, aquellos que recuerdan por experiencia propia o por relatos de sus padres, los horrores del pasado. Ninguna excusa puede acallar las voces de once millones de muertos, y los jóvenes alemanes que rezan en la tumba de Ana Frank hace tiempo que lo han comprendido. La reconciliación sólo es posible sobre la base del conocimiento de la realidad. 

    Pocos días después del alboroto del Landestheater, di una conferencia sobre neonazismo en el departamento principal de la archidiócesis de Viena. La discusión que siguió se prolongó hasta las dos de la madrugada. En el curso de la misma, un profesor contó el incidente ocurrido a un amigo suyo, un sacerdote que daba clase de religión en el Gymnasium de Wels, Alta Austria, no lejos de Linz. Al hablar el sacerdote de las atrocidades nazis cometidas en Mauthausen, uno de los estudiantes se puso en pie: 

   —Padre, de nada sirve hablar asi porque sabemos muy bien que las cámaras de gas de Mauthausen sólo sirvieron para desinfectar trajes. 

    El sacerdote se sorprendió: 

   —Pero si habéis visto los noticiarios en el cine, las fotografías, si visteis los cuerpos. 

   —Hechos de cartón piedra —dijo el muchacho—. Una propaganda inteligente para hacer que los nazis aparezcan culpables. 

    —¿Quién dijo semejante cosa? 

    —Todos. Mi padre podría contarle montones de detalles. 

    El sacerdote había dado cuenta del incidente al director del Instituto y se inició una investigación y un examen de la zona. Más del cincuenta por ciento de los estudiantes de aquella clase tenían padres que habían pertenecido activamente al movimiento nazi, a quienes encantaba contar a sus hijos las heroicas y gloriosas hazañas de su pasado: Cómo se habían alistado en el Partido nazi a principios de los años treinta, cuando en Austria era ilegal; cómo habían ayudado a hacer volar puentes y trenes, impreso y distribuido libelos ilegales contra el gobierno de Dollfuss. Luego aquellos padres se habían convertido en orgullosos SS. Sería imposible que los jóvenes crecieran en tal ambiente sin ser afectados por él. Los padres habían tenido miedo y habían guardado silencio en los primeros años de la posguerra; pero a finales de los años cincuenta, empezaron a hablar nostálgicamente de su gran pasado y los muchachos les escuchaban excitadísimos. Los profesores de su escuela, muchos de ellos antiguos nazis, no rebatían las gloriosas historias que los padres de los estudiantes contaban."

    Otra historia en este enlace

LA CULTURA DEL ESPIONAJE. EL HOMBRE SIN ROSTRO, de Markus Wolf

LA CULTURA DEL ESPIONAJE. EL HOMBRE SIN ROSTRO, de Markus Wolf 

    "La cultura psicológica de un servicio de espionaje se asemeja a la de un clan o una tribu, donde los individuos están unidos por un objetivo que los trasciende y por un común sentimiento de identidad, ya sea ideológico o de otro carácter. Cuando se destruye este sentimiento, el veneno de la desconfianza se introduce en el sistema. Los agentes que trabajan en la primera línea de fuego, incluso si su labor no está relacionada con el área donde sucedió la traición, sienten un escalofrío de vulnerabilidad, cuando se aproximan a un buzón (el lugar secreto donde uno puede recibir o enviar de manera clandestina una carta, un mensaje, un microfilme o algo por el estilo), o reciben instrucciones en clave del cuartel general. Resulta notoriamente difícil reclutar agentes nuevos después de una deserción grave. Para los jefes también puede haber consecuencias inquietantes. Un servicio de inteligencia de pronto se convierte en blanco del indeseado interés de los políticos, después que se comprueba que algo anduvo mal. Consideremos por ejemplo el terremoto que prácticamente paralizó a la CIA después del descubrimiento de Aldrich Ames. Al gran desaliento moral de un servicio de Occidente cuando se dio cuenta que los agentes a quienes había reclutado con la promesa de un anonimato total estaban siendo traicionados de manera sistemática desde el interior de su propia organización, se agregaba el golpe de que un servicio de inteligencia muy prestigioso y que contaba con amplios fondos sencillamente no obtenía resultados fidedignos, como lo indicaba el número de agentes perdidos. Un traidor en el seno de un servicio de inteligencia traiciona mucho más que los hombres y las mujeres cuyos nombres revela. Traiciona la integridad total de su servicio. Por supuesto, hay modos de reducir al mínimo tales riesgos. Uno de ellos es crear un intenso sentimiento colectivo, un espíritu de equipo en el que cada persona se preocupa por la seguridad y el bienestar de las demás en un nivel personal y profesional. El otro es apoyarse en los esquemas existentes de lealtad —ideológica, política, territorial— que se originan en la niñez, lo cual garantiza que el agente que piensa convertirse en traidor siente que al proceder así está traicionándose él mismo. El predominio en la CIA de norteamericanos blancos, anglosajones y protestantes de la Costa Este, de los grupos originarios de Oxford y Cambridge en los servicios secretos británicos, y de las dinastías familiares en la inteligencia soviética, son todos mecanismos protectores para evitar la traición."

viernes, 10 de mayo de 2019

LA CAPTURA DE PROVENZANO. VOSOTROS NO SABÉIS, de Andrea Camilleri

LA CAPTURA DE PROVENZANO. VOSOTROS NO SABÉIS, de Andrea Camilleri 

    "Cuando el subjefe de policía Cortese y sus hombres pasan días y noches vigilando la casa de Montagna dei Cavalli, son como perros de caza que olfatean la presa pero no la ven. Los agentes no tienen la menor certeza de que aquella casa esté habitada: la puerta se halla siempre cerrada, las ventanas atrancadas y de noche no se filtra ni un vestigio de luz. Pero si está deshabitada, en el comportamiento del propietario Giovanni Marino, que utiliza el cobertizo anexo para la elaboración de productos lácteos, se observa algo muy raro. A veces se sitúa cerca de la puerta y se ve claramente que habla. ¿Con quién? ¿Con el viento? ¿Con los pájaros? ¿Con la pared? En una ocasión se le vio encaramarse a un murete que se alza al lado de la casa para orientar mejor una antena de televisión. 

    Mas ¿para qué sirve hacer funcionar bien un televisor si no hay nadie en la casa? 

    Finalmente, la mañana del 11 de abril tiene lugar una epifanía parcial. Marino sale de su cobertizo y se acerca a la puerta de la casa, entreabierta lo suficiente para que desde el interior asome una mano, que le entrega un paquete antes de volver a cerrar. 

    ¡Una mano! Eso significa que allí dentro vive alguien escondido y que ese alguien es sin duda Provenzano. Pero es mejor esperar un poco, pues si resultara una pista falsa se echaría por la borda el trabajo de muchos años. 

    Poco después se presenta ante la puerta de la casa el anciano Bernardo Riina con una bolsa en la mano, la deposita en el suelo y se pone a hablar con Marino. En un momento dado, el objetivo de la cámara lo encuadra entrando en la casa. Alguien le ha abierto la puerta. Esta vez no se ha tratado de una epifanía sino justo de lo contrario: de una desaparición. 

    Es la confirmación de que allí hay alguien. Además, esa bolsa había salido el fin de semana anterior de la casa de la familia Provenzano. Y eso los agentes lo saben. 

    Así pues, el subjefe de policía Cortese, tras haber consultado con Giuseppe Pignatone, Michele Prestipino y Marzia Sabella, los magistrados responsables de las investigaciones relacionadas con Provenzano, ordena a las 10:30 un ataque relámpago: derriban la puerta, entran, el subjefe reconoce de inmediato a Provenzano, que se ha quedado petrificado, le arranca el pañuelo que lleva alrededor del cuello para comprobar si tiene la cicatriz descrita por todo el mundo, y le dice: 

    —Usted es Bernardo Provenzano y queda detenido. 

    Provenzano se derrumba y no reacciona. A su lado, el televisor sigue dando los resultados de las elecciones políticas."

jueves, 9 de mayo de 2019

FRANCESES DE LA RESISTENCIA III. COMBATIENTES EN LA SOMBRA, de Robert Gildea

FRANCESES DE LA RESISTENCIA III. COMBATIENTES EN LA SOMBRA, de Robert Gildea

    "Hélène Mordkovitch, quien tiempo después se encontraría con Geneviève de Gaulle en el mismo grupo de la Resistencia, había seguido una trayectoria muy distinta. Su familia estaba dividida entre rusos rojos y rusos blancos. Su padre era un ruso que había servido en el Ejército francés en la Primera Guerra Mundial y que había conocido a su madre mientras ella era estudiante de Medicina en el hospital francorruso. En 1917 su padre regresó a Rusia para tomar parte en la revolución y Hélène, que nació en París ese mismo año, no lo conoció jamás. Su madre contrajo de nuevo matrimonio con un ruso blanco y consiguió un trabajo en las cocinas del colegio ruso en Boulogne-Billancourt, al que asistían emigrantes de la Rusia blanca. En búsqueda de su propia identidad, Hélène optó por ser francesa: «¿No os da vergüenza que una niñita rusa sea la mejor en francés?», preguntaba el maestro a la clase. Entró en la Sorbona en 1937 y, después de que su madre falleciera el año siguiente, se ganó la vida con un trabajo a tiempo parcial como bibliotecaria del departamento de Geografía Física de la Sorbona. En 1940 se unió al éxodo de refugiados que iban rumbo al sur y quedó horrorizada ante el egoísmo y la pasividad que los franceses mostraban ante la derrota. Se hospedó en casa de una familia de Rodez en la que el abuelo se metió en cama y murió, a los padres solo les preocupaba la cosecha de fruta y los niños salieron a aplaudir a los alemanes que marchaban por las calles. «Esas tres generaciones —consideraba— reflejaban a la perfección en qué se había convertido Francia». Hasta ese momento no había tenido conciencia de ser judía, pero el 6 de septiembre de 1940, en un tren de refugiados que regresaban al norte, a París, el guardia dijo que estaba prohibido que los judíos pasaran la frontera de entrada a la zona ocupada. En el puesto de frontera de Vierzon ondeaba una enorme bandera con la esvástica y su reacción fue mejor que la de Madeleine Riffaud: «Estábamos entrando en Alemania. Estaba tan nerviosa que le di un bofetón al soldado alemán que se dirigió a nosotros»"

DISCURSO DEL PREMIO NOBEL DE LITERATURA, de Eugenio Montale

DISCURSO DEL PREMIO NOBEL DE LITERATURA, de Eugenio Montale

    "Hace algunos días me preguntó una periodista extranjera que me visitaba: «¿Cómo distribuye tantas actividades? ¿Cuántas horas para la poesía, cuántas para la traducción, cuántas para la actividad de oficina y cuántas para la vida?». 

   Traté de explicarle que la vida no debe planearse como se planea un proyecto empresarial. En el mundo hay gran espacio para lo inútil, y uno de los peligros de nuestra época es la mercantilización de lo inútil, a la cual son particularmente sensibles los jóvenes. De cualquier modo, estoy aquí porque he escrito poemas. Un producto inútil por completo, pero bastante nocivo. Esta es una de sus características de nobleza, aunque no es la única, puesto que la poesía es una enfermedad absolutamente endémica e incurable.
(...)
    Contra el fondo oscuro de esta civilización contemporánea de bienestar, incluso las artes tienden a fusionarse, a perder su identidad. La comunicación masiva, la radio y en especial la televisión, intentaron, no sin éxito, aniquilar toda posibilidad de soledad y reflexión. El tiempo transcurre con más rapidez, los trabajos de hace pocos años parecen «anticuados», y la necesidad del artista de ser escuchado se convierte, tarde o temprano, en una necesidad de lo diario, de lo inmediato. Por tanto el nuevo arte de nuestra época es el espectáculo, una exhibición no necesariamente teatral en que están presentes los rudimentos de cada arte y en que el espectador, radio-escucha o lector, según el caso, pueden sentir una especie de masaje físico."

miércoles, 8 de mayo de 2019

FRANCESES EN LA RESISTENCIA II. COMBATIENTES EN LA SOMBRA, de Robert Gildea

FRANCESES EN LA RESISTENCIA II. COMBATIENTES EN LA SOMBRA, de Robert Gildea

"Jacques Lecompte-Boinet pertenecía al segundo grupo: el de quienes fueron incapaces de estar a la altura de sus heroicos padres y sintieron que su virilidad estaba en tela de juicio. En 1939, en los albores de la guerra, anotó en su diario: «Estoy obsesionado con el recuerdo de mi padre. Me viene a la mente ese día, el 2 de agosto de 1914, cuando mi padre dio las últimas recomendaciones a mi madre antes de partir para la guerra a caballo. Lo que me queda en el recuerdo es la imagen de él diciéndole a mi madre que escondiera las fotos que evocaran la guerra de 1870 en un armario que había detrás del vestidor y creo que las cosas eran más sencillas hace veinticinco años». Su padre había caído en el frente en 1916, cuando Jacques tenía once años, y él no fue capaz de igualar su heroísmo en 1939. Funcionario de impuestos en la Prefectura de París, no se incorporó a filas por el mal estado de su vista y porque tenía cuatro hijos. En lugar de ello, se le dio un puesto en la estación de Saint-Lazare, donde daba direcciones a los refugiados que salían hacia Normandía. Su sentimiento de incompetencia militar se agravaba con el hecho de que se había casado con una de las hijas del legendario general Mangin y, además, otro de los yernos de Mangin, Diego Brosset, tenía un brillante expediente militar. El 13 de junio de 1940 Lecompte-Boinet, junto a otros dos compañeros, se unió con su bicicleta al éxodo que se dirigía hacia el sur y se quedó perplejo ante la reacción que había provocado el anuncio del armisticio entre aquellos que le rodeaban, como la de «un maestro de escuela que criticaba al agitador monárquico Maurras por ser demasiado de izquierdas y que no veía más que una cosa: “los judíos se irán y se restablecerá el orden”». Dos años más tarde, ya inmerso plenamente en la Resistencia y tras el nacimiento de su quinto hijo, escribió: «Pienso continuamente en mi padre. No he podido luchar en la guerra, pero tampoco quería que mis hijos recordaran a su padre como alguien que había vivido ese tiempo cómodamente instalado, esperando a que todo pasara»"

COMO SE DESPIDE DE LA KGB UN ESPÍA SOVIETICO EN MANOS DE EEUU. EL CASO ORLOV, de Boris Volodarsky

COMO SE DESPIDE DEL KGB UN ESPÍA SOVIETICO EN MANOS DE EEUU. EL CASO ORLOV, de Boris Volodarsky

"...carta original de «Schwed» (Orlov) que en muchos aspectos difiere de la versión que apareció en la biografía patrocinada por el KGB:

Solo al destinatario
Al comisario del pueblo
Nikolái Ivánovich Yezhov
Me gustaría explicarle en esta carta cómo, tras diecinueve años de irreprochable servicio al partido y al poder soviético, después de que el partido y el Gobierno me hayan concedido las Órdenes de Lenin y de la Bandera Roja por mis esfuerzos durante dos años de completo sacrificio activo y de lucha en condiciones de una guerra cruel, puede ser que les abandone.
Mi irreprochable vida siempre ha estado dedicada al servicio a la causa proletaria y al poder soviético, bajo la mirada fija del partido y los miembros de nuestro Narkomat [comisariado del pueblo]. He gozado de una gran confianza por parte de los dirigentes soviéticos y el partido, he sido respetado y querido por mis camaradas. En cada hora, cada minuto, mi corazón latía al unísono con el pulso del partido entero, de nuestra bella patria. Ahora, de una manera mucho más profunda que en ningún otro momento, siento lo feliz que he sido con ustedes, lo rica y atractiva, lo llena de sentido profundo que estaba mi vida y lo absurda y superflua que es ahora. ¿Cómo ha podido pasar?
El 9 de julio recibí un telegrama de Serguéi [Spiegelglass] sin ningún tipo de justificación operativa. Daba a entender que, por motivos completamente ridículos e incomprensibles, me habían tendido una trampa a bordo del barco de vapor Svir, que obviamente había sido enviado especialmente para capturarme. En el telegrama me daban instrucciones de ir a Amberes el 14 de julio, donde a bordo de ese barco me recibiría un camarada al que conocía personalmente.
«Sería deseable —decía el telegrama—, que la primera reunión tuviera lugar a bordo.» Para «garantizar que la reunión se mantuviera en secreto» me proponían que viajara en el coche diplomático de nuestra embajada en Francia acompañado por el cónsul general...
Me puse a analizar el telegrama: ¿por qué tenía que tener lugar la primera reunión a bordo de un barco? ¿Por qué si no para abatirme allí como enemigo notorio? ¿Por qué debía ir acompañado del cónsul general en un coche diplomático a menos que fuera para tenerme bajo vigilancia durante el trayecto o, en caso de que se produjera algún retraso cerca del barco, para recurrir al poder del cónsul general para declararme loco después de una conmoción cerebral en España y poder decir que me escoltaban a la Unión Soviética con mucho cuidado? La seguridad era la explicación que ofrecía el telegrama para el coche diplomático...
Este telegrama de tercera, desde el punto de vista operativo era solo una cortina de humo para una insidiosa trampa creada para mí: un hombre completamente inocente. Comprendí que el jefe del departamento mostraba un exceso de celo en su purga del aparato y decidió dar un salto en su carrera intentando presentarme... como un criminal al que había que llevar a toda costa a bordo del barco como «enemigo del pueblo». Luego él podría gritar «¡hurra!» y esperar su recompensa por una operación bien planificada y ejecutada. Comprendí que mi destino estaba escrito y que me esperaba la muerte.
Me planteé una pregunta: como miembro del partido, ¿tengo derecho, aunque sea bajo amenaza de muerte ineludible, de negarme a volver a casa? Mis camaradas que trabajaban conmigo sabían que había arriesgado mi vida muchas veces cuando era necesario para la causa y el partido.
Me expuse en repetidas ocasiones a intensos bombardeos. Junto con el agregado naval, estuve bajo las bombas de la aviación fascista durante dos semanas enteras mientras descargábamos barcos de munición, aunque no formara parte de mis obligaciones. He arriesgado mi vida muchas veces cumpliendo tareas operativas que ya conoce. A una distancia de tres pasos me disparó un miembro de la Guardia Blanca que intentaba matarme, un odiado bolchevique. Cuando estaba enyesado tras romperme dos vertebras en un accidente de tráfico, en contra de las órdenes de los médicos, no dejé el trabajo y seguí conduciendo a diversas ciudades en el frente por el interés de la lucha contra el enemigo...
El partido jamás exigió la muerte absurda de sus miembros, sin duda no por el interés de criminales que quieren hacer carrera.
Pero ni siquiera una amenaza de castigo ilegal e injusto me impidió ir a ese barco. Fue la confirmación de que, tras mi ejecución, y el exilio o ejecución por un pelotón de fusilamiento de mi esposa, mi hija enferma de catorce años estaría en la calle. Sería perseguida por niños y adultos por ser hija de un «enemigo del pueblo». Que ese sea el destino de mi hija, que se sentía orgullosa de su padre por ser un comunista honrado, era algo que no era capaz de soportar.
No soy un cobarde. Aceptaría incluso un veredicto erróneo e injusto, lo aguantaría hasta el final, no deseado por nadie, de ser un chivo expiatorio del partido, pero morir sabiendo que mi hija enferma estaba destinada a pasar por tan terrible tormento y sufrimiento, eso ya no lo podía aguantar.
¿Podía estar seguro al llegar a la Unión Soviética de que iba a tener una investigación justa de mi caso? ¡No, y mil veces no! Mi razonamiento fue el siguiente:
1. El mero hecho de que no me requirieran en Moscú sino que me tendieran una trampa a bordo del barco lo explica todo. Era obvio que aparecía en la lista de enemigos del pueblo incluso antes de que subiera a bordo.
2. Me habría visto en manos de un criminal llamado «Douglas» [Spiegelglass] que, hasta julio de 1938, era el jefe adjunto del Departamento en el Extranjero. Dirigió los pelotones asesinos del NKVD que acabaron con Ignatz Reiss, muerto en 1937. Iría directo a manos de «Douglas», quien, por puros motivos personales, ya ha liquidado a dos de los camaradas más honestos. [Nikolsky se refería obviamente a Stanislaw Glinski, exresidente en París, y Theodor Maly, exresidente en Londres, a los que conocía bien. No sabía que Ignace Reiff, su antiguo jefe en Copenhague, también sería detenido tras su deserción en julio de 1938.]
Eso no es todo. Sé que Douglas dio la orden de liquidar al héroe de la guerra española Walter [no es cierto], que pasó voluntariamente dieciséis meses en el frente. El nombre de ese Walter [Karol Swierczewski, en España general Walter] es uno de los pocos nombres que conocen popularmente todos los soldados. La orden fue emitida por Douglas basándose en rumores no confirmados y habladurías de que él, Walter, tenía «ideas tóxicas que podían desembocar en su negativa a volver a casa»...
La gente honesta no cumplía esa orden criminal. Al poco tiempo Walter, por voluntad propia, regresó a casa creyendo en el partido de corazón. Existen muchos otros ejemplos que caracterizan la naturaleza criminal del hombre (D.) cuyas ambiciones le hicieron matar a docenas de personas honestas y miembros del partido bajo pretexto de crear una impresión de las operaciones que eran necesarias para el éxito de la lucha contra nuestros enemigos.
En su búsqueda de la popularidad, el ambicioso Douglas, en presencia de la mayoría de mi personal operativo, se fue de la lengua y reveló el nombre de una serie de servicios secretos. Aterrorizó a mis hombres recitando los nombres de las familias de nuestros antiguos oficiales que fueron ejecutados por el pelotón de fusilamiento sin juicio (al estilo de la [destacada] revista Novoe Vremya).
El propio Douglas, así como oficiales de confianza que llegaron de casa, se perdieron en conjeturas: ¿cuáles eran las bases de la acusación de nuestra gente, que gozaba de plena confianza, para ser declarada culpable de espionaje, mientras sus redes siguen funcionando y permanecen intactas hoy en día? Si P. [Glinski, cuyo nombre en clave era «Pyotr»], por ejemplo, era un espía, ¿por qué seguíamos trabajando con un hombre como Tulip [Zborowski], reclutado por él? ¿Cómo es que no traicionó a Tulip? O si M. [Maly, cuyo nombre en clave era «Mann»] había sido espía, ¿por qué no traicionaba a WAISE [Maclean] o Söhnchen [Philby], o alguno de los que seguían trabajando hasta ahora?
En resumidas cuentas, esos fueron los motivos por los que yo, un hombre entregado al partido y a la Unión Soviética, no acudí a la trampa que me tenía preparada a bordo de ese barco el ambicioso criminal Douglas.
Quiero que tú, como ser humano [Nikolsky escribe a Nikolái Yezhov, el ejecutor de Stalin, pervertido bisexual, canalla y alcohólico], aprecies todos los pasos de la tragedia que tengo que sufrir ahora: un miembro leal del partido privado del partido y un ciudadano honrado despojado de mi patria.
Mi único propósito ahora es sobrevivir para criar a mi hija hasta que sea mayor de edad.
Recuerda siempre que no soy un traidor a mi partido o mi país. Nada ni nadie logrará jamás que traicione la causa del proletariado y el poder soviético. No quería abandonar mi país igual que un pez no quiere salir del agua, pero la actividad delictiva de unos criminales me ha dejado como un pez en el hielo... Según mis conocimientos de otros casos, sé que vuestro aparato centrará todos sus esfuerzos en mi liquidación física. ¡Para a tu gente! Basta decir que me han causado un sufrimiento extremo privándome del derecho a vivir y luchar en las filas del partido para disfrutar de la justa recompensa a años de generoso servicio. No solo me han despojado de mi país, también del derecho a vivir y respirar el mismo aire que el pueblo soviético.
Si me dejáis tranquilo, jamás me embarcaré en nada que perjudique al partido o a la Unión Soviética. No he hecho ni haré nada perjudicial para el partido y nuestro país.
Juro solemnemente hasta el fin de mis días no decir una palabra que pueda perjudicar al partido que me educó, o el país donde crecí.
Schwed
P. D. Te ruego que des la orden de no molestar a mi anciana madre. Ahora tiene setenta años, y es inocente. Soy el último de sus cuatro hijos que le queda y es una criatura enferma e infeliz.
El apéndice dice lo siguiente:
1. Extracción de metal. Detalles. [Probablemente el transporte del oro español a Rusia.]
2. El caso de [nombre borrado por los censores]. El viaje: Aleksei [jefe del Séptimo Departamento GUGB NKVD, comisario de seguridad del Estado de segundo grado Abram A. Sloutsky. Posiblemente su viaje a España en diciembre de 1936]. [BORRADO] El Checo y su esposa [BORRADO]. Su ubicación actual. Una carta post restante. Fracasos. Los últimos medios.
[BORRADO de tres líneas]
5. Detalles de las aventuras de [BORRADO] [posiblemente Spiegelglass, Barcelona, otoño de 1937]. La casa de [BORRADO]. Viajes. Desayuno en [BORRADO, probablemente con Spiegelglass y Serguéi Marchenko, encargado soviético en España, víctima de la represión de Stalin]. Detalles de las negociaciones con [BORRADO] sobre este caso.
6. Detalles sobre Farmer [Nikolái Skoblin]. Su anillo (firmado), que le dejó a Kadi [Naum Belkin], está en mi poder. También tengo su carta a [BORRADO, Stanislaw Glinski]. La clave para una conversación con 13 [Nadezhda Plevitskaya, la mujer de Skoblin, sentenciada a veinte años de cárcel en 1938]. Las últimas reuniones con Alexander, su viaje en coche con un desconocido (F) y una conversación sincera. La reunión simbólica de pequeñas parcelas de Douglas [Speigelglass]
[BORRADO de dos líneas]
9. Todo el historial del caso Nikolai y Nikolayevtsy [es decir, los participantes en la Operación Nikolai, en otras palabras, la detención (y asesinato) de Andreu Nin y otros miembros del POUM]. Tengo un borrador del criptograma escrito por Juzik [Grigulevich], así como un borrador de la carta escrita por Siegfried, que fue encontrada más tarde en otra copia tras la operación.
[BORRADO de tres líneas]
13. Historial detallado de todos los asuntos de «Tulip» [Mark Zborowski]. Tengo a mi disposición dos páginas de su informe [al Centro] sobre la posibilidad de fracaso y los responsables de ello. Todas sus funciones [sic]. Todos sus actos (Sneblit [Henryk Sneevliet], Lugwig [Ignatz Reiss], Old man [Trotski], Son [Lev Sedov].
[BORRADO de tres líneas]
16. El trabajo de Gamma [Boris Afanasiev].
17. El viaje de Troyan [sin identificar]. El objetivo.
18-19. Todas las operaciones liter [asesinato] (algunas pruebas sustanciales, testigos...).
20-29. [BORRADO]
30. Tengo fotografías y apellidos reales de los participantes en la Operación Nikolai. Y a gente que puede identificar dichas fotografías. La fecha de su viaje a la Unión [Soviética]. Las fotografías están en tres consulados (suizo, austríaco, polaco). [BORRADO].
31-33. [BORRADO]
34-39. Todo sobre el Viejo y el Hijo [Trotski y Sedov]. El relato del trabajo de todo el mundo, incluidos Gamma, Tulip, entre otros.
40. Sobre los grandes juicios.
[BORRADO de cuatro líneas]
45. Todo el trabajo en el país de Gravpen [Grigori Gravpen, alias Gregory Blank, cuyo nombre en clave era «Sam», residente legal del NKVD en Londres].
46. --- “--- en el país de Fin [Gueorgui Kosenko, alias Kislov, cuyo nombre en clave es Fin, residente legal del NKVD en París].
Y así sucesivamente. ¡Todo eso jamás saldrá a la luz!

La carta de Orlov a Moscú que dejaron en la embajada soviética iba acompañada de una nota manuscrita: «Queridos camaradas Surits o Biriukov. Por favor, entreguen este paquete, sin enseñárselo a Kislov, a Nikolái Ivánovich Yezhov urgentemente. Soy miembro del aparato de Nikolái Ivánovich. Shvedov». Había una posdata: «En la presente adjunto un resguardo de equipaje de la oficina de consigna de la estación Quai d’Orsay para pertenencias de Beliaev [Belkin]. Por favor, recójalas sin demora o se deteriorarán, pues llevan almacenadas desde el 4.VII».

La noticia causó revuelo en Lubianka. Yezhov comprendió que, tras la huida de otro oficial de rango, Genrij Liushkov, el 13 de junio de 1938, exactamente un mes antes que Nikolsky, la tierra se hundía bajo sus pies. No informó inmediatamente a Stalin en julio, con la esperanza de que «Schwed» reapareciera algún día. Yezhov temía que fuera otro punto en contra en una futura acusación. Como Nikolsky nunca había sido requerido ni había motivos para sospechar de él, ni mucho menos para investigarlo o ejecutarlo, se introdujo una entrada en su fichero personal tras la recepción de la carta en agosto de 1938 en la que se notificaba que su «huida se consideraba fruto del miedo y un malentendido». Al mismo tiempo Eitingon fue nombrado jefe en funciones y ordenó registrar la caja fuerte del residente. Se envió un informe al Centro y un certificado escrito de que faltaba una gran suma de dólares."