LA LOCURAS DE LAS FANS. VIDA, de Keith Richards
"La lujuria pura y simple lo empapaba todo; no sabían qué hacer con ella, pero de repente te encuentras con que el blanco eres tú. Era un delirio. Una vez abiertas las compuertas, la corriente era imparable y hubieras tenido más oportunidades de salir con vida de un río infestado de pirañas porque se habían ido más allá de donde en realidad pretendían estar, habían perdido el norte. Aquellas tías se agolpaban allí abajo, sangrando, con la ropa desgarrada, las bragas meadas… Y al final lo asumías como el pan nuestro de cada día. Ese era el verdadero bolo. Podría haber sido cualquiera y no necesariamente nosotros, la verdad, porque les importaba un carajo que lo que yo pretendía fuera ser un músico de blues.
Para un tío como Bill Perks, cuando de repente se abre semejante panorama ante ti, resulta increíble; una vez lo pillamos en la carbonera con una tía, debíamos de estar en Sheffield o en Nottingham: parecían dos personajes sacados de Oliver Twist; «Bill, que nos piramos ya». Los encontró Stu. ¿Qué vas a hacer, a esa edad, si resulta que las quinceañeras de todo el país han decretado que eres «lo más»? La oferta era increíble: seis meses antes no habría conseguido echar un polvo ni a tiros, habría tenido que pagar.
(...)
El imponente poder de las mocosas de trece, catorce o quince años que van en grupo se me ha quedado grabado a fuego. Estuvieron a punto de matarme. Nunca he temido más por mi vida que por culpa de ellas: si caías en medio de una multitud de chiquillas enloquecidas, te estrangulaban, te rasgaban la ropa… Cuesta trabajo explicar lo terrorífico que podía llegar a ser Hubieras preferido estar en una trinchera que tener que enfrentarte a aquella oleada criminal e imparable de lujuria, deseo o lo que sea (no lo saben ni ellas). La policía salía por patas y te quedabas solo frente a aquella explosión de emociones descontroladas.
Creo que fue en Middlesborough donde no conseguí subirme al coche (un Austin Princess): yo intentando entrar y aquellas zorras haciéndome trizas. El verdadero problema es que consigan echarte la zarpa, porque no tienen ni idea de qué hacer entonces. Aquella vez casi me estrangulan con un collar: una se puso a tirar de un lado, otra del otro, y las dos tirando y chillando «Keith, Keith» y de paso ahogándome. Por fin conseguí alcanzar con la mano la puta manilla de la puerta, pero me quedé con ella en la mano… Y aun así arrancan a toda velocidad y me dejan allí tirado con la manilla en la mano. Ese día me dejaron en la estacada. Se ve que al conductor lo venció el pánico: los demás ya estaban dentro del coche y él no tenía la menor intención de aguantar más tiempo en medio de aquella turbamulta, así que me abandonó a mi suerte dejándome en manos de las hienas. Lo siguiente que recuerdo es despertarme en el callejón de la entrada de artistas del teatro (por lo visto la policía había tomado cartas en el asunto) porque me había desmayado, llegó un momento en que se me habían apagado las luces, las tenía por todas partes («y ahora que he caído en vuestras garras, ¿qué vais a hacer conmigo?»)."
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