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martes, 19 de septiembre de 2017

LA SEMILLA. AL OESTE CON LA NOCHE, de Beryl Markham

LA SEMILLA. AL OESTE CON LA NOCHE, de Beryl Markham 

    "Mira la semilla en la palma de la mano de un granjero. Un soplo puede llevársela y ése es su fin. Pero contiene tres vidas: la suya propia, la del hombre a quien puede alimentar cuando crezca y la del hombre que vive de su cultivo. Si la semilla muere, esos hombres no morirán, pero seguramente ya no pueden vivir como antes. Se verán afectados por la muerte de la semilla; deben cambiar, poner su confianza en otras cosas.
    Un año murieron todas las semillas en Njoro y en todas las granjas de alrededor de Njoro, en las tierras bajas, en las laderas de las colinas, en las parcelas cuadradas robadas a los bosques, en las granjas grandes y en las granjas construidas sólo con un arado y una esperanza. Las semillas murieron por carecer de alimento, murieron de hambre por falta de lluvia.
    Una mañana el cielo fue transparente como un cristal. Y también a la mañana siguiente, y a la siguiente, y durante todas las demás mañanas hasta que se hizo difícil recordar cómo caía la lluvia, o cómo era un campo verde y húmedo de vida en donde un pie desnudo se hundiese en él. Todo aquello que crecía detuvo su crecimiento, las hojas se abarquillaron y las criaturas le dieron la espalda al sol.
    Quizá en algún lugar -en Londres, en Bombay, en Boston- un periódico incluyera una sola frase (en una página de menor categoría): «La sequía amenaza el África Oriental Británica». Tal vez alguien lo leyera y levantara la mirada con la esperanza de que aquel día sus propios cielos estuvieran tan despejados como los nuestros, o considerara que la sequía en el último rincón de África no era casi noticia.
    Puede que no lo sea. Casi no es noticia cuando un hombre a quien nunca has visto y nunca verás pierde el trabajo de un año, o el trabajo de diez años, o incluso el trabajo de una vida en una parcela de tierra que se encuentra demasiado lejos como para poder imaginarlo.
    Pero cuando abandoné Njoro, todo estaba demasiado cerca como para olvidarlo fácilmente. La lluvia alimenta la semilla y la semilla el molino. Cuando la lluvia se detiene, las ruedas del molino se detienen o, si continúan girando, muelen la desesperación de su dueño.
    Mi padre era su dueño..."

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