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viernes, 22 de septiembre de 2017

ILYA EHRENBURG HUYE A RUSIA. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg

ILYA EHRENBURG HUYE A RUSIA. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg 

    "Una vez, cerca de nuestra embajada, se detuvieron dos mujeres que, a juzgar por su indumentaria, eran trabajadores y saludaron al escudo levantando el puño. Dos policías las echaron: por la noche se acercó un coche con una esvástica. Algunos oficiales nazis habían decidido hacer una visita a un colaborador de nuestra embajada. Veía todo esto desde la ventana y me sentía fatal. Pienso que los lectores me entenderán.
    Había llevado a la embajada mi radio y cada tarde escuchaba a Londres. El 18 de junio, cuatro días después de la entrada de los alemanes en París, habló por primera vez De Gaulle diciendo que la guerra continuaba y llamando a los franceses a no someterse a los traidores. Escuchaba y me alegraba. La ventana de mi habitación estaba abierta y dos policías, de guardia junto a la puerta de la embajada, escuchaban también las palabras de De Gaulle. Uno estaba en posición de firmes. No sé lo que hicieron después, si sirvieron con celo a los alemanes, pero en aquel momento De Gaulle era para él su superior. El segundo sonreía con escepticismo.
(...)
    Un literato, que había pasado un tiempo en un campo de trabajo para su reeducación, a la pregunta de cómo se había sentido allí respondió: «Como un zorro vivo en una tienda de pieles». Así me sentí yo en aquel tren.
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    Regresé a Moscú el 29 de julio de 1940. Estaba convencido de que los alemanes nos atacarían pronto, pues las terribles escenas de los éxodos de Barcelona y París todavía estaban grabadas en mi memoria. En Moscú, sin embargo, todavía se respiraba un ambiente de calma. Según la prensa, las relaciones de amistad entre la Unión Soviética y Alemania eran más fuertes que nunca y se reprochaba a Inglaterra su negativa a entablar negociaciones de paz con Hitler.
    Escribí una nota a Mólotov con intención de explicarle la situación de Francia y cuál era la opinión de los soldados y oficiales alemanes. Me recibió su adjunto, S. A. Lozovski. Conocía a Lozovski desde antes de la revolución y lo había visto en París, cuando intervenía en los mítines bolcheviques. Me escuchó distraído, mientras miraba a un lado con expresión melancólica. No pude contenerme y le pregunté si algo de lo que le estaba contando le interesaba lo más mínimo. Lozovski sonrió con el semblante triste: «Personalmente, encuentro sus palabras muy interesantes. Pero, como usted sabe, una cosa es la opinión personal y otra, la política». (Yo todavía era, clarísimamente, un ingenuo: creía que la información certera ayudaba a perfilar la política, pero resultó ser exactamente al contrario. La información sólo es necesaria en la medida en que sirve para justificar la política elegida).
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    Me convocaron a una reunión de escritores moscovitas. Fue dramático: se decía que Stalin había invitado a un grupo de escritores, había tildado a Avdéienko de «enemigo» y criticado la obra de Leónov Metel [Tormenta de nieve] y la de Katáiev Domik [La casita]. Teníamos que votar a favor de que se expulsara a Avdéienko de la Unión de Escritores. Varios autores competían por ver quién atacaba a Leónov y Katáiev con mayor virulencia. Yo me quedé sentado, estupefacto. ¿Cómo era posible que Stalin, en vísperas de la guerra, tuviera tiempo para dedicarse a la crítica literaria? Todo me resultaba incomprensible. Me desesperaba, pero no estaba allí el sabio de Bábel a quien acudir en busca de explicaciones…"

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