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jueves, 14 de septiembre de 2017

27 DE NOVIEMBRE DE 1941: SARA GLEICH VUELVE A NACER. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg

27 DE NOVIEMBRE DE 1941: SARA GLEICH VUELVE A NACER. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg 

    "Un cuaderno escolar de color rosa; es el diario de la estudiante Sara Gleich. Es sorprendente que, día tras día, muy rápido, a veces de manera incoherente, lo anotara todo. Por las primeras anotaciones se ve que el 17 de septiembre, un mes después de que la evacuaran de Járkov a Mariúpol, donde vivían sus padres, entró a trabajar en la oficina de enlace. El primero de septiembre Fania y Raia, mujeres de los militares, fueron a la oficina de reclutamiento y pidieron que las evacuaran; les respondieron que «la evacuación no estaba prevista hasta antes de la primavera». El 8 de octubre escribe: «El jefe de la oficina, Mélnikov, me ha dicho que mañana nos evacuarán, hay que preparar los documentos, se puede llevar a la familia, es decir, que la partida está garantizada». Esa misma tarde continúa escribiendo: «A las 12 del mediodía entraron en la ciudad los alemanes, la ciudad se ha rendido sin combatir». Al cabo de muchas páginas, hay una nota: «19 de octubre. Mañana a las siete debemos abandonar este último alojamiento en la ciudad». «20 de octubre… 20 de octubre… Nos conducían hacia las zanjas abiertas a modo de trincheras para la defensa de la ciudad. Nueve mil judíos encontraron la muerte en aquellas zanjas: ése fue el único uso que se dio a las trincheras. Nos ordenaron desvestirnos y nos cachearon por última vez en busca de dinero y documentos. Después nos empujaron hacia el borde de las zanjas, aunque ya no era posible percibirlos: a lo ancho de medio kilómetro, las trincheras rebosaban de agonizantes. Algunos pedían una última bala que los rematara, porque la primera no había sido suficiente. Caminábamos sobre los cuerpos yacentes. Creía ver a mi madre en cada cadáver con la cabellera cana. Me arrojaba hacia esos cuerpos, y Basia conmigo, pero los porrazos nos devolvían al grupo que avanzaba en silencio. Por un instante me pareció reconocer a papá en un anciano con los sesos desparramados en torno al cráneo, pero no conseguí acercarme a verificarlo. Comenzaron las despedidas; algunos pudimos incluso besarnos. Recordamos a Dora. Fania se resistía a creer que aquello era el fin: “¿De veras no volveré a ver jamás la luz del sol?”, preguntó. Su rostro había adquirido una tonalidad entre gris y violácea. Vladia repetía una y otra vez: “¿Vamos a tomar un baño? ¿Por qué nos hemos desvestido? Vámonos a casa, mamá. Este lugar es muy feo”. Fania lo cargó en brazos, porque apenas conseguía andar por el barro resbaloso. Basia se estrujaba las manos sin cesar mientras susurraba: “¿Por qué a ti, Vladia? ¿Por qué a ti? Nadie sabrá jamás lo que nos han hecho”. Fania se dio la vuelta para decirme: “Me siento en paz al saber que muere conmigo y que no lo dejo huérfano en este mundo”. Ésas fueron sus últimas palabras. Fue entonces que no pude aguantar más y comencé a aullar con todas mis fuerzas mientras me tiraba de los pelos. Un instante antes de perder el conocimiento abruptamente, creo recordar que Fania tuvo tiempo de volverse y decirme: “¡Tranquila, Sara! ¡Tranquila!”. [… ] Cuando volví en mí, todo estaba en penumbras. Los cadáveres que tenía encima se estremecían de tanto en tanto alcanzados por los disparos. Por lo visto, los alemanes disparaban ráfagas aleatorias para rematar a los heridos y evitar que pudieran salir arrastrándose de las fosas en plena noche. Temían que fuéramos muchos los sobrevivientes. Y no se equivocaban. Éramos muy numerosos y estábamos enterrados en vida, porque nadie podía prestar ayuda a quienes pedían socorro desde el fondo de las trincheras. Los llantos de los niños subían por entre los cadáveres que los cubrían. Los alemanes nos disparaban a la espalda y por eso la mayoría de los niños llevados en brazos por sus madres se habían salvado de ser alcanzados por las balas. No obstante, caían bajo sus cadáveres, enterrados en vida. Comencé a salir de debajo de los cuerpos, me levanté, miré a los lados. Los heridos se revolvían, gemían. Llamé a Fania con la esperanza de que pudiera oírme. Un hombre tumbado a mi lado me exigió que callara. Era Grodzinski, cuya madre también reposaba en la maraña de cadáveres… La voz de un anciano canturreaba». El 27 de noviembre, después de vagabundear un mes por la estepa, Sara Gleich supo que nuestro ejército se encontraba a cinco kilómetros de Bolshói Log, adonde llegó y logró alcanzar a un destacamento del Ejército Rojo."
Volkovo

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