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martes, 10 de septiembre de 2019

LAS ULTIMAS ESPERANZAS DEL FURHER. PILOTO DE STUKAS, de Ulrich Rudel

LAS ULTIMAS ESPERANZAS DEL FURHER. PILOTO DE STUKAS, de Ulrich Rudel

    "El 19 de abril, un nuevo telegrama me convoca en la Cancillería. Ya no resulta ahora tan fácil trasladarse a la capital saliendo de Checoslovaquia. Los rusos y los americanos están a punto de juntarse en varías lugares. El cielo está lleno de aviones, pero no alemanes. Llego a la Cancillería y desciendo al vestíbulo del refugio del Führer. La gente allí conserva su calma y confianza; se trata en su mayoría de militares que trabajan en las operaciones en curso y en las proyectadas. En el exterior estallan las bombas de una tonelada lanzadas por los «Mosquitos» en el centro de la ciudad.
Resultado de imagen de Ulrich RudelHacia las veintitrés horas me encuentro ante el jefe supremo de la Wehrmacht. Me doy cuenta en seguida que va a tratarse de nuevo de la misión que ya he rechazado. El Führer tiene la costumbre de dejar venir las cosas de muy lejos, de no abordar nunca de frente ningún asunto. Sigue siendo así también esta noche. Para empezar y durante una media hora, me expone la importancia que la técnica ha tomado en el curso de los siglos, diciéndome que nosotros llevarnos un adelanto considerable que nos es necesario mantener y que puede cambiar aún la situación a nuestro favor. Todo el mundo —me dice— siente temor de la técnica y de la ciencia alemanas. Me enseña algunos informes que indican la intención de los aliados de prepararse ya a disputarse entre ellos a nuestros técnicos y a nuestros sabios. Otra vez quedo maravillado por su memoria para las cifras y por sus conocimientos en el campo de la técnica. Tengo actualmente en mi activo alrededor de seis mil horas de vuelo y todos los tipos de avión me son familiares; sin embargo, no hay nada que él no me sepa explicar con gran conocimiento de causa y que no proponga alguna modificación interesante. Su estado físico no es ciertamente tan bueno como hace tres o cuatro meses. Sus ojos tienen un brillo enfermizo. El coronel von Below me dice que Hitler no ha dormido, por así decirlo, desde hace ocho semanas. Las reuniones se suceden sin descanso. El temblor de su mano ha aumentado sensiblemente y se remonta al atentado del 20 de julio. Me doy cuenta, además, que durante el curso de este largo debate se repite frecuentemente, cosa que antes no hacía. Sus palabras son claramente pensadas y resueltas.

    Al terminar su larga introducción, el Führer llega al tema que ya preveía. Me hace una nueva exposición de los argumentos del otro día y dice para terminar:

—Es mi deseo que esta difícil misión sea aceptada por usted, que lleva la más alta condecoración alemana concedida al valor.

    Otra vez rechazo esta misión, dando las mismas razones que la vez anterior. La situación se ha agravado aún más considerablemente y subrayo que los dos frentes no van a tardar en unirse en el centro de Alemania, cortando a ésta en dos partes que se verán obligados en adelante a luchar independientemente. La misión que quiere encomendarme sólo podría llevarse a cabo en la parte del Norte, donde se hallan concentrados todos los aviones de reacción. Resulta interesante conocer que hay un total de 180 entre cazas y bombarderos. En el frente, desde hace tiempo, luchamos en el aire uno contra veinte. Los aparatos de reacción que necesitan pistas de vuelo muy grandes no pueden utilizar más que un pequeño número de aeródromos en la parte Norte del país. A causa de su situación, estos aeródromos van a ser sometidos, de día y de noche, a una granizada de bombas, y en muy poco tiempo, desde el punto de vista técnico; no quedaría uno utilizable. Es, por tanto, imposible esperar obtener el dominio del aire en la zona del ejército de Wenck y la catástrofe es inevitable porque este ejército no podrá aprovisionarse ni lanzarse a la ofensiva. Sé, por mis contactos personales con el general Wenck, que es imprescindible contar en Su proyecto con la promesa de que conseguiría limpiar el cielo encima de él como tan a menudo lo he hecho en Rusia.

    Pero esta vez no puedo darle esa promesa y debo mantener mi negativa. Compruebo una vez más que Hitler deja expresar libremente su opinión a todos aquellos que él considera dispuestos a darlo todo por la causa general y que acepta revisar sus propias ideas de acuerdo con las de ellos; en cambio, no cree más en aquellos que le han engañado o decepcionado otras veces.

    No quiere aceptar como un hecho cierto mi teoría de la separación de Alemania en dos mitades. Los generales con mando en estos sectores le han afirmado que pueden resistir en los actuales frentes, es decir, en el Elba, al Oeste, y en el Oder, el Neisse y los Sudetes, en el Este. Yo no dudo que nuestros soldados que defienden el suelo patrio sean capaces de las mayores hazañas; sin embargo —le digo— creo que una fuerte concentración rusa conseguirá romper el frente en cualquiera de sus puntos y con ello se producirá la unión con los aliados. Cito varios ejemplos del frente oriental en el curso de los últimos años. Los rusos no han cesado de lanzar tanques a la batalla; si no eran suficientes tres divisiones blindadas, lanzaban diez a la lucha. Al precio de enormes pérdidas en hombres y material conseguían avanzar sin que nadie pudiera impedirlo. La única interrogante era si sus recursos, en todo, se agotarían antes de que Alemania quedase fuera de combate. Pero no pueden agotarse dada la ayuda enorme proporcionada por el Occidente. Desde el punto de vista puramente militar, podíamos considerar haber obtenido verdaderos éxitos defensivos al no ceder terreno a los rojos más que a costa de causarles unas pérdidas considerablemente superiores a las nuestras. Poco importaba que nuestros adversarios ridiculizasen estos éxitos; sabíamos con certeza que lo eran verdaderamente. Pero en el momento actual ya no puede pensarse en ceder un palmo de terreno, ya que los rusos no tienen más que unos pocos kilómetros que recorrer para efectuar su unión con los aliados occidentales. Estos han asumido una pesada responsabilidad —que quizá gravite sobre ellos durante siglos— al debilitar Alemania y reforzar proporcionalmente Rusia. Al terminar la entrevista, digo al Führer lo siguiente:

—En mi opinión, es imposible terminar victoriosamente la guerra en los dos frentes, pero podríamos hacerlo en uno o en otro si conseguimos llevar a término un armisticio con uno de los dos bandos.

    El Führer me contesta con una sonrisa un poco cansada:

—Es muy fácil de decir. Trato sin reposo, desde 1943, de obtener la paz, pero los aliados no quieren oír nada de ello y exigen la capitulación incondicional de nuestra parte. Naturalmente, mi destino personal no entra en juego, pero cualquier hombre sensato comprenderá que no puedo aceptar tal capitulación para el pueblo alemán. Existen aún conversaciones en curso, pero no creo ya que tengan éxito. Por esto necesitamos absolutamente remontar la crisis actual para que ciertas armas decisivas puedan darnos aún la victoria.

Resultado de imagen de Ulrich Rudel    Después de intercambiar algunas consideraciones sobre la situación del ejército de Schoerner, me dice que va a esperar algunos días para ver si la situación evoluciona como él espera o si mis temores se realizan. En el primer caso me llamará de nuevo a Berlín para encargarme definitivamente de la misión proyectada para mí. Hacia la una de la madrugada abandono el refugio del Führer, El vestíbulo está lleno de personalidades que quieren ser los primeros en felicitarle por su nuevo aniversario.
(...)
    La noticia de la muerte del jefe del Estado, comandante supremo de la Wehrmacht, causa una impresión profunda en nuestras tropas. Pero las hordas rojas siguen asolando nuestra Patria y es necesario continuar la lucha. No rendiremos nuestras armas hasta tanto nuestros jefes no lo ordenen. Nuestro juramento de fidelidad lo exige igual que la terrible suerte que nos espera si capitulamos sin condiciones, como el enemigo quiere. Estamos, asimismo, ligados al destino de Alemania, que, colocada en el centro de Europa, ha sido durante siglos el bastión que se enfrentaba a las masas asiáticas. Si Europa no lo comprende, si no lo desea, o si nos contesta con indiferencia, con hostilidad, ¡esto no cambia nada nuestro deber hacia ella! En el peligroso período que se presenta, queremos tener el derecho a llevar erguida la cabeza ante la Historia.

    El frente oriental y el occidental se acercan más y más. La disciplina de mis hombres sigue siendo admirable, tan perfecta como en el primer día de la guerra. Estoy orgulloso El peor castigo para mis oficiales es, como anteriormente, que no les deje participar en un servicio. Yo sigo teniendo algunas dificultades con mí muñón. Mis mecánicos me han fabricado un aparato de metal ligero que va sujeto por debajo de la rodilla; a cada presión, es decir, todas las veces que tengo que apoyar a la derecha, desgarra la piel que está reconstituyéndose. Me origina una verdadera herida,."

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