ELEGÍA PARA UN AMERICANO, de Siri Hustvedt
El americano es Lars Davidsen, noruego de segunda generación. Acaba de morir y sus hijos Erik (el narrador) e Inga repasan sus papeles y tiran del hilo de una carta para rellenar lagunas del pasado del padre. Entran en escena Sonia, hija de Inge, y Miranda con su hija Eggy, unidad familiar que alquila una parte de la casa de Erik. Inga es viuda y escritora, Erik es psiquiatra. Entran otros actores en el cuadro, pero estos pueden ser los más importantes. En realidad, la novela es como un tapiz en el que cada hilo con su propio color es un personaje, y se va enhebrando con los otros hilos, unas veces saliendo a la superficie, y otras quedando por debajo de la urdimbre que vemos. Unas veces les vemos hacer las cosas que hacen habitualmente en New York, y otras veces recuerdan detalles pasados con inusitada intensidad, o reciben fuertes impresiones de una foto o un cuadro y lo desarrollan. A veces ocurre que soñaron algo que se apodera posteriormente de sus pensamientos, o imaginan algo que pudo pasar. Todo ello conforma sobre el tapiz un colorido dibujo en el que la llave para descifrarlo es la psiquiatría. Aquí hay mucho de esta ciencia para ir desgranando la vida interior de los personajes. Hay mucha reflexión del pasado de los inmigrantes y su problemático arraigo en América: el amor, las difíciles relaciones matrimoniales incluso cuando ha muerto el cónyuge, la muerte de los progenitores, y visto todo como un trauma, de secretos sacados a la luz. Parece ser que la autora, Siri Hustvedt, que publicó el libro en 2008,se conoce el tema médico.
Un libro en el que todos aportan recuerdos, a veces sueños inexplicables del todo, incluso disfrazados de argumento de película. A veces, como en el caso de Jeff, se recuerda a un hombre que recuerda. Erik nos habla de las confesiones de algunos pacientes, muchos de los recuerdos que les surgen son vividos con auténtica zozobra, lo cual a veces resulta inquietante: analiza también sueños, dibujos, posturas corporales, fotografías... en un lenguaje médico y con una intención incisiva, casi abrasiva, de las que te desnudan sin contemplaciones.
El ambiente de esta novela es el de gente culta, por trabajo y por fascinación. Con Inga se habla mucho del oficio de escritor en cuanto a hábitos y sensaciones que produce.
Algo que me resulta nuevo como lector es el uso de imágenes oníricas, cada vez más abundantes conforme avanza el relato. Uno debe abstraerse a dos niveles cuando llega a estas situaciones, un nivel literal, de representación en la imaginación ya que puede ser una realidad distorsionada, y un nivel de significación que no siempre es evidente, sino que aporta un sentido nuevo, unas ideas que me pillaron por sorpresa, como si estuviéramos mirando a través del marco pequeño de una ventana desde la que estás descubriendo un paisaje más grande. Es algo que no recuerdo que me pasara antes con otra novela: "en nuestros sueños vivimos una «existencia paralela». No había nada raro en su comentario, y sin embargo, durante el viaje a Minnesota, vivía continuamente atormentado por la sensación de que aquello era un sueño en el que avanzaba muy despacio a través de una atmósfera viciada y de un paisaje distorsionado." Entrar en los fantasmas del pasado de estos personajes me ha gustado, tampoco es que sea un tema original confrontarlo con un presente que nos resulte más conocido y actual. La quietud contra la acción, más o menos. Lo original para mi ha sido el planteamiento desde el psicoanálisis para gestionar los recuerdos, los traumas y las dudas actuales, y eso me ha descolocado como lector. ¿Personajes y tramas adaptados al psicoanálisis? ¿O es el psicoanálisis la llave para entender lo que les pasa? He aquí la duda, pero si vives inmerso en ese mundo, esa es la respuesta, como hay otros metidos en otras cosas (o en nada), y esa es su respuesta. Esa es la riqueza que da la literatura. De todo se aprende, y eso está bien.
Por otro lado, en una novela de escasa acción, los relatos escritos del padre dan un poco de movimiento y la tensión que proporciona la incertidumbre durante sus experiencias de combate en el Pacífico de la II Guerra Mundial. Algo parecido se puede decir de las fotos abandonadas en el portal. O el desenlace del espionaje de Burton en el hotel. Son los anclajes con la realidad en medio de tanta introspección.
La clave de muchos recuerdos la da en una cita al final: "Hans Loewald escribió: «El psicoanálisis puede transformar los fantasmas en antepasados.»". Aparte, la autora confiesa que ha tomado de su padre y otros de su familia ciertas historias que configuran esta obra. La más importante los diarios de Lars.