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miércoles, 27 de febrero de 2013


TESOROS Y GALEONES HUNDIDOS, de Robert Stenuit

    Un día de octubre de 1702, frente a las Islas Cíes, en la desembocadura de la ría de Vigo, Galicia, los vigías de las torres que puntean la costa tan abrupta divisaron una flota de varios galeones y otros barcos. Una flota que llevaba 3 años esperando en Cuba a que las condiciones climatologías y, sobre todo, los piratas de la época, les dieran la oportunidad de sacar un cúmulo de riquezas en oro, plata y artículos de lujos como pocas veces se había expoliado del continente americano. En sus bodegas estaban los recursos económicos de tres años, y en esta ocasión se habían unido las flotas retrasadas para probar suerte juntas durante la travesía.

    En aquella época, como en todas hasta hoy, la rivalidad entre naciones europeas era ante todo una escalada en el consumo de recursos para imponer un poder hegemónico a todo lo largo de Centroeuropa y los reinos del sur. Y ahí entraba como una bala de cañón el oro de América.

Costa de Baiona

    Lo que no sabía el rey español es que la cosa se le iba a complicar: una escuadra angloholandesa, que venía malparada de un asedio a la ciudad de Cadiz, se iba a enterar de esa llegada de la flota y cayó sobre ella, en la bahía de la aldea de Randa, como una bandada que nada tenía que perder y sí todo por ganar.

Islas Cíes
    Robert Stenuit nos lo cuenta en su libro, una edición antigua y descatalogada, pero fácil de encontrar en librerías de segunda mano porque en los años 50 y comienzo de los 60 fue una historia que volvió a los tabloides franquistas e incluso tuvo su eco en otros países como EEUU. Era la era del turismo español (ya sabéis, toros, flamenco, el sol de España y el resto de topicazos). Ahora Rande es además del pueblo gallego donde esta la bahía, el nombre de una calle londinense, el nombre de un pub en Kent (su primer dueño participó en la batalla). Rande es también un juego de mesa alemán donde se recrea la batalla.

    El libro nos habla, en realidad, de un fracaso. El belga Robert es un hombre muy conocido en el mundo del buceo, a él llegó leyendo libros de cazadores de tesoros, y comenzó buscando en archivos y bibliotecas el tesoro que pudiera descubrir. Según los medios de que disponía, echo el ojo a los famosos galeones hundidos en la batalla naval de Rande, un poblado a la entrada de la ría de Vigo. Fue un fracaso porque allí, bajo el cieno marítimo, enredado en las algas, escondido en un fondo marino anfractuoso como un laberinto de picos y valles, quedaron enterradas muchísimas horas de su vida con el oxigeno a la espalda, se hundió un montón de dinero (el suyo y el de su socio norteamericano John Potter) y otro montón de paciencia con las incompetentes autoridades españolas (Robert alucinaba con su forma de funcionar; supongo que entonces nació el otro tópico que resuena en Europa: "España es diferente"). Con quienes sí mantiene una extraordinaria paciencia es con los pescadores gallegos, conocedores como nadie de esas aguas y sus bajíos, de tal manera que cuando el grupo de buceadores de Robert no encontraba los pecios que buscaba (preferentemente los galeones españoles, no la escuadra francesa que les ayudó en la defensa), preguntaban a un gallego cerrado. Hoy, 50 años después de aquel trajín de barcos y buzos husmeando como sabuesos cada banco de arena con el tubo de una aspiradora, deben estar todavía desencajados de la risa, porque cada uno le contaba su teoría. Ellos miraban lo que hacían desde sus barcas o desde el muelle, y Robert se dirigía a ellos para saber dónde podía haber un galeón hundido. Pero con un gallego no se sabe si viene o va, si sube o baja o te responde a la gallega: eso era antes muy típico. En esas redes también se enzarzó el bueno de Robert, que aun así les guarda mucho cariño.
 

    ¿Qué quedó de todos sus viajes a la España profunda de 1954 a 1958? ¿Qué de las aventuras en un fondo marino con muy poca visibilidad pero lleno de vida? Concretamente esto: unas descripciones bellas de esos peces, de esos fondos cuando la resaca mermaba. Unos hallazgos materiales, restos sueltos de los pecios, que no justificaban el esfuerzo económico por encontrarlos. Pero desde la primera hasta la última página, la experiencia de un hombre que hizo suya la aventura de buscar tesoros hundidos, y esa pasión por el buceo, la inmersión en lugares esplendidos y muchas veces tan sorprendentes. Si eres una persona de secano, bucear es... otro mundo. Lo más parecido a volar por tus propios medios. Robert no deja de transmitirnos en sus páginas esa pasión por buscar mundos sumergidos con una historia por desenterrar. Lo de menos, leyendo su libro, ha sido el oro.
    Su carrera de arqueólogo submarino ha tenido mejores éxitos desde entonces. No parece que se arrepintiera de abandonar los estudios de ciencias políticas en su juventud por un fracasado intento de encontrar un tesoro fabuloso. Esto genera muchas controversias sobre la legalidad y legitimidad de su trabajo, como se viera recientemente en el caso del Odissey. He aqui una entrevista : ROBERT STÉNUIT - ESCRITOR, ARQUEÓLOGO SUBMARINO, BUCEADOR.
  
    También Potter y otro compañero buzo, Lee Owen, contaron en libros y documentales los años de investigación y exploración. La última campaña de investigación data del 2007 con el objetivo de hacer un museo de la batalla. Ha localizado un galeón español y un buque francés  además de otros pecios de esa época y de siglos posteriores. Las últimas teorías suponen un cargamento total de... 15000 millones de euros!!!! Una cantidad fabulosa en su época, sobre la que todos, en sus informes, mintieron: una gran parte iba de contrabando para los grandes comerciantes y la nobleza. Todos los funcionarios estaban comprados en la famosa Casa de Contratación de Sevilla, nada figuraba correctamente en los papeles y solo el rey descargó su parte. Los borbones se afianzaron en el trono español con ese dinero (con 393 toneladas de plata ganaron la Guerra de Sucesión y lograron el cambio de dinastía en España).
  
    En cuanto al tesoro, puede que sea el mayor bajo las aguas. Hasta en capitán Nemo, en su viaje submarino, lo rescataba para sufragar sus paseos en la mente imaginativa de Julio Verne. La parte del león era el galeón Santo Cristo de Maracaibo, que a los ingleses se les hundió al sur de las Islas Cíes en su afán por remolcarlo. Incluso el rape que rescataron de otros barcos se hizo desde entonces popular en su uso.

    He aqui otros intentos en la historia de capturar tesoros: El otro Banco de España

TESOROS Y GALEONES HUNDIDOS, de Robert Stenuit. Editorial Juventud, 1962, 224 páginas

martes, 19 de febrero de 2013

VOCACION ALPINA, de Armand Charlet

    Entrando en una tienda de material deportivo, si pasamos por la seccion montaña, es muy probable que nos crucemos con un piolet de mango corto y tal vez curvo, muy estético, con el nombre de Charlet. A muchos les sonará de sobra tal nombre, y, sin embargo, el innovador del alpinismo moderno es mucho más que una técnica de uso del piolet.

    Hoy pongo la atención en su autobiografía, un libro que cautivará la imaginación y enamorará a todo aquel que se le acerque, porque esta vez, como pocas, se muestra en una persona el logro de unir la afición con su profesión hasta alcanzar casi el grado de mito. Vocación alpina va de ello.

    En una época en la que todavía se podían realizar grandes primeras vías en los Alpes, Armand Charlet (1900-1975) nos habla de todo lo que acompaña esa actividad. Nos habla de sus orígenes familiares en Chamonix y Argentiere según los archivos parroquiales  y de cómo las necesidades ganaderas, del contrabando y finalmente de los clientes, los turistas de la montaña que desean ser conducidos a las codiciadas cimas, han llevado a la gente como él a ser expertos alpinistas. Charlet divide su libro en tres partes, y en la primera desgrana los nombres de gente muy popular en el siglo XIX, gente de pueblo que acompaña a Mummery, Whymper o al duque de Chartres. Disfrutamos con los recuerdos de sus abuelos, sus tíos, su padre, y sus propios recuerdos de una época llena de anécdotas de montañeros muy peculiares, una época en que todo suponía mucho más sacrificio pero que nos deja un sabor añejo y desde luego mucho más auténtico, porque se vivía ante todo con pasión casi futbolera. Salen a la luz recuerdos como los de cargar fardos de heno desde muy lejos, recoger cristales de roca, o las peregrinas costumbres de los antiguos guías y los clientes de antes. Entonces ir a la montaña era un deporte de ricos, iba quien podía. Charlet acaba esta primera parte cuando aprueba el examen de guía alpino aspirante y se va a hacer la mili.




    Las anécdotas del servicio militar en un destacamento de los Alpes vuelven a dejar a Charlet muy por delante de los instructores: suelen quedar por detras de todo el pelotón en las marchas. Por entonces pasó por el Mont Pelvoux y nos cuenta su ascensión a la Barre des Ecrins, uno de los cuatromiles más bonitos de los Alpes en mi opinión. Después sube a La Meije, pero en el descenso una tormenta atrapa a su cordada y a otras más donde mueren tres alpinistas. Esos dos años consiguió la admiración de sus superiores y que le permitieran hacer importantes vías de escalada. Se lo pasó bien.

    Ya  empiezan a sucederse los clientes y sus manías  Hay que reconocer que a la gente se la reconoce bastante bien cuando se pone a subir montañas, los guías enseguida comprenden con quienes van en realidad. Por las páginas pasan el muchacho paralizado por el miedo en una repisa al que hay que izar con cuerdas, o el primero que puso el pie en la cima del monte Logan en Alaska. Esta segunda parte del libro acaba cuando aprueba el examen para convertirse en guía profesional definitivo. Con el tiempo, Charlet será de los que examine al convertirse en Director Técnico de la Escuela Nacional de Esquí y Alpinismo. El placer desde entonces serán las crestas a gran altura, acompañar a clientes experimentados y realizar primeras vías que le pongan a prueba. En algún momento, alguien le dijo:
    -Créame, señor Charlet, para tener éxito como guía tiene usted dos cosas que le faltan a la mayoría de sus colegas: el amor por la montaña y la ambición, pero salga de las vías clásicas siempre que pueda.
    Y eso hizo. Aunque ahora nos suenen trilladas, entonces las travesías del Grepon, la Aiguille de Peigne, Les Droites, la Aiguille Verte, Le Trident, la arista de Peuterey, Weisshorn, les Aiguilles du Diable, etc eran un trofeo. Charlet valoraba mas la dificultad y la belleza de la ascensión que la mera altitud.

    A lo largo de los años 20, el autor nos cuenta la conquista de varias cimas cerca del Mont Blanc de Tacul y en varias ocasiones acompañado del señor Blanchet

    Atrás quedan los refugios atestados y sus malas noches, la envidia de otros guías, los malos modos de algunos clientes, la Guia Kurz que siempre hay que corregir,  los dramas con final fatal (por ejemplo, los hermanos Meyendorff) las alpargatas de cáñamo para escalar, el equipo de esquí, el joven Frison-Roché y las largas jornadas de actividad alpinista en las que, solo o acompañado, Charlet nos describe con pasión lo mejor de su vida. Como si de un Homero de los Alpes se tratara, las páginas de Charlet en Vocación Alpina describen con acierto las aventuras de muchos hombres de montaña entregados a ella como los héroes homéricos a su destino.

    Se hizo una pelicula sobre su actividad alpinista: Asalto a las Agujas del Diablo

Vocacion Alpina, de Armand Charlet, Editorial Desnivel, primera edición del 2000, 196 páginas

lunes, 11 de febrero de 2013

MISION EN LA HABANA, SEVILLA Y OTROS RELATOS, de Norman Lewis





    El segundo tomo que recoge los artículos de Norman Lewis demuestra su gran pasión latinoamericana, y su preferencia por testar él mismo las opiniones que la ciudadanía expresa en los momentos de cambio. Cuando la sociedad esta sufriendo una brusca transformación  o el abandono de viejos usos que se resisten a morir, coge un avión y se va para allá. Con diferentes resultados. El ultimo capítulo, dedicado a Paraguay en los años 70 debido a la cacería humana de indígenas, cumple su función, porque nos pone los pelos de punta frente al genocidio de los indios, en este caso los guayakí, con la anuencia del gobierno, las autoridades locales y los misioneros protestantes norteamericanos. Este vuelve a ser uno de esos artículos que te dejan mal cuerpo, porque de una forma u otra, como ya reseñamos en otro libro, Calle Amazonas, sigue ocurriendo: el sufrimiento de estas comunidades es pavoroso, y el manejo de quienes tenían el poder, repulsivo.

La Habana
    Otro resultado muy diferente obtiene de su visita a Panamá durante unas elecciones en las que no parece poder contar nada el día de la votación. Por una vez, contrata una excursión al interior de la selva para ver qué hay y como es la vida allí con los indígenas. Típico caso en el que la aventura está en el viaje, no en el final del viaje (una pifia).

    El libro comienza con un par de entrevistas a generales cubanos retirados hechas cuando Ian Fleming (el creador de James Bond, que entonces era redactor de un periódico londinense) le envía a enterarse de qué va esa invasión de Fidel por medio de otra entrevista con Hemingway, por si va en serio la cosa. Y es que la admiración por el escritor norteamericano podía nublar el juicio incluso del mismo escritor.

   Pero el choque entre el poder y el indígena vuelve al capítulo "La tierra prometida blanca", donde el gobierno boliviano quería reasentar a los colonos blancos expulsados de los países sudafricanos. A través de ellos esperaba explotar las riquezas de un país tremendamente rico pero a expensas del medio ambiente y de los primeros habitantes de la tierra. Ofrece una entrevista con un pastor evangelista norteamericano y agente de la CIA. También no están lejos los alemanes que perdieron la II Guerra Mundial en este sistema de esclavitud moderna.

Cerdeña
    Reseña a parte merece la mención a la antigua colonia portuguesa de Gao, en la India, otro ejemplo más de lo que fue la descolonización para los residentes, con su pasado y su futuro. Decir que con un trozo del brazo incorrupto de San Francisco Javier un papa aprovechó para curarse las almorranas. En fin, cosas que pasan.

    En el capítulo dedicado a Napoles se emplea de nuevo para describir una ciudad que sigue siendo igual de peculiar por la camorra, el estraperlo y la pobreza en el centro histórico. La historia sobre los cosacos es una continuación de su libro Napoles 1944, porque de allí sale acompañando hasta Khorsamshahr (Irán) a unos miles de soldados soviéticos  expresos, que las han pasado malisimas para volver con sus superiores para una suerte peor.

La Habana
   Queda un capítulo dedicado a Sevilla durante los primeros años 80, donde resalta la transformación de la sociedad española. Visto en plena crisis económica y de valores en 2013, el asunto se lee con amarga ironía. Y otro capítulo, de los mejores, esta dedicado a Cerdeña con motivo del asesinato de un matrimonio ingles por la mafia del lugar, una asociación mucho más arcaica que la siciliana o la napolitana. Parte de la isla se ha resistido a la influencia exterior con todas las armas disponibles cual aldea gala de Asterix pero a precio muy caro.

    En definitiva, otro libro para pasearse por el mundo un poco más y descubrir que el viaje no solo está para hacer bellas fotos como las que ponemos en el perfil de Facebook, para pasearnos nosotros por ellas y recordarlas, sino para conocer a sus protagonistas diarios. Aunque haya que salirse de rutas turísticas, de las calles con más comercios y monumentos, aunque transitemos por vías secundarias que no mencione una guía, siempre habrá otra historia, otra foto, también, para recordar.

MISIÓN EN LA HABANA, SEVILLA Y OTROS RELATOS, CRÓNICAS DE VIAJE 2, de Norman Lewis. Colección Heterodoxos de Editorial Altair, 196 páginas. La edición inglesa es de 1986, esta que manejo es de 2011

domingo, 3 de febrero de 2013

VIAJE AL ARCHIPIÉLAGO MALAYO, de Alfred Russel Wallace





    Una de las cosas más fascinantes de este libro es la síntesis que Wallace consigue de todas sus observaciones para dejarnos unas descripciones detalladas y logradas del enjambre de islas, etnias, religiones y animales sin aburrirnos. Es un muy buen narrador, y las pinceladas nos hacen entender, con gustos muy modernos, cómo era esa clase de mundo, al otro lado del nuestro, hace 150 años. Con Wallace nos convertimos en viajeros privilegiados de paisaje que primero pisaron los portugueses en su búsqueda de las especias, y después los holandeses, que generalizaron el negocio hasta la II Guerra Mundial. El entusiasmo por penetrar en playas y valles que ningún otro europeo pisó antes, o la euforia taxidérmica que le sube a la cabeza cuando empieza a ver las famosas aves del Paraíso, que solo muy rara vez se habían visto en las factorías comerciales del Indostán, es algo admirable. Solo Linneo había recibido trozos de ese pájaro en Europa, y eran muy codiciados como en su época los tulipanes o en la nuestra... tantas cosas de lujo. Y para estudiarlos de cerca, disecarlos y enviarlos a los museos de ciencias naturales británicos, al bueno de Wallace no se le ocurría otra cosa que disparar a todo lo que le gustaba: una pena la matanza de distintas especies de monos porque para obtener un orangután, por ejemplo, varios más se quedaban enganchados en ramas inaccesibles o escapaban heridos. Los pájaros raros se los cazan los aborígenes, y para el tema de los insectos se basta él solito.
    Entre 1854 y 1962 Wallace tuvo tiempo de ser un fino observador de las costumbres indígenas, y sensible como era a las formas de vida diferentes (y a enjuiciarlas según su imperial criterio), nunca es amargo con esos temas. Es ahí cuando sale a relucir su formación como ingeniero civil y su conocimiento del incipiente socialismo utópico. Además, ni la recurrente malaria puede con su entusiasmo. Ya en su época comprueba que muchas especies retroceden en sus hábitats naturales: en Malaca, por ejemplo, donde un quedaban rinocerontes y tigres, el elefante estaba ya en regresión. Describe Singapur, y en Borneo captura más de 2000 coleópteros diferentes. En Palembang (Sumatra) se instala en palafitos, y en la colonia portuguesa de Delli comprueba que 3 siglos de dominio portugués no ha mejorado la vida de los malayos para nada. Describe a los habitantes de Timor, la colonia holandesa de Macassar y al rajá de Goa y las cascadas del río Maros. Sufre terremotos que nos recuerdan los más recientes en la zona de Malaca y contempla el espectáculo de los geiseres, las fuentes termales y los volcanes de lodo.
    Por fin llega al archipiélago de Banda, con volcán y fumarola incluida, selvas exuberantes y playas de postal. Los dueños esta vez son los holandeses, porque se cultiva la nuez moscada. Wallace admira a los holandeses por encima de todos. Se suele mencionar su descripción de la rana voladora, pero yo añadiría otros: el de la tormenta en plena selva de Ceram (Molucas), un ataque de los ácaros sobre su piel o la torta de sagú.

    En al archipiélago de Arús descubre que cuando los indígenas papús quieren vender pescado por la calle gritan ¡Chocolate! Así, como lo lees. En el poblado de Dorey, Nueva Guinea  la malaria por fin le vence. Finalmente se hizo con 125.000 especímenes de los cuales 1000 eran nuevos. Su relato está dedicado a Darwin, a quien le propuso su modelo de evolución y selección natural, similar al suyo, por carta cuando éste ya llevaba tiempo pensándolo. Los dos publicaron sus razonamientos en el mismo año. Siguió publicándose su relato malayo regularmente hasta los años 20 del siglo XX. John Stuart Mill alabó el libro y Joseph Conrad lo utilizó para documentarse para Lord Jim.

Viaje archipiélago malayo, de Alfred Russel Wallace, en Editorial Espasa Calpe, año 2005. 163 páginas
 

viernes, 1 de febrero de 2013

SIETE VIDAS, de David Howath


     Llega el invierno y con ello una saturación de vídeos de freeriders, los esquiadores lanzándose a tumba abierta por pendientes imposibles. No esta mal. Ahora pongamos a los moradores de una aldea en su lugar,  viéndoles hacer algo parecido con el equipo de hace casi 100 años, por un territorio invernal que no osan pisar cuando arrecian las tempestades por paramos y cordilleras solitarias. Sin cobertura ni GPS. Arrastrando a un tío en un trineo, un tal Jan, de Oslo, que ha estado desorientado por valles vacíos de vida humana, cegado por la nieve, recién salido de un alud y un tiroteo. Los hombres del fiordo, pescadores que llevan una vida de subsistencia, deben buscar un trayecto fuera de los caminos conocidos, y desean salvar a Jan a toda costa porque se le están gangrenando los pies. 

    Sin duda pensaremos que la penuria es infinita, y que la belleza de esos paisajes nórdicos, los fiordos en torno a Tromso y la cordillera de Lyngen está muy bien en la pantalla de TV, pero que aquello puede ser un laberinto de trampas debido a la mala climatologia al final del invierno y a la ausencia de recursos humanos en esa región deshabitada. Esta historia, la de Jan luchando por sobrevivir en la nieve y afectado por congelaciones, nos recordaría las agonías de Joe Simpson y su Tocando el vacío, el libro y la película que se hicieron de ello. Si a este cuadro le agregamos unos cuantos pescadores noruegos, que viven cerca de Tromso y de Nordkapp, por encima del Circulo Polar Artico, y los contemplamos esquiando por esos parajes hasta que los lapones se hagan cargo de él y lo pongan a salvo en Suecia, ya solo nos queda agregar el último ingrediente de este libro: a unos malos muy malos persiguiéndolos, los nazis. Así el cuadro está completo, tenemos una historia completa, real, y digna de Spielberg y su Salvar al soldado Ryan.
    La realidad de la historia es que Jan Baalsrud se fugó de Oslo cuando Noruega fue ocupada por los nazis, los británicos lo entrenaron y partió con una docena de compañeros para desarrollar una campaña de sabotaje contra instalaciones militares alemanas en la región de Tromso. Todo salió mal desde el principio, y solo sobrevivió Jan del conjunto del comando. Pero intentó, pese a todo, salir bien parado siendo que, para él, esa región ártica de su país le era desconocida. Todo hubiera sido una historia más de guerra si no le hubiera caído el alud y hubiera sobrevivido, solo, a las condiciones de intemperie en el invierno ártico de forma milagrosa. El interés del libro recae en conocer la vida rural de un país hoy muy rico pero entonces muy pobre, y en lo difícil que es esquiar y sobrevivir fuera del refugio de una casa en los temporales que por allí arrecian. Lo de menos son los soldados alemanes en la narración, y si el ambiente que se respira de la naturaleza amenazadora para un hombre en las últimas y los que le ayudan, arriesgando la vida, a llegar a una nación neutral.

    El libro recoge algunas fotos en las que los mismos protagonistas, años después, recrean todos los sucesos en los mismos lugares: la cabaña aislada del fiordo donde se escondió, el trineo, el lapón que lo sacó de allí, etc. De los 9 dedos de los pies que el mismo se cortó (gracias a eso salvó el resto), de la cueva entre la nieve donde se hospedó semanas a punto ya de la inanición, o de la explosión del barco no hay registro gráfico.

     El viaje fue ese, téngase en cuenta que si ahora no hay palmo de terreno sin explorar, por entonces hacer aquel viaje precario era todo un mundo de dificultades y desconocimiento. Los únicos que si conocían el terreno que pisaban eran los lapones, a quienes la guerra no les implicaba y que eran una cultura aparte y hasta un poco menospreciada según se aprecia en la actitud del mismo autor al hablar sobre ellos.

    Años después se creó una ruta excursionista que sigue el mismo trazado descrito en el libro: http://karlsoy.com/baalsrud/. En el mapa adjunto aparece como linea azul.

    Las guerras cruentas suelen tener historias peculiares como estas, que no van de guerra sino de gente puesta al limite como en este caso. Este libro lo encontré en una feria del libro antiguo, y venia con la firma autógrafa del mismo Jan Baalsrud, toda una sorpresa. La historia es buena, el autor no lo estropea demasiado, y tuvo a su Spielberg en Arne Skouen, que la rodó en 1959 bajo el título Ni Liv (Nueve vidas, pero ¿por qué la traducción castellana es Siete Vidas?), llegando a ser nominada para los Oscars de entonces. El libro original se titulaba We die alone, y su autor es otro soldado entrenado para misiones especiales de la II Guerra Mundial. Howarth es un escritor mediocre, pudo haber sacado mucho más de esa historia.

    Los últimos años de Jan los pasó en Tenerife, casado con una isleña. Esa parte de su vida ya es más normal de encontrar.

Siete vidas, de David Howarth. Editado por Litografía A. Romero, 1975. 260 páginas, en librerías de segunda mano