Un día de octubre de 1702, frente a las Islas Cíes, en la desembocadura de la ría de Vigo, Galicia, los vigías de las torres que puntean la costa tan abrupta divisaron una flota de varios galeones y otros barcos. Una flota que llevaba 3 años esperando en Cuba a que las condiciones climatologías y, sobre todo, los piratas de la época, les dieran la oportunidad de sacar un cúmulo de riquezas en oro, plata y artículos de lujos como pocas veces se había expoliado del continente americano. En sus bodegas estaban los recursos económicos de tres años, y en esta ocasión se habían unido las flotas retrasadas para probar suerte juntas durante la travesía.
En aquella época, como en todas hasta hoy, la rivalidad entre naciones europeas era ante todo una escalada en el consumo de recursos para imponer un poder hegemónico a todo lo largo de Centroeuropa y los reinos del sur. Y ahí entraba como una bala de cañón el oro de América.
Costa de Baiona |
Lo que no sabía el rey español es que la cosa se le iba a complicar: una escuadra angloholandesa, que venía malparada de un asedio a la ciudad de Cadiz, se iba a enterar de esa llegada de la flota y cayó sobre ella, en la bahía de la aldea de Randa, como una bandada que nada tenía que perder y sí todo por ganar.
Islas Cíes |
El libro nos habla, en realidad, de un fracaso. El belga Robert es un hombre muy conocido en el mundo del buceo, a él llegó leyendo libros de cazadores de tesoros, y comenzó buscando en archivos y bibliotecas el tesoro que pudiera descubrir. Según los medios de que disponía, echo el ojo a los famosos galeones hundidos en la batalla naval de Rande, un poblado a la entrada de la ría de Vigo. Fue un fracaso porque allí, bajo el cieno marítimo, enredado en las algas, escondido en un fondo marino anfractuoso como un laberinto de picos y valles, quedaron enterradas muchísimas horas de su vida con el oxigeno a la espalda, se hundió un montón de dinero (el suyo y el de su socio norteamericano John Potter) y otro montón de paciencia con las incompetentes autoridades españolas (Robert alucinaba con su forma de funcionar; supongo que entonces nació el otro tópico que resuena en Europa: "España es diferente"). Con quienes sí mantiene una extraordinaria paciencia es con los pescadores gallegos, conocedores como nadie de esas aguas y sus bajíos, de tal manera que cuando el grupo de buceadores de Robert no encontraba los pecios que buscaba (preferentemente los galeones españoles, no la escuadra francesa que les ayudó en la defensa), preguntaban a un gallego cerrado. Hoy, 50 años después de aquel trajín de barcos y buzos husmeando como sabuesos cada banco de arena con el tubo de una aspiradora, deben estar todavía desencajados de la risa, porque cada uno le contaba su teoría. Ellos miraban lo que hacían desde sus barcas o desde el muelle, y Robert se dirigía a ellos para saber dónde podía haber un galeón hundido. Pero con un gallego no se sabe si viene o va, si sube o baja o te responde a la gallega: eso era antes muy típico. En esas redes también se enzarzó el bueno de Robert, que aun así les guarda mucho cariño.
¿Qué quedó de todos sus viajes a la España profunda de 1954 a 1958? ¿Qué de las aventuras en un fondo marino con muy poca visibilidad pero lleno de vida? Concretamente esto: unas descripciones bellas de esos peces, de esos fondos cuando la resaca mermaba. Unos hallazgos materiales, restos sueltos de los pecios, que no justificaban el esfuerzo económico por encontrarlos. Pero desde la primera hasta la última página, la experiencia de un hombre que hizo suya la aventura de buscar tesoros hundidos, y esa pasión por el buceo, la inmersión en lugares esplendidos y muchas veces tan sorprendentes. Si eres una persona de secano, bucear es... otro mundo. Lo más parecido a volar por tus propios medios. Robert no deja de transmitirnos en sus páginas esa pasión por buscar mundos sumergidos con una historia por desenterrar. Lo de menos, leyendo su libro, ha sido el oro.
Su carrera de arqueólogo submarino ha tenido mejores éxitos desde entonces. No parece que se arrepintiera de abandonar los estudios de ciencias políticas en su juventud por un fracasado intento de encontrar un tesoro fabuloso. Esto genera muchas controversias sobre la legalidad y legitimidad de su trabajo, como se viera recientemente en el caso del Odissey. He aqui una entrevista : ROBERT STÉNUIT - ESCRITOR, ARQUEÓLOGO SUBMARINO, BUCEADOR.
También Potter y otro compañero buzo, Lee Owen, contaron en libros y documentales los años de investigación y exploración. La última campaña de investigación data del 2007 con el objetivo de hacer un museo de la batalla. Ha localizado un galeón español y un buque francés además de otros pecios de esa época y de siglos posteriores. Las últimas teorías suponen un cargamento total de... 15000 millones de euros!!!! Una cantidad fabulosa en su época, sobre la que todos, en sus informes, mintieron: una gran parte iba de contrabando para los grandes comerciantes y la nobleza. Todos los funcionarios estaban comprados en la famosa Casa de Contratación de Sevilla, nada figuraba correctamente en los papeles y solo el rey descargó su parte. Los borbones se afianzaron en el trono español con ese dinero (con 393 toneladas de plata ganaron la Guerra de Sucesión y lograron el cambio de dinastía en España).
En cuanto al tesoro, puede que sea el mayor bajo las aguas. Hasta en capitán Nemo, en su viaje submarino, lo rescataba para sufragar sus paseos en la mente imaginativa de Julio Verne. La parte del león era el galeón Santo Cristo de Maracaibo, que a los ingleses se les hundió al sur de las Islas Cíes en su afán por remolcarlo. Incluso el rape que rescataron de otros barcos se hizo desde entonces popular en su uso.
He aqui otros intentos en la historia de capturar tesoros: El otro Banco de España
TESOROS Y GALEONES HUNDIDOS, de Robert Stenuit. Editorial Juventud, 1962, 224 páginas
TESOROS Y GALEONES HUNDIDOS, de Robert Stenuit. Editorial Juventud, 1962, 224 páginas