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viernes, 29 de junio de 2018

PETE TOWNSHEND. WHO I AM, de Pete Townshend

PETE TOWNSHEND. WHO I AM, de Pete Townshend 

    "Me recuerdo con la chaqueta de ante y la Rickenbacker, saliendo de las entrañas de la tierra en la parada de Piccadilly, y sintiendo que no había otra cosa en el mundo que deseara hacer. Era un músico de R&B con un bolo apalabrado. Era una gran aventura y yo rebosaba de ideas. En mis cuadernos dibujaba camisetas Pop-Art, utilizaba medallas, galones y la bandera nacional para ornar chaquetas que luego me pondría. En aquellas sesiones del Marquee sentí, al igual que muchos asistentes, que el fenómeno mod ya era algo más que un estilo: se había convertido en una voz, y los Who éramos su gran medio de expresión."

miércoles, 27 de junio de 2018

LA CANCION. LA GUERRA NO TIENE ROSTRO DE MUJER, de Svetlana Alexievich

LA CANCION. LA GUERRA NO TIENE ROSTRO DE MUJER, de Svetlana Alexievich

«Una vez, después de un concierto… Fue en un hospital de evacuación muy grande… Se me acercó el médico jefe y me pidió: “Tenemos un paciente grave, es un tanquista, está en una habitación individual. Prácticamente no reacciona ante nada, tal vez le ayude su canción”. Fui a la habitación. Toda mi vida recordaré a ese hombre que había salido de milagro de su tanque en llamas. Las quemaduras le cubrían todo el cuerpo. Estaba tendido en la cama, inmóvil, su rostro sin ojos era completamente negro. Sentí un nudo en la garganta, me costó unos minutos dominarme. Luego comencé a cantar en voz baja… Vi de pronto que el rostro del herido se movía ligeramente. Susurró algo. Me incliné y escuché: “Cante más…”. Canté más y más, todo mi repertorio, hasta que el médico me dijo: “Creo que se ha dormido…”».

POR QUÉ ODIABA A LOS VIETNAMITAS. UN RUMOR DE GUERRA, de Philip Caputo

POR QUÉ ODIABA A LOS VIETNAMITAS. UN RUMOR DE GUERRA, de Philip Caputo



    "En la tarde del cuarto día atravesamos Giao-Tri, el caserío que la tercera sección había destruido anteriormente. Algunos aldeanos seguían allí y buscaban sus pertenencias, entre montones de cenizas y esqueletos chamuscados, en lo que habían sido sus hogares. Un anciano se acercó arrastrando los pies, con una marmita parcialmente quemada en la mano. Él y los demás —eran unos seis— se detuvieron para observarnos mientras pasábamos. Todavía los veo, vestidos de harapos de algodón, de pie contra un telón de fondo de escombros y árboles ennegrecidos, contemplándonos con una pasividad que no era sumisión. Al principio me embargó una sensación de culpa y compasión. Incendiar su aldea había sido una demostración de lo peor que había en nosotros y yo habría agradecido la posibilidad de mostrarles lo mejor que había en nosotros. Instintivamente quise hacer algo por ellos como reparación de lo que ya les habíamos hecho. Claro que no podríamos haber hecho demasiado salvo, quizá, regalarles nuestra comida y nuestros cigarrillos. Gustoso lo habría hecho, habría vaciado mis bolsillos y mi mochila, habría ordenado a mi sección que vaciara los suyos, pero la pétrea frialdad de los aldeanos me detuvo. No parecían desear que hiciéramos nada. Se limitaron a permanecer allí, silenciosos e inmóviles, sin mostrar pesar, ni ira, ni temor. Sus ojos apagados e imperturbables poseían la misma indiferencia que había visto en la mirada de la mujer cuya casa habíamos registrado en Hoi-Vue. Era como si consideraran el arrasamiento de su aldea como un desastre natural y, al aceptarlo como parte de su sino, no sintieran por nosotros más de lo que podían sentir por una inundación. Tal pasividad me pareció inhumana. Podía tratarse de una máscara estoica que ocultaba profundos sentimientos de tristeza o de furia, pero si se trataba de eso, su capacidad de controlar las emociones resultaba igualmente inhumana. Así, mi conmiseración por ellos se transformó rápidamente en desprecio. No se comportaban como yo esperaba que lo hicieran, es decir como harían los norteamericanos en circunstancias similares. Los norteamericanos habrían hecho algo: adoptarían una expresión furiosa, blandirían los puños, llorarían, correrían, exigirían compensaciones. Aquellos aldeanos no hicieron nada y por eso los desdeñé. Su aparente indiferencia por lo que había ocurrido me volvió indiferente. ¿Por qué sentir compasión por gente que parecía no sentir nada por sí misma? Porque yo no tenía noción del sufrimiento que constituía su existencia cotidiana. Enfrentados con la enfermedad, las malas cosechas y, sobre todo, con la violencia azarosa de una guerra interminable, habían adquirido la capacidad de aceptar lo que nosotros habríamos encontrado inadmisible, de sufrir lo que nosotros habríamos considerado insoportable. Así lo exigía su supervivencia. Como las grandes montañas de Annam, duraban."

EL MEJOR SOLDADO. UN RUMOR DE GUERRA, de Philip Caputo

EL MEJOR SOLDADO. UN RUMOR DE GUERRA, de Philip Caputo 

    "...no pude dejar de admirar su determinación de hacer las cosas como se suponía debían hacerse. Creo que fue la fidelidad a las normas lo que lo mató. Malherido en las piernas, no tenía por qué arriesgarse en el intento de rescatar al enfermero. Podría haber permanecido a cubierto sin perder el honor, pero habían machacado nuestras cabezas diciéndonos que un marine nunca deja a sus heridos expuestos al fuego enemigo. Nunca debíamos dejar a nuestros heridos en el campo de batalla. Debíamos retirarlos, alejarlos del peligro aunque arriesgáramos nuestra propia vida. Ésta era una de las normas que se esperaba cumpliríamos. Yo sabía que no podría haber hecho lo mismo que Levy. Éste se había arrastrado con las piernas heridas y tratado de salvar al enfermero que creía aún vivo. Y probablemente lo había hecho como solía hacerlo todo: con naturalidad y pensando que era lo que debía hacer.
    Pero yo seguía sin poder recordar lo que me había dicho aquella noche en Georgetown. Quiero recordarlo ahora, recordar qué me dijiste, Walter Neville Levy, cuyo fantasma todavía me persigue. No, podía no ser algo importante ni profundo, pero eso no importa. Lo que importa es que entonces estabas vivo, estabas vivo y hablabas. Si pudiera recordar lo que dijiste, podría hacerte hablar en esta página y quizá convertirte en algo tan vivo a los ojos de los demás como sigues siéndolo a los míos.
    Mucho se perdió contigo: mucho talento, mucha inteligencia, mucha dignidad. Fuiste el primero en morir de nuestra clase de 1964. Hubo otros, pero tú fuiste el primero y además encarnabas lo mejor de nosotros. Eras una parte de nosotros y una parte de nosotros murió contigo, la pequeña parte que todavía era joven, que todavía no se había vuelto cínica, amarga y vieja con la muerte. Tu valor fue un ejemplo para nosotros y cualesquiera sean los aciertos y los errores de la guerra, nada puede disminuir la rectitud de lo que intentaste hacer. El tuyo fue el amor más elevado. Moriste por el hombre al que intentabas salvar y moriste pro patria. Tu muerte no fue dulce ni justa pero estoy seguro de que moriste convencido de que era pro patria. Fuiste leal. Tu país no lo es. Mientras escribo, once años después de tu muerte, el país por el que moriste desea olvidar la guerra en que moriste. Nombrarla es una maldición. No hay monumentos a sus héroes, ni estatuas en plazas de poblaciones pequeñas y parques de las ciudades, ni placas, ni coronas públicas, ni conmemoraciones. Porque las placas y las coronas y las conmemoraciones son recordatorios y a tu país le resultaría más difícil hundirse en el olvido que anhela. Desea olvidar y ha olvidado. Pero unos pocos recordamos, gracias a las pequeñas cosas que nos hicieron amarte: tus gestos, tus palabras, tu figura. Te amamos por lo que fuiste y por lo que representabas."

martes, 26 de junio de 2018

DOPAJE PARA RENDIR MÁS. LA SOCIEDAD DEL CANSANCIO de Byung-Chul Han

DOPAJE PARA RENDIR MÁS. LA SOCIEDAD DEL CANSANCIO de Byung-Chul Han

    "Si el dopaje estuviera permitido también en el deporte, este se convertiría en una competición farmacéutica. Sin embargo, la mera prohibición no impide la tendencia de que ahora no solo el cuerpo, sino el ser humano en su conjunto se convierta en una «máquina de rendimiento», cuyo objetivo consiste en el funcionamiento sin alteraciones y en la maximización del rendimiento. El dopaje solo es una consecuencia de este desarrollo, en el que la vitalidad misma, un fenómeno altamente complejo, se reduce a la mera función y al rendimiento vitales. El reverso de este proceso estriba en que la sociedad de rendimiento y actividad produce un cansancio y un agotamiento excesivos. Estos estados psíquicos son precisamente característicos de un mundo que es pobre en negatividad y que, en su lugar, está dominado por un exceso de positividad. No se trata de reacciones inmunológicas que requieran una negatividad de lo otro inmunológico. Antes bien, son fruto de una «sobreabundancia» de positividad. El exceso del aumento de rendimiento provoca el infarto del alma."

LA JUVENTUD INGLESA DE POSGUERRA. WHO I AM, de Pete Townshend

LA JUVENTUD INGLESA DE POSGUERRA. WHO I AM, de Pete Townshend 

  "Sin duda, yo debía lidiar con problemas psicológicos que mis amigos más cercanos y colegas de grupo no compartían. Yo sufría una honda vergüenza sexual a raíz de mis tratos con Denny, a pesar de que había relegado los detalles fuera del alcance del recuerdo. ¿Por qué debería sentir vergüenza una víctima de abuso infantil? Sigo sin tener la respuesta a esa pregunta, pero la causa puede estar en nuestra tendencia a cargar con las culpas cuando somos niños. Quizá obedezca a la pretensión de que tenemos cierto grado de control sobre nuestras vidas, ya que aceptar lo contrario podría volvernos locos.
  En aquella época no tenía idea de cuántas personas debían lidiar con sentimientos parecidos. En los años de la inmediata posguerra en Gran Bretaña había tantos críos que habían experimentado traumas terribles que resultaba habitual cruzarse con jóvenes tremendamente confundidos. La vergüenza conducía al secretismo; el secretismo, a la alienación. De todos esos sentimientos brotaba en mí la convicción de que los daños colaterales infligidos a los que crecimos en la posguerra debían confrontarse y expresarse a través de todas las formas populares de arte; no sólo de la literatura, de la poesía o del Guernica de Picasso. También de la música. En el camino hacia la verdad, el buen arte no puede más que desbaratar la negación.
  Con los Who sentía que tenía la posibilidad de crear una música que se convirtiera en parte de la vida de los demás. Más que el modo en que nos vestíamos, nuestra música daría voz a todo lo que necesitábamos expresar: como grupo, como pandilla, como hermandad, como sociedad secreta, como subversivos. Yo veía a los artistas del pop como espejos de su audiencia, que desarrollaban maneras de reflejar y decir la verdad sin miedo.
  Con todo, yo tenía más claro el medio que el mensaje. Dios mediante, esperábamos no acabar cantando sobre enamoramientos o incurables añoranzas. Así pues, ¿qué cabía decir?
  Había encontrado un sonido nuevo. Ahora necesitaba las palabras."

viernes, 22 de junio de 2018

EL ATAUD. LA GUERRA NO TIENE ROSTRO DE MUJER, de Svetlana Alexievich

EL ATAUD. LA GUERRA NO TIENE ROSTRO DE MUJER, de Svetlana Alexievich

»Ya atravesábamos Prusia Oriental, todos hablaban ya de la Victoria. Y él murió… Perdió la vida en el acto… Metralla… Muerte instantánea. En un segundo. Me informaron de que lo habían traído, vine corriendo… Le abracé, no dejé que se llevaran su cuerpo. A sepultar. Cuando la guerra, los enterraban rápidamente: morían de día y, si el combate era corto, enseguida los recogían a todos, traían los cadáveres de todas partes y cavaban un gran hoyo. Echaban tierra por encima. A veces era arena seca. Si mirabas mucho esa arena parecía que estuviera moviéndose. Era estremecedor. La arena se agitaba. Porque debajo… Para mí debajo se encontraban los vivos, hacía nada todos ellos estaban vivos… Los veía, les hablaba… No me lo creía… Nosotros estábamos aquí, pisando el suelo, y no creíamos que ellos ya estaban allí… ¿Dónde?

»No permití que le enterrasen enseguida. Quise que tuviésemos otra noche. Sentarme a su lado. Mirar… Tocar…

»Por la mañana… Decidí que lo llevaría a casa. A Bielorrusia. Estaba a miles de kilómetros. Las carreteras de guerra… El mundo patas arriba… Todos creían que me había vuelto loca de dolor. “Debes calmarte. Necesitas dormir”. ¡No! ¡No! Yo iba de un general a otro y así subí hasta el comandante del frente, Rokossovski. Al principio me lo negó… ¡Es una locura! Cuánta gente había sido sepultada ya en las fosas comunes, en suelo ajeno…

»Logré que me volviera a recibir.

»—¿Quiere que me ponga de rodillas?

»—La comprendo… Pero él está muerto…

»—No tengo hijos de él. Nuestra casa se quemó. Hasta las fotografías se han perdido. No me queda nada. Si lo llevo a casa, al menos tendré su tumba. Y tendré un lugar al que regresar después de la guerra.

»Se calló. Cruzaba el despacho a grandes pasos. Caminaba.

»—¿Alguna vez ha amado usted, camarada mariscal? Yo no entierro a mi marido, entierro a mi amor.

»Silencio.

»—Entonces también quiero morir aquí. ¿Para qué voy a vivir sin él?

»El silencio era largo. Después se me acercó y me besó la mano.

»Me facilitaron un avión especial para una noche. Subí al avión… Abracé el ataúd… y me desmayé…».
Kiev, June 23, 1941

jueves, 21 de junio de 2018

LA GUERRA DE GILA. Y ENTONCES NACÍ YO, de Miguel Gila

LA GUERRA DE GILA. Y ENTONCES NACÍ YO, de Miguel Gila 

    "El teniente instructor, militar de carrera, se colocó en un lugar que se suponía que era el puesto de mando, y cada uno de nosotros entraba para pedir el permiso. Aquello más que una clase teórica fue lo más parecido a un circo. Entró el primero, y de entrada —no había puerta— con la boca imitó el ruido de una llamada, “tam, tam”, al tiempo que golpeaba en el aire con el puño. Los que esperábamos turno no pudimos evitar una carcajada, pero el teniente instructor no se dio por enterado y dijo:
—¡Adelante soldado!
El soldado, un madrileño castizo de Vallecas, pero bruto bruto, dijo:
—A tus órdenes, oye, teniente.
   El teniente, con mucha paciencia, le explicó lo de el usted a los superiores y le dijo que suprimiera el “oye” y lo cambiara por “mi teniente”, luego le mandó salir y entrar de nuevo. El de Vallecas obedeció y volvió a golpear en el aire con el puño y otra vez con la boca el “tam, tam”. Y el teniente:
—¡Adelante soldado!
Y entró el de Vallecas. Esta vez al pie de la letra:
—¡A sus órdenes, mi teniente!
   Nos dieron ganas de aplaudirle.
—¿Qué desea, soldado?
—Quiero que me des, o sea que…, coño me se olvida lo del usté, que me dé usté permiso pa irme a mi casa, porque han bombao el Puente Vallecas y a mi hermana l’an jodío una pierna.
   El teniente le corrigió:
—Han bombardeado.
—Bueno, sí, eso.
—Está bien, soldado, tiene usted cinco días de permiso. El siguiente.
   Y el siguiente, más bruto que el de Vallecas, dijo:
—¿Da su permiso pa’ entrar?
—Adelante.
—Muchas gracias, teniente mío.
   Aquello nos provocó otra carcajada. El teniente también estuvo a punto de reír, pero su condición de teniente se lo impidió; no obstante, con un gran sentido del humor, dijo:
—Procura decir “mi teniente” en lugar de “teniente mío”, porque lo de teniente mío se presta a que yo te conteste: “Pasa vida mía”.


miércoles, 20 de junio de 2018

Y ENTONCES NACÍ YO, de Miguel Gila

Y ENTONCES NACÍ YO, de Miguel Gila

    "Me gusta el invierno, aborrezco el verano y aborrezco a los turistas de playa. Aborrezco a la gente que habla a gritos. Aborrezco a esa gente que entra en un restaurante donde están vacías todas las mesas y se sientan precisamente en la que está junto a la nuestra. Aborrezco a los que, mientras me están contando algo, repiten cada dos minutos: “No sé si me entiendes”, de la misma manera aborrezco a los que acompañan sus palabras dándonos golpecitos en el pecho, en el estómago o en el brazo. Aborrezco a los que cuando sale en la pantalla del cine la torre Eiffel, le dicen a su mujer: “Mira, París”.
    Esto puede parecer irreal, onírico, pero envidio a los pobres, no a los pobres que padecen hambre y no consiguen o no pueden mantener una familia, amo a los pobres vocacionales, a los que han dado la espalda a la sociedad, envidio su libertad, su haber sabido descolgarse de la burocracia, de las cuentas bancarias, de los créditos y los préstamos."

IRSE A LA MILI. UNA SENSACIÓN EXTRAÑA, de Orhan Pamuk

IRSE A LA MILI. UNA SENSACIÓN EXTRAÑA, de Orhan Pamuk

    "Antes de convertirse en un hombre, Mevlut no hacía distinción entre su cuerpo y su mente y su alma, pensaba en todos ellos como el 'yo'. Pero en la mili comprendió, ya desde el primer reconocimiento, que no iba a ser el único dueño de su cuerpo; es más, era mejor encomendárselo a sus oficiales porque eso le permitiría salvar su alma y conservar sus sueños y sus pensamientos para sí mismo"

HENRY DAVID THOREAU,

ARBOLES

    "Veo que la generación que está creciendo en esta ciudad desconoce lo que es un roble o un pino, al haber visto únicamente especímenes inferiores. ¿Contrataremos a un hombre que dé clases de botánica, por ejemplo, sobre los robles, nuestras plantas mas nobles, mientras permitimos que otros talen los escasos y mejores especímenes de estos árboles que quedan? Es como enseñar latín y griego a los niños al tiempo que quemamos los libros escritos en esas lenguas"
 Huckleberries

martes, 19 de junio de 2018

LA CARA OESTE DEL JIRISHANCA. JEFE DE CORDADA, de Ricardo Cassin

LA CARA OESTE DEL JIRISHANCA. JEFE DE CORDADA, de Ricardo Cassin

    "Todos estamos tensos en el esfuerzo de superar el último tramo que nos separa de la cima. Después de una escarpada pendiente de hielo, cubierta de nieve inestable que lleva a una cresta, atravesamos a la derecha y llegamos a una canal, también con nieve inconsistente. Pasado un pequeño collado, debemos vencer la parte superior del hongo que forma la cima, afrontando un hielo poco fiable, esponjoso y suelto en la superficie. El piolet entra entero, el pie cede y no puede impulsarse para el movimiento sucesivo.
    El frágil casquete de hielo de la cima parece querer defender la inviolabilidad de este nevado, de 6126 metros de altura. De repente ya no veo a Ferrari y Lafranconi, que han ido hacia el otro lado para buscar cómo seguir. Vivo instantes trepidantes… He pasado muchos momentos buenos y malos en la montaña: el sufrimiento, la alegría, las emociones se suceden. Además del físico templado es necesaria mucha fuerza de voluntad y orgullo, pero son requisitos que a mí y a mis valerosos compañeros no nos faltan.
    Ferrari, asegurado por Lafranconi, con gran fuerza de carácter no desiste y vuelve a intentarlo, asegurando el paso con tacos de madera (obtenidos cortando leña con los piolets) hasta que consigue superar el último tramo y alzarse en la cima. Son las dos y media e, inmediatamente después, todos llegamos a la cima.
    Estoy emocionado y feliz. Con sesenta años cumplidos, junto a los queridos chicos que son como yo, miro el mundo desde esta cima. Mi mente esta como drogada de un silencio infinito. El abrazo que nos intercambiamos es casi mudo: cada uno de nosotros vive la unión completa con la montaña dominada, cada uno según su propia sensibilidad particular. Abajo en la gruta daremos desahogo a nuestra alegría."
Jirishanca, cara oeste

HENRY DAVID THOUREAU

"Siento que mi vida es muy sencilla y mis placeres, muy baratos. Alegría y pena, éxito y fracaso, grandeza y mezquindad y, de hecho, la mayoría de las palabras no significan para mi lo mismo que para mis vecinos"
Diarios, 18 de octubre de 1856

MUJERES DE LA RESISTENCIA. COMBATIENTES EN LA SOMBRA, de Robert Gildea

MUJERES DE LA RESISTENCIA. COMBATIENTES EN LA SOMBRA, de Robert Gildea

    "En 1984, se entrevistó a Jeanette, una viuda de setenta años que había sido agente de enlace en la zona carbonera del Pas-de-Calais, y comenzó afirmando: «No tengo gran cosa que contar». Su esposo había sido prisionero de guerra en un campo de concentración en Alemania y no tenían hijos, de modo que cuando un amigo comunista de su esposo le pidió ayuda, ella contestó afirmativamente. Continuó después: «A partir de octubre de 1943, ingresé en los FTP. Llevaba armas y dinamita que los mineros escamoteaban de los pozos. Los tapaba con lechugas y puerros que salían rebosando de mi cesta». Los alemanes solo la pararon una vez:
    'Llevaba cuatro cartuchos de dinamita que iban a ser empleados para volar una torre de tensión. Los había escondido en unas remolachas huecas y con cuidado les había vuelto a poner el extremo más grueso. Les dije a los alemanes: «Son para mis conejos». No siguieron preguntando. Eso sí, continué pedaleando con gran dificultad. Tenía las rodillas entumecidas por los nervios'.
   Es difícil saber por qué Jeanette consideraba que había hecho muy poco por la Resistencia. Quizá no quería eclipsar a su esposo, que había pasado la guerra en un campo de prisioneros de guerra, aunque en el momento de la entrevista ya había fallecido. Quizá consideraba que, ya que solo había transportado armas y explosivos en lugar de manejarlos, su contribución era menos significativa que la de los hombres, que habían apretado los gatillos, aunque se había arriesgado a la deportación y a la muerte tanto como ellos. Quizá era tan solo una de aquellas resistentes cuya modestia era tan grande como su heroísmo."

lunes, 18 de junio de 2018

LOS RECUERDOS DEL ESCRITOR. LIMONES AMARGOS, de Lawrence Durrell

LOS RECUERDOS DEL ESCRITOR. LIMONES AMARGOS, de Lawrence Durrell 

    "...Janis había abierto las habitaciones en que vivía Marie, y yo entré, ocioso, en ellas, para mirar cuan polvorientos estaban los anaqueles y para revisar los varios tesoros cuya historia conocía y que algún día encontraría su lugar en la enorme casa: el arcón español, la celosía morisca, las pinturas y las telas indias, las lámparas egipcias y turcas, y libros por todas partes, apilados, raros compañeros de una soledad no autoimpuesta sino buscada. Un espejo y un peine de Bali, una Tanagra, una estatuilla de hierro de Krishna, una pintura mándala: todas estas cosas se habían prendido al ruedo del vestido de ella en algún veloz y enfático viaje a través del mundo y habían ido a alojarse allí, en las frescas habitaciones de su casa. Ésas son las cosas que el escritor lleva consigo como talismanes, para recordar las experiencias perdidas que algún día tendrá que volver a evocar y remodelar con palabras. Esa bailarina de Bali repite el eco del pasado con toda la fidelidad de un caracol marino llevado al oído."


18 DE JULIO DE 1936. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg

18 DE JULIO DE 1936. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg 

    "Estaba ultimando un libro de relatos breves, Fuera de la tregua. Vino Irina de Moscú. En París hacía un calor insoportable; Liuba e Irina partieron para Bretaña. Les dije que me reuniría con ellas, pero antes tenía que transmitir al periódico la crónica sobre la manifestación del 14 de julio y terminar de escribir el libro. Recuerdo una noche de verano sofocante en la rue Cotentin. Estaba sentado, escribiendo; dejé a un lado el manuscrito y encendí la radio. Léon Blum mantenía una charla con el ministro de Educación… En Madrid, la muchedumbre tomaba al asalto el cuartel de la Montaña… Barcelona… El hotel Colón… La artillería… El general Aranda… Combates en el sector de Oviedo… Muertos, heridos…
    Me levanté de un salto. ¡Tenía que ir a alguna parte! Era tarde: las doce, no encontraría a nadie… No podía permanecer solo en una habitación tan silenciosa.
    Entretanto el locutor refería con toda calma que en la exposición de rosas de Cours la Reine había ganado el primer premio la rosa Madame Meilland…
    Para unos la vida se partió en dos el 22 de junio de 1941, para otros el 3 de septiembre de 1939, para unos terceros el 18 de julio de 1936. En lo que llevo escrito sobre mi vida habrá, con toda probabilidad, capítulos que resulten muy lejanos a mis coetáneos: en otro tiempo tuvimos diferentes destinos, diferentes temas. Pero a partir de la noche que estoy relatando, mi vida empezó a parecerse extraordinariamente a la vida de millones de personas: una pequeña variación sobre el tema general. Unas palabras que todos conocen muy bien definen diez años malos: comunicados, desmentidos, canciones, lágrimas, boletines, alarma aérea, repliegue, ofensiva, permisos, encuentros fugaces en los andenes, conversaciones sobre notas diplomáticas, sobre táctica y estrategia, silencio sobre lo más importante, evacuación, hospitales, enorme oscurecimiento general y, como remembranza del pasado, la luz de la linterna de bolsillo…"
Soldados franquistas encañonan a dos transeúntes en Sevilla el 18 de julio de 1936.

jueves, 14 de junio de 2018

CARIDAD HACIA EL TERCER MUNDO. UNA MAESTRA EN KATHMANDU

CARIDAD HACIA EL TERCER MUNDO. UNA MAESTRA EN KATHMANDU, de Victoria Subirana

    "...centros donde simplemente se enseñaba a leer, a escribir y a repetir lo que sus superiores querían escuchar. Ese tipo de escuelas que, por su falta de rigor cualitativo, nunca serían aceptadas en Estados Unidos, ni en Europa, ni en ningún país desarrollado. Ésos eran proyectos para lavar conciencias, donde se practicaba la falsa caridad. Este concepto de la falsa caridad no se vinculaba sólo al ámbito de apadrinar a un niño y mandarlo a la escuela sino que tenía una extensión más amplia: llegaba de la mano de las donaciones de gente de países ricos, que mandaban cantidades exageradas de ropa, de comida o de otros productos, sin pararse a pensar si los nepalíes las necesitaban o no. Se trataba, generalmente, de cosas que sobraban: vestidos que habían quedado viejos, pequeños, pasados de moda, medicinas caducadas, libros de texto del año anterior, juguetes rotos, en fin, lo que en España solemos llamar «estorbos». Aquello que decidimos tirar cuando nos ponemos a hacer la limpieza de los armarios. Generalmente nos da pena deshacernos de ello; por otra parte, no tenemos suficiente espacio en casa para almacenarlo, así que, si alguna institución de las llamadas «benéficas» viene a casa a recogerlo y además se lo envía a los pobres, nos creemos que estamos haciendo un gran acto de caridad. Aunque pueda parecer una tontería, con este tipo de actuaciones, siempre con la mejor intención, estamos creando un concepto falso de la palabra «cooperación» y también un vínculo vicioso muy negativo, entre el que envía las cosas y el que las recibe.
    La persona que hace una donación de cosas que ya no usa está confundiendo el concepto de «ayudar», que no significa «dar lo que le sobra a uno». Cuando uno quiere ayudar a alguien, debe hacerlo desde el punto de vista de lo que el otro necesita. En primer lugar, se le hace verbalizar cómo quiere ser ayudado y, a ser posible, se le proporcionan los medios para que esa persona se pueda ayudar a sí misma y para que un día pueda prescindir de nosotros. En lugar de mandarle vestidos, mejor sería capacitarle para que pudiera trabajar y, con el dinero que ganara, pudiera comprarse la ropa que le hiciera falta. De este modo se cortará el vínculo negativo que se produce cuando los pobres se pasan la vida esperando que se les ayude, cosa que a nosotros nos hace sentir generosos y buenos, los héroes de la película. La primera actuación genera esa dependencia de los pobres hacia nosotros que se prolongará para toda la vida. Eso es lo que Paulo Freire, en su libro Pedagogía del oprimido, llama «falsa caridad».
    A las palabras de Freire yo añadiría que, para actuar en contra de la falsa caridad, es necesario dotar a los más necesitados de aquellas herramientas que habrán de permitirles alcanzar el nivel de dignidad al que tienen derecho todos los seres humanos sin discriminación de ningún tipo. Dignidad que nos viene otorgada por el tipo de educación que recibimos, la información que nos rodea, los medios a nuestro alcance, la diversidad de opciones, oportunidades y opiniones a las que nos han sometido, el apoyo político, administrativo y social de nuestro país... En definitiva, todas aquellas cosas que nos vienen dadas desde el nacimiento y que nosotros no hemos tenido opción de elegir.
   La primera discriminación empieza cuando los que estamos ayudando nos creemos en un plano superior. Cuando existe la desigualdad de derechos, automáticamente se produce desigualdad en los beneficios y empiezan a surgir las «ayudas sucedáneo». Las ayudas auténticas son para la clase privilegiada y a los demás les tocan los sucedáneos.
   Aquellas conclusiones turbaron mi conciencia, desde luego, pero fueron muy valiosas para el montaje de mis proyectos futuros. No sabía todavía quién iba a financiar mi escuela, dónde la establecería, quiénes me ayudarían, pero una cosa sabía con certeza: la filosofía de mi escuela marcaría una diferencia en la vida de los parias de Nepal."

EL DIOS QUE ABANDONA A ANTONIO, de Cavafis

EL DIOS QUE ABANDONA A ANTONIO, de Cavafis

"...Como un hombre preparado desde tiempo atrás,
como un valiente
di tu adiós a Alejandría, que se aleja.
No te engañes
no digas que fue un sueño.
No aceptes tan vanas esperanzas.
Como un hombre preparado desde tiempo atrás,
como un valiente
como corresponde a quien de tal ciudad fue digno
acércate con paso firme a la ventana,
y escucha con emoción -no con lamentos
ni ruegos de débiles- como último placer,
los sones, los maravillosos instrumentos de la
comparsa misteriosa
y di tu adiós a esa Alejandría
que pierdes para siempre."

miércoles, 13 de junio de 2018

WOODY BUSCA SU CAMINO. RUMBO A LA GLORIA, de Woody Guthrie

WOODY BUSCA SU CAMINO. RUMBO A LA GLORIA, de Woody Guthrie 

    "Quería ser mi propio jefe. Trabajar de lo mío fuera lo que fuese esto,  y depender de mí mismo. Transitaba por las calles bajo la ventisca de polvo y me preguntaba cuál era mi rumbo, adónde iba y en que me iba a ocupar. Toda mi vida se convirtió en un enorme signo de interrogación. Y yo era el único ser viviente capaz hallar la respuesta. Fui a la Biblioteca Municipal y escarbé en los libros. Me los llevaba a casa por docenas y a montones, de cualquier materia. No importaba cual. Quería profundizar en las cosas un poco, y sacar algo de allí, algo que me convirtiera en una persona de estima: libre para trabajar por mi cuenta, libre para trabajar en beneficio de todo el mundo"
Woody Guthrie, mamá Nora, papá Charley y su hermano George

jueves, 7 de junio de 2018

LA SOCIEDAD CONTRA EL GOBIERNO. EL SENTIDO COMÚN, de Thomas Paine

 LA SOCIEDAD CONTRA EL GOBIERNO. EL SENTIDO COMÚN, de Thomas Paine 

    "La sociedad en todos casos ofrece ventajas, al paso que el gobierno siendo un mal necesario en su mejor estado en su estado peor es intolerable; porque cuando nosotros sufrimos o estamos expuestos por causa del gobierno, a las mismas miserias que podíamos experimentar sin él, nuestras calamidades se aumentan con la reflexión de que hemos causado nuestros padecimientos, por los mismos medios con que pretendíamos evitarlos"

miércoles, 6 de junio de 2018

UN AÑO EN LOS BOSQUES, de Sue Hubbell

UN AÑO EN LOS BOSQUES, de Sue Hubbell

    "La camioneta blanca es espaciosa y fiable, y le tengo mucho cariño. Forma parte de mi vida. Una noche me quedé frita leyendo un libro sobre la naturaleza del alma. Soñé con mi propia alma, y descubrí que es una camioneta blanca, alegre, impaciente; una camioneta que aceleraba a toda prisa —casi demasiado rápido—, de forma imponente, flotando ligerísima sobre la carretera, sin ceñirse a la ruta. Me parecería fabuloso tener un alma así.
    Como muchos de mis vecinos, soy pobre. Vivo con unos ingresos que están muy por debajo del umbral de la pobreza —aunque no parece pobreza cuando el ciclamor y el cornejo florecen a la vez—, y cuando viajo tengo que llevar cuidado con los gastos. Pocas veces como en restaurantes, y siempre duermo en la camioneta: estaciono en un área de servicio, desenrollo mi saco de dormir en el asiento delantero y ahí me quedo, más calentita y cómoda imposible. Por la mañana me lavo los dientes en el baño del área de servicio y me tomo el café matutino en el restaurante. Cuando viajo, la gente apenas me dirige la palabra o se percata de mí. Soy imperceptible en mi anonimato. Si fuera joven y guapa, quizá llamase la atención; pero ya soy demasiado mayor para ser guapa, y además siempre voy desaliñada, con lo que resulto invisible. Es una gozada, pues puedo quedarme sentada en una mesa del área de servicio, beberme mi café y ver sin ser vista."

martes, 5 de junio de 2018

EL TAJ MAHAL. EL CAMINO MÁS CORTO, de Manuel Leguineche

EL TAJ MAHAL. EL CAMINO MÁS CORTO, de Manuel Leguineche 

    "De tanto mirarla, me parece por momentos una tarta nupcial o una caja de música de marfil, más que un «sueño de mármol proyectado por titanes y construido por orfebres».
   Mientras esperamos el éxtasis, una feria de barberos, mercachifles y santones se instala a nuestro alrededor. El barbero afeita las axilas a un guía, una madre sopla sobre las guedejas de su hijo para descubrirle los piojos, y el vendedor ofrece novelas de Perry Masón.
   El guía repite sus saberes: en el año 1612 el romántico emperador mongol Shah-Jehan, se casó con Mumtaz Mahal, tuvieron catorce hijos y la esposa murió al dar a luz al número quince; fue su mejor consejera, la mejor administradora que pudo soñar, por eso a su muerte el emperador encaneció en pocas semanas y abandonó sus lujosos vestidos reales por las ropas blancas de un simple fiel musulmán. Sólo le movió, a partir de entonces, la idea de levantar el mausoleo más impresionante de la historia. Puso a trabajar a 20 000 obreros, encargó los planos al arquitecto persa Ustad Isa. Las obras duraron diecisiete años: los canteros inscribieron en los muros todos los versículos del Corán.
   —¿Cuánto costaría hoy reproducir el Taj Mahal? —preguntó, como era de esperar, un turista de New Jersey vestido con bermudas y bahamas.
   El guía, que esperaba esa pregunta, respondió:
   —Hoy costaría una cifra cercana a los 70 millones de dólares.
   ¿Y la diosa luna? No apareció en toda la noche, cubierta por nubes inoportunas. He tenido menos suerte que Vicente Blasco Ibáñez, quien al pasar por aquí describió el Taj como «una construcción de otro planeta. La luna parece chorrear lluvia luminosa por su cúpula y sus paredes. Imposible concebir que este palacio de ensueño sea un panteón. Fueron dos enamorados y la noche ofrece una decoración de amor, algo amanerada por exceso de belleza, algo banal en fuerza de ser repetida, pero también se repite la primavera». Don Vicente sintió extrañeza al ver que «hombres y mujeres discurrían por los caminos de mármol mansamente, sin enlazarse sus talles con los brazos, sin cambiar besos». No sabía que los indios no se besan, al menos en público.
   Busqué un buen lugar bajo un árbol banano, y lo mismo hicieron los demás para huir de los vendedores de Budas, Cristos crucificados (Cristo murió en Cachemira, según creen allí), reproducciones en miniatura del Taj y los palmistas que se empeñaban en leer la buena ventura o trazar un signo en nuestras palmas con polvo perfumado."

NUEVAS VÍAS DE ESCALADA. JEFE DE CORDADA, de Ricardo Cassin

NUEVAS VÍAS DE ESCALADA. JEFE DE CORDADA, de Ricardo Cassin 

    "Una vía nueva constituye una unión más íntima con la montaña conquistada: es algo a lo que habéis dado vida y que ahora vive en vosotros. El paso socarrón del tiempo que todo desvanece, el perseguir otros acontecimientos, no pueden contra estas sensaciones. Incluso si la nueva vía es breve, la emoción resulta siempre inolvidable: es terreno virgen, son rocas que desde el principio de los siglos han tenido solamente contacto con la niebla y la lluvia, granizo y nieve. Aun cuando el paisaje alrededor es familiar, el sentimiento de la exploración y del descubrimiento permanece."

lunes, 4 de junio de 2018

EL DESPRECIO HACIA EL CAMPO. INTEMPERIE, de Julio Llamazares. EL PAÍS, 2 de diciembre de 2017

EL DESPRECIO HACIA EL CAMPO. INTEMPERIE, de Julio Llamazares. EL PAÍS, 2 de diciembre de 2017

    "...los prejuicios y la ignorancia que de la tierra tenemos los que no separan de ella y de quienes aun la trabajan, que cada vez son menos. Creemos que despreciando nuestro pasado campesino nos desprendernos de él cuando la realidad es que nos volvemos más pobres, más indefensos ante la naturaleza, más vulnerables a esa intemperie de la que huimos como de la peste apiñandonos en unas ciudades que cada vez se parecen más a aquel fuerte de frontera desde el que contemplaba con miedo el desierto de los tártaros el protagonista de la novela de Dino Buzzatti."

EL CREDO DE UN HUMORISTA. Y ENTONCES NACÍ YO, de Miguel Gila

EL CREDO DE UN HUMORISTA. Y ENTONCES NACÍ YO, de Miguel Gila

   "Quiero demostrar que cuando se tiene espíritu de lucha no hay régimen ni contratiempo que nos hunda. Recuerdo algo que escribí hace muchos años y que llamé mi credo:
   Arriesgarse deliberadamente. No cambiar la iniciativa por la espera. No vender la libertad por un plato de comida. Soñar, crear. Ver en el fracaso la obligación de triunfar. Mirar al mundo cara a cara y decir: ¡Lo hice yo! ¡Esto significa ser hombre!"