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viernes, 27 de septiembre de 2019

LA RESPONSABILIDAD DE LOS INDIFERENTES. TREGUA PARA LA ORQUESTA, de Fania Fenelon

LA RESPONSABILIDAD DE LOS INDIFERENTES. TREGUA PARA LA ORQUESTA, de Fania Fenelon 


"—¡Fania! ¡Las casas, las chimeneas humean!

    Es cierto. Esas humaredas son de personas que viven, se calientan, cocinan, son ligeras, azules y amarillas, muy diferentes de las que emergen de nuestros crematorios, negras como el hollín, espesas como el alquitrán.

    Las gentes se dedican pacíficas a sus ocupaciones, las tiendas tienen escaparates, aunque poco provistos. Nos cruzamos ion algunas personas, no muchas, mujeres, viejecitas que caminan a pasitos cortos, ancianos. Ni un solo joven, chico o chica. ¿Dónde están? ¿En la guerra? Es una ciudad silenciosa, la nieve en la que nos hundimos, ahoga los pasos, los ruidos. Nadie vuelve la cabeza a nuestro paso, nadie nos dirige una mirada, ni curiosa ni hostil, no existimos. ¿Cuándo cesaremos de ser nadie?

    Aquellas gentes que iban y venían, que hacían cosas normales, entraban y salían de sus casas, aquellas mujeres que acudían a efectuar sus compras llevando de la mano a un niño de rosadas mejillas relucientes como manzanas ¿sabían que eran felices? ¿Sabían que para nosotras representaban la vida? ¿Por qué nos negaban una mirada? No podían ignorarnos, sabían de dónde veníamos: los trajes rayados, los Kopftücher que disimulaban nuestros cráneos afeitados, nuestros rostros demacrados, proclamaban nuestro origen. Al pasear no se les prohibía pasar ante el campo de Birkenau, cuyo aspecto siniestro no disimulaba su función. ¿Creían que las cinco chimeneas con sus nauseabundas humaredas eran de la calefacción central? ¿Y qué deseaba yo exactamente? ¿Que aquel pueblecito de cinco o seis mil habitantes se sublevase y su población germana, implantada allí desde la victoria alemana, acudiese a liberar el campo? ¿Por qué habían de sentirse responsables de nosotros? Una ráfaga de violencia hace que la sangre se me suba a la cabeza. ¡Todos son responsables! Todos los hombres lo son, la indiferencia de uno solo es nuestra sentencia de muerte.
Los miro intensamente, no quiero olvidar sus caras de rata. No nos ven. ¡Qué cómodo es eso! No quieren fijarse en nuestros harapos rayados, como tampoco en los Kommandos de las «musulmanas» que atraviesan, despavoridas, su pequeño pueblo tranquilo, escoltadas por los SS y sus perros. Más tarde, cuando termine la guerra, estoy segura que dirán que no «sabían» nada y les creerán."

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