TRABAJADORES INMIGRANTES. LAS SILLITAS ROJAS, de Edna O'Brien
"Observaba cómo trabajaban las demás para aprender sus técnicas: unas eran enérgicas, otras movían el paño muy rápido y lo pasaban y repasaban por las superficies, salvo María, que procedía con sus tareas con gran celo, porque todo tenía su importancia, incluso la faena más insignificante. Ésa era su filosofía, ésa, y la del éxtasis del tango. María estaba convencida de que una noche aparecería un hombre alto y enigmático, un gran jefe del banco, con el que recorrería el pasillo ejecutando un tango igual que dos almas gemelas. No se trataba de un sueño, aseguraba, sino de un cuento de hadas, y, en el brete en que todas se encontraban, los cuentos de hadas eran cruciales.
Eran gente nocturna, a un paso de los fantasmas, y desconocidas entre sí. Algunas estaban casadas, según adivinó por las alianzas, y muchas tenían hijos que, contraviniendo las normas, llamaban en mitad de la noche para dar parte de alguna crisis. Las madres, sabiendo que las llamadas estaban prohibidas, remoloneaban por las esquinas para atender el teléfono. Muchas habían huido del horror, de países a los que jamás regresarían, mientras otras aún añoraban su tierra. Todas atesoraban los recuerdos y la esencia de su primer lugar en el mundo, que no compartían con nadie. Para Fidelma se trataba de un recuerdo insignificante: el de la hierba joven bañada por el sol matinal y el rocío nocturno; luz y agua interactuaban como en un prisma, y también las hojas superiores de un fresno que desprendían un halo diamantino por la lluvia, y el verdor circundante protector, vasto, envolvente."
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