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miércoles, 26 de septiembre de 2018

LA HISTORIA DEL NAZI BUENO. LOS ASESINOS ENTRE NOSOTROS, de Simon Wiesenthal

LA HISTORIA DEL NAZI BUENO. LOS ASESINOS ENTRE NOSOTROS, de Simon Wiesenthal

    "Mientras Franz Murer dirigía la aniquilación de los ocho mil judíos de Vilna en 1942, había también allí otro austríaco llamado Anton Schmid, de procedencia vienesa. Tenía cuarenta y dos años y era Feldwebel (sargento) de la Wehrmacht regular para la que, como muchos otros austríacos, había sido reclutado. Schmid no tenía nada del típico sargento de instrucción sino que era un hombre reposado, siempre reflexivo, hablaba poco y tenía pocos amigos entre sus compañeros de armas. Sólo existe una fotografía de él que muestra a un hombre de rostro pensativo, honrado, de ojos suaves y tristes, pelo oscuro y un pequeño bigote. La unidad a que pertenecía estuvo en Vilna durante los peores meses de la actividad exterminadora de Murer. Antón Schmid era católico devoto que sufría cuando veía a otros sufrir, y un hombre de valor excepcional. Su historia no se hubiera conocido jamás sin ciertos testimonios que figuran en nuestro dossier de Murer y que cuentan que entre 250 supervivientes del ghetto de Vilna, hay varios cuyas vidas las deben a Anton Schmid. Fueron ellos quienes posteriormente relataron lo siguiente: Muchos alemanes de Vilna condenaban en secreto las atrocidades de Murer pero no hacían nada. Schmid en cambio decidió que era su deber de cristiano ayudar a los judíos oprimidos y se convirtió en una organización de ayuda de un solo hombre. Se introducía en el ghetto con gran riesgo personal, para llevar comida a los judíos que morían de hambre, llevaba botellas de leche en los bolsillos y las entregaba para los niños pequeños, estaba al corriente de que miles de judíos se escondían en algún lugar de Vilna y servía de correo entre ellos y sus amigos del ghetto , llevaba mensajes, pan, medicamentos y hasta se atrevió a robar fusiles a la Wehrmacht para darlos a los judíos de la Resistencia. —Hacía todo eso sin ni siquiera esperar que se lo agradecieran —me dijo un superviviente—. Lo hacía por pura bondad de corazón. Para nosotros los del ghetto , aquel hombre débil, callado, con su uniforme de Feldwebel , era una especie de santo. Sucedió lo inevitable. La Gestapo descubrió en los primeros días de abril de 1942 que Schmid había tratado de pasar a escondidas cinco judíos del ghetto para llevarlos a los vecinos bosques de Ponary donde pensaban esconderse. Fue arrestado y a la mañana siguiente un tribunal marcial alemán lo sentenció a muerte. Dos horas después Schmid escribía a su esposa Stefi: «Recibidas tus dos cartas... Me alegra que las cosas te vayan bien. Debo decirte lo que el destino me ha reservado, pero, por favor, sé fuerte cuando leas lo que sigue... Me acaba de sentenciar a muerte un tribunal marcial. No se puede hacer más que apelar para obtener clemencia, cosa que ya he hecho. No sabré la decisión hasta mediodía pero creo que me la denegarán, hasta ahora las apelaciones han sido denegadas. »Pero queridos míos, ánimo. Yo me resigno a mi destino. Ha sido decidido desde lo Alto por nuestro Señor y nada puede hacerse. Estoy tan tranquilo que apenas yo mismo puedo creerlo. Nuestro Dios lo  quiso así, me dio fuerzas y espero que Él os dé fuerzas a vosotros también. »Debo contaros cómo sucedió. Había siempre muchos judíos, conducidos en grupo por soldados lituanos para ser fusilados en los prados de las afueras de la ciudad: De 2.000 a 3.000 personas por vez. Siempre arrojaban a los niños pequeños contra los árboles, ¿Os imagináis? Yo tenía órdenes (que me repugnaban) de encargarme de la Versprengenstelle (centro de dispersión) donde trabajaban 140 judíos. Me pidieron que los dejara marchar de allí y me dejé persuadir, ya sabéis que tengo el corazón muy blando. No lo medité, y haberles ayudado mis jueces lo han considerado digno del máximo castigo. Será duro para vosotras, queridas Stefi y Gertha, pero tenéis que perdonarme: Obré como un ser humano, sin intención de herir a nadie. »Cuando leas esta carta, ya no estaré en este mundo ni podré escribirte más. Pero puedes estar segura de que nos reuniremos con Dios nuestro Señor en un mundo mejor. Escribí una carta anterior el 1 de abril, incluyendo la fotografía de Gertha. Esta carta se la daré al sacerdote...» Cuatro días después, el 13 de abril, Antón Schmid fue ejecutado. Murió junto con los cinco judíos que había intentado salvar y fue enterrado en un pequeño cementerio para soldados en Vilna. Dos días después, el sacerdote Fritz Kropp envió la última carta de Schmid a su viuda de Viena. «El lunes 13 a las tres de la tarde su querido esposo partió (escribía Kropp). Le conforté en sus últimos momentos... Rezó y fue fuerte hasta el último instante. Su última voluntad fue que usted se mostrara también fuerte». El nombre de Anton Schmid aparecía en varios diarios de judíos entre los ejecutados en el ghetto de Vilna y todos mencionaban su bondad y su valor. Algunos de los supervivientes le recordaban perfectamente. Comencé a recoger testimonios y un día mi amigo el doctor Mark Dvorzechi de Tel-Aviv, cuyo testimonio sobre Vilna durante el juicio de Eichmann ayudó a convencer a los austríacos de que Murer debía ser juzgado, vino a verme a Viena y me dio la dirección de la viuda de Anton Schmid. Fui a ver a Frau Schmid, mujer anciana y cansada que lleva una pequeña tienda y tiene muy poco dinero. Su hija, Gertha, casada, vive con su madre. Me contó que la vida no había sido fácil para ellas allá por 1942 cuando se supo que el Fetdwebel Schmid había sido ejecutado por intentar salvar a unos judíos ya que algunos vecinos hasta amenazaron a Frau Schmid, la viuda de «un traidor», y le dijeron que lo mejor que podía hacer era irse a vivir a otra parte. Le rompieron además los cristales de su tiendecita. Pregunté a Frau Schmid si deseaba algo. Me contestó que sí, que le gustaría visitar la tumba de su marido en Vilna. No era deseo fácil de complacer ya que Vilna fue hasta 1965 zona cerrada por los rusos a los turistas. Pero referí el caso al embajador soviético en Viena y le pedí permiso para que la familia pudiera visitar Vilna, añadiendo que el Centro de Documentación financiaría el viaje. El 20 de octubre de 1965 Frau Schmid, con su hija y su hijo político tomaron el tren para Minsk y allí el avión hasta Vilna. El Centro de Documentación se encargará de que se coloque una lápida en la tumba de Anton Schmid con el epitafio: «Aquí yace un hombre que juzgó más importante ayudar a sus semejantes que vivir»."



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