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martes, 16 de abril de 2019

ORIGEN DEL CONFLICTO ENTRE SERBIOS Y CROATAS. SLOBO, de Francisco Veiga

ORIGEN DEL CONFLICTO ENTRE SERBIOS Y CROATAS. SLOBO, de Francisco Veiga

    "Eran descendientes de los miles de refugiados serbios que habían ido huyendo de la invasión turca a través de los años. A  comienzos del siglo XVIII , cuando las tropas del Imperio de los Habsburgo terminaron de expulsar a los turcos de Hungría y se estabilizó la frontera con el Imperio otomano, Viena decidió organizar un sistema defensivo permanente que se conoció como «frontera militar». En las regiones que bordeaban esos límites el imperio estableció colonos que eran campesinos en tiempo de paz pero estaban organizados militarmente y podían ser movilizados con rapidez cuando estallaba la guerra. 

    Tales campesinos guerreros, cuyo nombre eslavo era el de graniían («fronterizos») constituían un fenómeno muy parecido al de los cosacos rusos. Incluso existían similitudes toponímicas. La frontera militar era conocida en eslavo como la Krajina, es decir, el confín (de kraj, que significa «fin»). De hecho, el toponímico Ucrania deriva del eslavo ukraina, es decir, marca fronteriza, y equivale a la Krajina serbia. Además, las comunidades de colonos-soldados eslavos vivían en régimen de sociedad patriarcal que a su vez se basaba en extensas familias conocidas como zadruge. Éstas trabajaban comunalmente las tierras de forma que la muerte de los hombres en combate no llevara a la ruina de la explotación y permitía un reclutamiento más eficaz cuando llegaba la guerra. Las regiones eslavas de la Vojna Krajina suministraban 17 regimientos, mientras una región austríaca de similares características demográficas apenas aportaba tres. Además, eran soldados baratos, cuyo mantenimiento sólo equivalía al 20% de las tropas regulares. 

    La administración de la frontera militar no dependía de Zagreb, sino directamente de Viena, que suministraba las tierras y les concedía el estatus de campesinos libres; de ahí que los granicari serbios siempre se sintieran deudores de la Corona, no de los croatas. Y de hecho, estas tropas sacaron al emperador de apuros en más de una ocasión. 

    La frontera militar perdió toda su utilidad a partir de 1878, cuando el Imperio ocupó Bosnia-Hercegovina y Rumania obtuvo la independencia formal con respecto al Imperio otomano. Además, la extensión del ferrocarril posibilitaba el traslado de tropas a las fronteras y hacía innecesario el sistema de colonos guerreros acantonados permanentemente en un territorio. A pesar de ello, la población serbia que continuó viviendo en los territorios de la vieja Krajina conservó rasgos culturales heredados de aquellos casi dos siglos de servicio en la frontera. Constituían comunidades bastante aisladas, situadas en un remoto territorio montañoso, que dependían mucho de la capital para su subsistencia. Eran pobres y, en consecuencia, cambiaron en parte de actividades profesionales, pero no de mentalidad. Siguieron suministrando aguerridos soldados al Imperio, con un alto nivel de lealtad. E incluso algunos generales. 

    Pero la desaparición de la frontera militar supuso que esa población serbia pasaba a ser administrada por las autoridades civiles de Zagreb, es decir, por los croatas. Conforme se consolidaba el sentimiento nacionalista de éstos crecía la desconfianza y hasta la antipatía hacia esas comunidades serbias tan leales al poder imperial. Cuando se hundió el Imperio y se fundó el primer estado yugoslavo, los serbios de la Krajina cambiaron sus lealtades: de Viena hacia Belgrado, siempre al servicio del poder establecido que podía asegurarles su supervivencia a cambio de fidelidad.

    En parte, eso hizo que los ustachas croatas decidieran eliminar a esos serbios que veían como una quinta columna para la consolidación de su nueva Gran Croacia. Por primera vez en su historia, los antiguos granican sufrieron en sus carnes la tan temida amenaza: un poder que intentaba liquidarlos en vez de protegerlos. No es extraño que de entre ellos surgieran numerosas unidades de voluntarios para combatir con los partisanos de Tito, firmemente yugoslavistas. Una vez terminada la guerra, los serbios de Croacia en general y de la Krajina en particular, se comprometieron devotamente con el nuevo poder hasta convertirse en una especie de columna vertebral del estado yugoslavo. Así, era cierto que menudeaban en cargos funcionariales, en la judicatura, en el ejército, en la policía. Además, en las aldeas y pueblos croatas de población mixta, ellos integraban, mayoritariamente, las filas del Partido, aunque sólo constituyeran una minoría en el conjunto de la población local. 

    Por lo tanto, las regiones de población serbia en Croacia, sobre todo la Krajina, eran una bomba de relojería hecha de atraso económico, horizontes limitados y una potente carga de mitos culturales propios hechos a base de orgullo, frustración y miedo amasados a partes iguales. En cierta medida, la Krajina era el Kosovo de los croa tas y la «solución final» que los nacionalistas más radicales soñaban para con esa región no difería en nada de la que sus hermanos serbios, más allá del Drina, aspiraban aplicarle a sus albaneses, como el tiempo demostraría cumplidamente.
(...)
    La reacción de los serbios de la vieja frontera militar fue la consabida: en el pasado y a cambio de protección habían entregado su lealtad al emperador, luego al rey Alejandro, en Belgrado; más tarde a Tito. Ahora le tocaba el turno a Milošević. Ciertamente, los medios de comunicación nacionalistas serbios explotaron a fondo la situación de los «hermanos» de Croacia, la exprimieron, la descoyuntaron. La prensa y sobre todo la televisión magnificó el peligro, hizo de Tudjman un Ante Pavelic que no era y de todos los croatas unos ustachas redivivos. La verdad era que las condiciones internacionales de 1991 no posibilitaban un genocidio como el de 1941, y sin guerra, los nuevos nacionalistas se hubieran limitado a crear un agudo problema de desempleo temporal entre los serbios pero no un genocidio. Claro que la actitud de la prensa belgradense arrojó cubos de gasolina a la hoguera. Pero el problema tenía sus propias raíces profundas en Croacia, no se fabricó en Belgrado; y Slobo tuvo en el asunto un papel ya habitual: le cayó en las manos, lo sopesó y luego intentó manipularlo."

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