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martes, 8 de enero de 2019

EL FRACASO DEL SOCIALISMO REAL. EL HOMBRE SIN ROSTRO, de Markus Wolf

EL FRACASO DEL SOCIALISMO REAL. EL HOMBRE SIN ROSTRO, de Markus Wolf 

    "Desde los trascendentes acontecimientos de 1989, me he preguntado en repetidas ocasiones por qué la República Democrática Alemana fracasó de manera tan miserable y espectacular. Me he preguntado si esperé demasiado tiempo antes de decir en voz alta lo que realmente pensaba y sentía. Lo que me llevó a callar no fue la falta de coraje, sino la inutilidad de la protesta a lo largo de la historia de la República Democrática Alemana. Con mucha frecuencia yo había visto cómo la protesta vehemente sólo servía para acentuar la opresión y reducir todavía más la libertad de pensamiento. Creía que en definitiva la negociación paciente y serena sería más fecunda en un país en que el debate franco estaba condenado al rechazo de un liderazgo demasiado histérico e inseguro como para actuar de manera razonable. ¿Me equivoqué? Quizá, pero por desgracia no hay modo de retroceder en el tiempo y seguir una línea de conducta diferente. A menudo pienso, sobre todo cuando estoy con alguno de mis diez nietos, en una carta que mi padre escribió a mi hermano en 1944. Le aconsejaba que nunca se abstuviese de formar su propia opinión. A esto, ahora agrego que es importante tener el valor de luchar por la opinión formada si fuera necesario, aunque uno deba enfrentarse con la represión. He aprendido que uno siempre debe respetar el modo de pensar del otro y nunca ha de imponerle una actitud conformista. Pero durante gran parte de mi vida y de mi carrera yo elegí esperar pacientemente el cambio. Puedo recordar con claridad que todos esperábamos nerviosos un cambio de liderazgo en Moscú, sabiendo que de manera inevitable ese hecho determinaría un efecto tremendo en Alemania Oriental. Cuando con la ascensión de Mijail Gorbachov al poder llegaron por fin las reformas largamente esperadas, nadie sintió más entusiasmo que yo en relación con las posibilidades futuras. Pero no vimos que el cambio había llegado demasiado tarde; la glasnost no resolvería ninguno de nuestros problemas. El tiempo para la idea utópica incubada en Rusia allá por 1917 se había agotado. Entonces, ¿qué nos queda? Al evocar el pasado y recordar cuánto confiábamos en nuestra creencia de que podíamos hacer realidad las teorías de Marx y Engels, que sería posible formar una sociedad en la que por fin se vivirían los grandes ideales de libertad, igualdad y fraternidad, a veces me parece difícil comprender por qué fracasamos. Cuando éramos jóvenes, a menudo parecía que la fuerza de nuestra fe bastaría para transformar el mundo. Pero ahora debo reconocer que fracasamos, no porque fuésemos demasiado socialistas en los conceptos, sino porque fuimos poco socialistas en la práctica. Los crímenes de Stalin no fueron la consecuencia lógica de la teoría comunista, sino una violación del comunismo. De todos modos, el sacrificio de la libertad personal a la doctrina del partido, la manipulación de las personas y la falsificación de la historia fueron todos aspectos exportados por la Unión Soviética de Stalin y adoptados pronto por la mayoría de los países que estaban de nuestro lado de la Cortina de Hierro. La República Democrática Alemana se relacionó más con esos abusos de poder que con la democracia y el socialismo, y esa es la razón por la cual Alemania Oriental en definitiva resultó asfixiada. Admito sin cortapisas que nuestro sistema era incomparablemente inferior a la mayoría de las democracias pluralistas del Oeste, incluso teniendo en cuenta las ventajas de nuestro sistema de seguridad social. La gran lección que aprendí de la decadencia y la caída de Alemania Oriental es que la libertad de pensamiento y expresión son tan fundamentales para una sociedad moderna como las ventajas que habíamos conquistado y de las cuales estábamos tan orgullosos. En el caso de la mayoría de mis compatriotas, la vida en una Alemania reunificada ha resultado menos brillante de lo que esperaban; a menudo es difícil encontrar trabajo, los alquileres son excesivos y es difícil afrontarlos, y muchos sienten la profunda pérdida de la solidaridad colectiva, que era un rasgo distintivo de la vida en la República Democrática Alemana. No sería justo ni razonable juzgar la vida en una democracia occidental como Alemania comparándola con una sociedad socialista ideal, pero sé que muchos de nosotros no podemos aceptar la idea de pertenecer a una sociedad donde los ricos se enriquecen cada vez más y donde los pobres son cada vez más pobres. Me pregunto cómo pueden aceptar los habitantes de Estados Unidos, que con razón están orgullosos de su país y sus muchos logros, el hecho de que por lo menos cuarenta millones de norteamericanos viven en completa miseria. Me inquieta mucho la perspectiva de una sociedad y una civilización basadas exclusivamente en el dinero. El dinero puede ser tan poderoso como cualquier sistema gubernamental, pero a menudo sus efectos son poco visibles sin por eso ser menos brutales. En el bloque oriental, el abuso del poder comenzó con la manipulación de los ideales; en los países capitalistas, la idea de la libertad personal es con frecuencia sólo el disfraz de los intereses comerciales. Quizás esta es la razón por la cual, incluso en las naciones que «ganaron» la Guerra Fría, tantos ciudadanos se sienten desgraciados y tienen una actitud cínica acerca del papel de los sistemas políticos para resolver los problemas."

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