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jueves, 9 de noviembre de 2017

ESPAÑA PREVIA A LA GUERRA CIVIL. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg

ESPAÑA PREVIA A LA GUERRA CIVIL. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg 

    "Vi subido a la tribuna a Rafael Alberti. No se parecía en absoluto a Maiakovski, tenía el aspecto de un delicado soñador. Hasta hacía poco había escrito versos líricos. Por aquel entonces recitaba un romancero de la actualidad; los versos irrumpían en la multitud como el viento contra las copas de los árboles, y la gente, emocionada, inundaba las calles. Los jóvenes socialistas llevaban camisas de tela roja; los jóvenes comunistas, camisas azules con la corbata roja. Los curas volvían la cabeza; las viejas, horrorizadas, se santiguaban; los burgueses, presos del terror, miraban a su alrededor; los fascistas disparaban desde las ventanas. El sol deslumbrante había dado paso a nubarrones pesados y lilas.
    Era, aquélla, una primavera insólita en España: casi cada día caían ruidosos aguaceros, y la tierra arcillosa de Castilla cegaba con su verdor. ¡Dios mío, cuántas alegres proclamas oí, cuántos proyectos notables, cuántos juramentos e imprecaciones! Recuerdo que durante un mitin obrero en la villa asturiana de Mieres, un viejo minero de rostro alargado, manteniendo en alto su lámpara minera, decía: «Tres mil compañeros han muerto para que no hubiese más fascistas. Y no los habrá. Estaremos nosotros. ¡Y nadie más, sólo nosotros, españoles!».
    En Oviedo vi las ruinas de la universidad. La gente decía, como el viejo minero: «¡No, eso no se repetirá nunca más!».
    En el pueblo de Sama, Fernando Rodríguez me acompañó a la Casa del Pueblo, donde en 1934 los represores habían torturado y ejecutado a los sublevados. En las paredes se distinguían manchas de sangre descolorida, los nombres de los fusilados escritos con las uñas. Fernando Rodríguez relataba: «A mí me colgaron de las manos y me tiraban de los pies…, a eso lo llamaban “el avión”. Me vertían agua hirviendo sobre el vientre, luego agua helada. Me pinchaban… Pese a todo, no dije dónde habíamos escondido las armas».
(...)
    El periódico monárquico ABC exigía abiertamente la intervención extranjera: «Hitler ha dicho que no lo permitirá. […] Europa no quiere vivir bajo las tenazas bolcheviques». Este mismo periódico organizó una colecta. Transcribí algunas líneas: «Un admirador de Hitler: 1 peseta. Por Dios y por España: 10 pesetas. ¡Despierta, España!: 5 pesetas. Un nacionalsindicalista: 10 pesetas. Un partidario de Falange: 5 pesetas».
(...)
    Las Cortes aprobaron un proyecto de ley en virtud del cual los generales que se levantaran contra el gobierno perderían la pensión de jubilación. Los militares sonreían con desdén: el Frente Popular no duraría mucho. Los generales Sanjurjo, Franco y Mola no ocultaban sus planes. Sanjurjo decía: «Sólo una operación quirúrgica puede salvar a España». Los curas y los monjes incitaban a la lucha por Dios y por el orden social. En las paredes alguien escribía con tiza: «¡Despierta, España!». Los gobernantes de antes se paseaban con total tranquilidad por las calles de Madrid. Una vez vi a Gil-Robles tomando un café con leche en la terraza de un local. Durante su permanencia en el poder, doscientos mil fascistas obtuvieron la licencia de armas y nadie había intentado quitárselas.
    Hablé con los socialistas, con el presidente de la Generalitat de Catalunya, Lluís Companys, preso en la cárcel hasta la victoria del Frente Popular. Todos entendían el peligro de la situación, pero decían que su deber era mantenerse fieles a la Constitución: era imposible restringir la libertad.
    Lo que infundía temor no era el robusto caballero, de aspecto pulcro y de nombre Gil-Robles, ni los artículos de los periódicos fascistas, ni siquiera los sermones de los clérigos exaltados. Lo que daba miedo era que los campesinos mostraban con aire entusiasmado sus viejas escopetas de caza y los obreros desarmados levantaban el puño. Los falangistas, en cambio, disparaban. En las iglesias a veces se encontraban «casualmente» ametralladoras. La policía, la Guardia Civil y el ejército contemplaban los artículos de la Constitución con mucha menos reverencia que el flamante ministro de la Gobernación de España, Casares Quiroga, que el socialista Indalecio Prieto o que el impetuoso Lluís Companys."

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