LA REVOLUCION. LA NIÑA ALEMANA, de Armando Lucas Correa
En su habitual tono apasionado, Gustavo me hablaba de derechos sociales, de tiranos, de gobiernos corruptos. Yo lo escuchaba pensando ¿qué sabrás tú de tiranías?, pero mi hermano había nacido con la necesidad de enfrentarse al poder y cambiar el orden establecido. Su pasión por su propio discurso, su gesticulación agresiva, la intensidad y el volumen de su voz, nos ponían a Hortensia y a mí en estado de pánico. Teníamos la sensación de que un día podría despertarse y salir iracundo a la calle a organizar una rebelión nacional. No creía ya más en las leyes ni el orden de un país que, según él, se venía abajo.
—Tú naciste en Nueva York, eres ciudadano americano. Puedes irte de aquí sin problemas —le recordé, tratando de ofrecerle una alternativa. Mi comentario tuvo el efecto de una bofetada.
—Ustedes no me entienden. ¿Es que no les corre sangre por las venas? —me gritó exasperado, llevándose las manos a la cabeza.
Se levantó con furia de la mesa y lanzó el plato del postre contra una esquina del comedor. Hortensia corrió a limpiar la mancha que había dejado en la pared, y con una mirada de súplica se aseguró de que me mantuviera callada.
—Déjalo, ya se le pasará —me pidió en voz baja, como una madre que protege al hijo de sus propios errores.
Si alguien sufría con la distancia abierta entre Gustavo y nosotras, era ella. Temía que su niño adorado se metiera en problemas.
—Si algo le sucediera ¿quién lo defendería? ¿Tres mujeres encerradas en una casona? — murmuraba.
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