EL MATARIFE, de Isaac B Singer
Desde que Yoine Meir empezó a ejercer de matarife, sus pensamientos se obsesionaban con las criaturas vivientes. Se debatía entre toda clase de preguntas: ¿De dónde venían las moscas? ¿Nacieron en el útero de sus madres o fueron incubadas en huevos? Si todas las moscas morían en invierno, ¿de dónde procedían las nuevas en verano? Y la lechuza que anidaba bajo el tejado de la sinagoga, ¿qué hacía cuando llegaban las heladas? ¿Se quedaba allí? ¿Volaba a tierras más cálidas? ¿Y cómo se puede vivir bajo el frío cortante cuando apenas es posible mantener el calor incluso bajo un edredón?
Se despertó en él un insólito amor por todo lo que se arrastra y vuela, lo que tras ser engendrado se multiplica en enjambres. Incluso los ratones, ¿acaso eran culpables de serlo? ¿Qué daño hace un ratón? No ambiciona más que una miga de pan o un trocito de queso. Entonces, ¿por qué el gato le demuestra tanta hostilidad?
Yoine Meir mecía su cuerpo en la oscuridad. Posiblemente el rabino tuviera razón. El hombre no puede ni debe sentir más compasión que el Señor del mundo. Él, sin embargo, Yoine, enfermaba de compasión. ¿Cómo podía uno rezar por seguir vivo el año siguiente o por merecer un decreto divino favorable, mientras se les robaba a otros el aliento de la vida?
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