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miércoles, 30 de mayo de 2018

ALDEANOS CHIPRIOTAS. LIMONES AMARGOS, de Lawrence Durrell

ALDEANOS CHIPRIOTAS. LIMONES AMARGOS, de Lawrence Durrell 

    "Y era también una forma de viajar quedándose inmóvil, sentado bajo un olivo, con un jarro de vino al lado. Michaelis había sufrido de cálculos y su gran peregrinaje en busca de una cura era una saga en sí misma. Había recorrido la verde cima del Olimpo para buscar la maravillosa imagen de Kikko; había jadeado por el polvoriento camino trazado a través de la verde llanura, hasta el pozo seco donde se encontraron los huesos de Bernabé, cerca de Salamis. Consultó la reseca cabeza de San Heracleido, en su caja de vidrio, y tocó el terciopelo rojo con el dedo para llevarse un poco de polvo de la reliquia, que sorbió con la fosa nasal derecha. Todo inútil. Todos le decían que tendría que someterse al bisturí. Pero, quien sabe por qué no podía creer que los santos de la isla lo abandonaran, aunque los manantiales de aguas minerales no le sirvieran de nada. (Yo me enteré de las cualidades de los mismos, que él ilustraba con una serie de muecas, de modo que cada manantial tiene una imagen que lo acompaña. El peor de todos, Kalopanaiotis, provocaba ruidos intestinales que sugerían algo aun más poderoso que las oraciones de San Bernabé. Golpeando con el puño contra un dintel, imitó esos ruidos y agregó: «Días y noches de implacable bombardeo, después de beber apenas un litro». Pero al cabo encontró su cura. En la dramática escarpa en que se yergue Stavrovouni, dijo sus oraciones ante la sagrada reliquia que, según afirmó, era parte de la cruz del Ladrón Penitente, legada por Elena, la grande y buena emperatriz. («¿Emperatriz de dónde?» «No sé».) En un sueño se le dijo que debía vivir durante dos meses sólo del zumo de las manzanas y cerezas de Prodromos, y eso lo curó por fin."

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