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sábado, 20 de enero de 2018

BOB DYLAN. 33 REVOLUCIONES POR MINUTO, de Dorian Lynskey

BOB DYLAN. 33 REVOLUCIONES POR MINUTO, de Dorian Lynskey

    "En abril, tras una larga charla sobre derechos civiles en una cafetería del Village llamada Commons, Dylan escribió la canción que transformaría su vida. En la misma mesa apuntó la frase «your silence betrays you» [tu silencio te delata] y se fue para casa a escribir el resto de la canción (en diez minutos, aseguraba), que adaptó a la melodía de la vieja canción antiesclavista «No More Auction Block for Me». La imagen central, explicó más tarde, era la de «a restless piece of paper» [un agitado trozo de papel] que nadie piensa en agarrar y leer, una idea asombrosamente parecida a la comparación que hizo Guthrie de sí mismo con un «recorte» de papel «al viento». Tan pronto como apareció en Broadside en mayo, se convirtió en la comidilla de la ciudad. Cuando la interpretó en Gerde’s antes de su publicación, Dylan anunció: «Ésta no es una canción protesta ni nada de eso, porque yo no escribo canciones protesta… Sólo la escribí como algo para ser dicho, por alguien, para alguien».
    «Es difícil escribir una canción protesta sin que el resultado parezca moralista y algo esquemático —escribe Dylan en Crónicas—. Tienes que mostrar a las personas una faceta de sí mismas que antes desconocían». Hacer eso, en aquel momento de la historia de Norteamérica, era como practicar un boquete en un dique y esperar que no te ahogara la crecida. «Blowin’ in the Wind» captó el espíritu del momento al formular las preguntas que tantos norteamericanos se estaban haciendo: «¿Cuántas veces?», «¿Cuántas muertes?», «¿Cuántos años?». Dylan evitaba especificar, pero tras las marchas recientes por la libertad, pocos podían dudar de la identidad de «alguna gente» a la que no se le «permitía ser libre». A diferencia de una canción de actualidad, con su relato lineal y reparto de personajes, «Blowin’ in the Wind» halagaba al oyente con su vaguedad poética: quienes estaban en el ajo la comprenderían, pero no todos quedaron impresionados. Tom Paxton la desechó como «una lista de la compra en la que un verso no tiene la mínima relevancia para el siguiente» y Ewan MacColl tachó más tarde todas las canciones protesta de Dylan de «pueriles, demasiado generales para significar nada». Pero sus puntos débiles eran también los fuertes. Sin duda, recurría a algunos brochazos —libertad, empatía: bueno; guerra, muerte, apatía, lágrimas: malo—, pero sólo esos trazos podían imprimir tales nociones en las mentes de una generación.
    Más adelante, el propio Dylan se recrearía ensañándose con sus propios motivos para escribir tales canciones. Sólo era un modo de darse a conocer, le contó a Nat Hentoff del New Yorker, pero eso ocurrió cuando ya estaba harto de verse adorado como un héroe; en 1962 seguía escribiendo canciones protesta porque parecía creer en ellas. Cuando James Meredith, un estudiante negro, fue rechazado en la Universidad de Misisipi por motivos raciales, desencadenando altercados sangrientos e instando al presidente Kennedy a mandar tropas para forzar la desegregación, Dylan no tardó en componer la cáustica y escueta «Oxford Town». «A Hard Rain’s a-Gonna Fall» fue escrita antes de la crisis de los misiles cubanos, pero se antojó asombrosamente oportuna cuando los oyentes confundieron el aguacero [hard rain] con una lluvia nuclear.


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