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miércoles, 27 de septiembre de 2017

ROBERT DESNOS. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg

ROBERT DESNOS. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg 


    "Conocí al poeta Robert Desnos en 1927, pero fue más tarde, en 1929-1930, cuando nos vimos con frecuencia. Nunca fue mi amigo, pero me atraía por su carácter apasionado y, a la vez, por su dulzura, por su humanidad. No había nada en él del literato profesional. Además, no se parecía a los franceses que yo conocía, que hacían todo para complicar las cosas o, como se dice en Francia, «couper les cheveux en quatre». Aún imperaba el culto a la poesía hermética cuando Desnos declaró que era necesario comprender y ser comprendido.
    Desnos había sido uno de los partidarios más acérrimos del surrealismo de los inicios. Enseguida había hecho suyo el dogma de «la escritura automática» y del culto a los sueños. En un café ruidoso, cerraba de pronto los ojos y se ponía a profetizar, mientras alguno de sus compañeros anotaba lo que decía. Tenía entonces veintidós años, y esto lo sé por terceras personas.
    Pero en 1929 el surrealismo comenzaba a escindirse y, pese a todos los esfuerzos de André Breton (a quien llamaban en tono de broma «el papa del surrealismo») por mantener la unidad del grupo, los poetas se dispersaron en distintas direcciones. A pesar de su nombre, el surrealismo no era un vuelo poético, sino una buena pista de despegue, de modo que la clamorosa ingenuidad de las primeras declaraciones no fue obstáculo para que de él salieran poetas como Éluard y Aragon.
    En 1930 Desnos declaró: «El surrealismo, tal y como lo presenta Breton, es uno de los peligros más graves para el pensamiento libre, una pérfida trampa para el ateísmo, el mejor asidero para el renacimiento del catolicismo y el espíritu clerical».
    ¿Por qué me cautivaban tanto sus versos y su manera de ser? Responderé con palabras de Éluard: «De todos los poetas que he conocido, Desnos era el más espontáneo, el más libre, era un poeta inseparable de la inspiración, podía hablar como pocos poetas saben escribir. Era, de todos, el más osado».
    He dicho que, de vez en cuando, nos encontrábamos. Algunas veces fue a verme al boulevard Saint-Marcel (la portera, que nos consideraba a mí y a cuantos me visitaban tipos sospechosos, gritó a Desnos que se limpiara los pies, a lo que Desnos respondió con calma: «Madame, vous êtes un c…»). Una vez fui a su taller, en la rue Blomet, al lado de una sala de baile frecuentada por negros. El local de Desnos estaba atestado de trastos indescriptibles que compraba, no se sabe por qué, en el «mercado de pulgas», como llaman al rastro de París. Se me ha quedado grabada en la memoria una espantosa sirena de cera. A él le gustaba mucho. (Muchos años más tarde, leí unos versos suyos en que calificaba de «sirena» a Yuki, la mujer que amaba, y él se comparaba con un «caballito de mar»).
Desnos procuraba ganarse la vida escribiendo artículos para periódicos. Fue reportero del Paris Matinal, de Merle, y luego colaboró con otros medios. Conoció el poder del dinero y escribió: «¿Un periódico se escribe con tinta? Es posible, pero sobre todo se escribe con petróleo, con margarina, con carbón, con algodón, con caucho, si no con sangre».
    Desnos escribía mucho sobre el amor, y uno de sus mejores libros se titula La noche de las noches sin amor. Encontró a su sirena. Yo conocía a Yuki; era hermosa, muy espabilada, venía a menudo a Montparnasse con su marido, el pintor japonés Fujita, viejo parroquiano de La Rotonde. Fujita se fue al Japón y Yuki se convirtió en la mujer de Desnos. Su amor era enternecedor, con esa leve ironía que es inseparable del romanticismo. Cuando, en 1944, los nazis le detuvieron y lo enviaron a un campo de tránsito, escribió desde allí a Yuki: «¡Amor mío! Nuestro dolor sería insoportable si no lo considerásemos como una enfermedad pasajera y sentimental. Nuestro encuentro, después de esta separación, embellecerá nuestra vida durante treinta años por lo menos… No sé si recibirás esta carta para el día de tu cumpleaños. Quisiera regalarte cien mil cigarrillos rubios, doce vestidos maravillosos, un piso en la calle del Sena, un automóvil, una casita en el bosque de Compiègne, una casa en Belle-Île y un pequeño ramillete».
    Si pensamos en el lugar donde escribió estas líneas y en qué estado se hallaría su corazón, se comprenderán mis palabras sobre la ironía romántica: no se trata de un recurso literario, sino de pudor. Sus últimos versos, escritos en un «campo de la muerte», están dirigidos a Yuki: «Tanto he soñado contigo, tanto he hablado y caminado, tanto he amado tu sombra, que no me queda nada de ti. Ya no me queda sino ser sombra entre las sombras, y cien veces más sombra que la sombra».
    En 1931 Desnos, que aborrecía los periódicos, encontró trabajo en una agencia inmobiliaria. Hay pocos episodios pintorescos en su biografía: el pudor censuraba su vida.
    Cuando todavía trabajaba como periodista, le enviaron a Cuba, donde se celebraba no sé qué congreso. Desnos se enamoró de la música popular cubana, no se hartaba de hablar de ella, de canturrearla, de tamborilearla sobre la mesa. Quería imitar a los poetas anónimos de Cuba y se puso a componer coplas.
    En 1942 escribió sus Coplas de la calle de Saint-Martin donde había nacido. En aquella época los parisinos supieron lo que significa un toque de campanilla o una llamada a la puerta antes del amanecer: «Je n’aime plus la rue Saint-Martin | Depuis qu’André Platard l’a quittée, | Je n’aime plus la rue Saint-Martin, | Je n’aime rien, pas même le vin. || Je n’aime plus la rue Saint-Martin | Depuis qu’André Platard l’a quittée, | C’est mon ami, c’est mon copain. | Nous partagions la chambre et le pain. || C’est mon ami, c’est mon copain. | Il a disparu un matin. | Ils l’ont emmené, on ne sait plus rien. | On ne l’a plus revu, dans la rue Saint-Martin». [Ya no me gusta la calle Saint-Martin | Desde que André Platard la dejó, | Ya no me gusta la calle Saint-Martin, | No me gusta nada, ni siquiera el vino. || Ya no me gusta la calle Saint-Martin | Desde que André Platard la dejó, | Es mi amigo, mi compañero | Compartíamos la habitación y el pan. || Es mi amigo, mi compañero | Desapareció una mañana. | Se lo llevaron, no supimos nada más. || No lo hemos vuelto a ver, en la calle Saint-Martin].
La última vez que me encontré con Desnos fue en primavera, o tal vez en verano de 1939. Era un día muy caluroso, nos sentamos en la terraza vacía de un café y hablamos, como es natural, de lo que entonces todo el mundo hablaba: ¿habrá o no habrá guerra? Desnos estaba triste. Cuando nos despedimos se puso a despotricar: «¡Mierda! ¡Una auténtica mierda!». No sé a qué se refería, si a Hitler, a Daladier o al destino.
    Cuando volví a París después de la guerra, me contaron que Desnos había muerto en un campo de concentración. Luego me enteré de los detalles. Había participado en la Resistencia, no sólo había escrito versos políticos, sino que además había recogido información sobre los movimientos de las tropas alemanas. El 22 de febrero de 1944 le previnieron por teléfono: «No duerma en casa». Desnos tuvo miedo de que, en su lugar, arrestaran a Yuki. Se quedó y abrió tranquilamente la puerta.
Cuando lo condujeron a la rue des Saussaies, donde se encontraba la Sûreté, un joven fascista le gritó:     «¡Quítese las gafas!». Desnos entendió lo que significaba y respondió: «No tenemos la misma edad. Preferiría los puñetazos a las bofetadas».
    Un pez gordo de la Gestapo, mientras cenaba con algunos escritores y periodistas franceses, hablaba de las últimas detenciones y dijo: «¡En el campamento de Compiègne ahora hay un poeta, imagínenselo! Se llama… Robert Desnos. Pero no creo que le deporten». Entonces, el periodista Laubreaux, a quien todos conocemos muy bien (luego huyó a España), exclamó: «¡Deportarle no! ¡Hay que fusilarle! ¡Es un hombre peligroso, un terrorista, un comunista!».
    De Compiègne trasladaron a Desnos a Auschwitz. Algunos de los reclusos se salvaron de milagro y, según explican, Desnos se esforzaba en dar ánimos a los demás. En Auschwitz, al ver que sus compañeros caían en la desesperación, dijo que sabía leer las líneas de la palma de la mano, y a todos les vaticinó una larga vida y felicidad. Siempre murmuraba algo: componía versos.
    Las tropas soviéticas avanzaban rápidamente hacia el oeste. Los nazis trasladaron a los reclusos de Auschwitz a Buchenwald y luego a Checoslovaquia, al campo de Terezin. La gente, agotada, apenas podía caminar: los SS mataban a los que se quedaban rezagados.
    El 3 de mayo el ejército soviético liberó a los recluidos en el campo de Terezin. Desnos tenía el tifus. Luchó durante mucho tiempo contra la muerte: amaba la vida, tenía ganas de vivir. Un joven checo, de nombre Joseph Stuna, que trabajaba en el hospital vio en las listas el nombre de Robert Desnos. Stuna conocía la poesía francesa y se preguntó si sería él. Desnos se lo confirmó: «Sí. Soy poeta». Durante los tres últimos días de su vida, Desnos pudo hablar con Stuna y con una enfermera que sabía francés; evocaba París, la juventud, la Resistencia. Murió el 8 de junio.
    Quiero contar ahora una conversación que mantuve con Desnos y que se me ha quedado grabada en la memoria. Esta conversación adquirió para mí un nuevo significado después de haber leído los poemas que escribió en el campo de concentración y de haber conocido algunas circunstancias de los últimos meses de su vida.
    Nos vimos por casualidad en el boulevard de Port-Royal. Entonces yo vivía en la rue Cotentin, cerca de la estación de Montparnasse, pero no sé por qué nos dirigimos hacia Saint-Marcel y entramos en el café de la mezquita. Estaba oscuro y desierto. Corría el año 1931, Desnos se sentía feliz, pues había encontrado a Yuki, escribía mucho y hasta por su aspecto parecía tranquilo.
    No sé por qué nos pusimos a hablar de la muerte. Por lo general, la gente evita ese tipo de conversación, ésa es una cuestión en la que cada uno prefiere pensar a solas.
  (...)
    De todas maneras, yo nunca habría entablado aquella conversación, lo hizo Desnos, de improviso, sin partir de la idea de su propia muerte, sino de largos razonamientos sobre el cosmos y la materia.   Había adquirido una nueva fe: «La materia, en nosotros, se vuelve pensante. Luego vuelve a su estado anterior. Los planetas desaparecen, seguramente la vida también se extingue en otros cuerpos celestes. ¿Es por eso el pensamiento algo inferior? ¿Quita sentido a la vida su provisionalidad? ¡Nunca!».
    No hace mucho recibí un estudio sobre la poesía de Desnos, editado por la Academia de Bélgica. La autora, Rosa Buchole, cita un soneto inédito que Desnos escribió en el campo de concentración: «Sur le bord de l’abîme où tu vas disparaître | Contemple encore la rose, écoute la chanson | Qu’autrefois tu chantais au seuil de ta maison, | Vis encore un instant consenti à ton être. || Et puis tu rejoindras, dans l’oubli, tes ancêtres, || Ô passante, et passée avec tant des saisons, | Tu te perdras dans la planète et ses moissons | Ne va pas espérer pourtant un jour renaître. || Une étoile filante, au fond des temps rejoint. | Maintes lueurs, maints crépuscules et maints points | Du jour au bord d’un fleuve où tu te désappris. || La matière eut en toi conscience d’elle-même, | Au loin l’écho se tait qui répétait “Je t’aime” | Et le pur moment n’émeut plus nul esprit». «[Al borde del abismo donde desaparecerás | contempla aún la rosa, escucha la canción | que antaño cantabas a la puerta de tu casa. | Vive todavía el instante que a tu ser consiente. || Y luego te reunirás, en el olvido, con tus antepasados, | Oh, transeúnte, que has pasado tantas temporadas, | te perderás en el planeta y en sus cosechas. | No esperes, sin embargo, renacer un día. || Estrella fugaz, encuentras al final de los tiempos | tantos brillos, tantos crepúsculos y tantos puntos | de luz a la orilla del río donde viene el olvido. || La materia tuvo en ti conciencia de ella misma, | se desvanece a lo lejos el eco que repetía “Te amo” | Y el simple movimiento no conmueve ya a ningún espíritu»].
    Este soneto se escribió en un lugar en que la mentira o la pose resultan inútiles. Desnos había visto las cámaras de gas adonde llevaban cada día a un grupo de reclusos. Meditando sobre la proximidad de la muerte, repetía lo que me había dicho en una época en la que era feliz. ¡Cuánto amaba la vida, a los amigos, a Yuki, la poesía, París, las banderas rojas en la place de la Bastille, las casas grises!
    El eco se apagó. Pero nada pasa sin dejar huella: ni los versos, ni el valor, ni la sombra entre las sombras, ni el momentáneo resplandor de una estrella fugaz. Soy poco apto para la filosofía, pocas veces pienso sobre las cosas en términos generales; éste es, sin duda, uno de mis mayores defectos. Pero a veces intento entender, con una especie de arrebato por el tiempo perdido, lo que la gente llama el sentido o el significado de la vida: y ahí entran, naturalmente, el susurro de la «caña pensante» y el eco que Desnos oyó hasta el último minuto, las palabras de amor, el calor del corazón."
Recuerdo a Desnos en Terezin, 2016

Terezin


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