RIÑA DE GATOS, de Eduardo Mendoza
La razón de leer este libro no es otra que su llegada gratuita a casa. Siendo otra obra en mi haber de Mendoza, no quería dejarla pasar, pero sabiendo que era un premio Planeta, han pasado años hasta que me decidiera a leerla. O quitármela del estante de libros pendientes, que en el caso de Riña de gatos es lo mismo. Porque es una novela escrita para ganar los 601.000 euros del premio Planeta 2010 más lo que venga después, y eso, en sí mismo, es ya un género literario aparte.
Tuve mi época de libros de Eduardo Mendoza, autor siempre tan original. Adoro La verdad sobre el caso Savolta, o Sin noticias de Gurb. El laberinto de las aceitunas no fue gran cosa. La ciudad de los prodigios estuvo bien, y del resto, dos o tres más, no guardo memoria. Creo que Riña de gatos irá al grupo intermedio de "no estuvo mal".
A todo esto, el personaje central es un inglés, Anthony Whitelands, especialista en la obra de Velázquez, por lo que también conoce la España del momento igual que cualquier guiri. De lo peor del libro, por credibilidad, las peroratas con la que los personajes interpretan la tensa actualidad política para que el inglés entienda dónde se mete cuando le piden que acuda para un encargo profesional en el Madrid del primer semestre del 36. Porque lo hace inocentemente. Tiene el atractivo de ser una explicación socorrida para el lector de un periodo de nuestra historia tan controvertido: todavía nos culpamos de estas cosas unos contra otros casi 100 años después. El tema sigue interesando al lector de cualquier tendencia. Hay un morbo en esto que sigue atrayendo a muchos lectores que no conocen el tema más que por disputas políticas de tertulianos y otros personajes casi igual de lamentables que los malotes de Riña de gatos. En mi opinión creo que debilita la profundidad con que podría haber descrito los personajes: hablan los conspiradores rojos, azules y militares de la época (como Franco) con la comprensión de una barra de bar repleta de cuñados. Tal vez es lo que tocaba, o es tal vez lo que toca para ser premio Planeta.
La historia general es una concatenación de historias particulares: la de un historiador del arte inglés que encuentra el "Velázquez" de su vida, con el atractivo de una joven de la nobleza española que le lleva a José Antonio Primo de Rivera, pasando por Azaña en persona, para regresar al punto inicial con algún muerto por el camino y el inglés bien trasquilado, que es lo que por otra parte se merecen (sentimiento que comparten los más castizos de la novela). Como otras veces, Mendoza se sirve de un acercamiento a la historia con cierta irreverencia (que no falta de respeto) a través la ironía y el humor, con la reinterpretación de personajes históricos para meternos en el ambiente madrileño previo al alzamiento de julio de 1936. El presunto cuadro de Velázquez es la excusa para que Whitelands ande por los ambientes políticos más candentes, equivocando las preguntas pero encontrando las respuestas, lo cual es de lo más estimable de la novela y del personaje central. Se convierte en un incordio para todos, pero al menos consigue que los demás personajes le tengan que explicar la situación que vive Madrid. El otro gran personaje, por su fuerza y por cómo Mendoza se lo va guardando casi hasta el final, es Primo de Rivera, el fundador de la falange. Un personaje al que todos conocen o han oído hablar, de una sola pieza, pero que, sin embargo, esconde muchas sombras y le delatan muchas aristas conforme Whitelands lo conoce de cerca. No tiene tanta carga política en esta novela, más allá de la que lector previamente conoce. Es esencialmente un aventurero típico de la época: a todos quiere agradar, y para eso hace falta también un enemigo acérrimo y personal con el que medirse y salir ganando, ejerce un cultivo desmesurado de la imagen, es un conquistador nato de hembras, tiene una vis violenta que es contrarrestada por otra más poética... Enfin, un vendehumos que se apoya en la herencia de su padre.
Todo en la novela es un lío, muy típico de Mendoza, de relaciones personales, malentendidos, descubrimientos, tropezones en la investigación de la autenticidad del cuadro, los fines poco claros de su venta en el extranjero... ideal para una novela de espías, agentes extranjeros, diplomáticos y asesinos a sueldo. Lo que menos me ha gustado, el final. Por lo demás, entretenida y sin pretensiones de nada. Puede gustar por igual a casi todos.
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