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viernes, 30 de julio de 2021

HERTA MULLER. A LA SOMBRA DE EUROPA, de Robert D. Kaplan

HERTA MULLER. A LA SOMBRA DE EUROPA, de Robert D. Kaplan


Los alemanes étnicos no solo vivían en Transilvania. Varios centenares de miles se establecieron en la región del Banato, en la zona suroeste de Rumanía, por ejemplo. En el siglo XVIII, los emperadores Habsburgo los animaron a que ocupasen aquella tierra de paso del Imperio Austríaco. Tal vez estos alemanes recibieran el nombre de suabos porque iniciaron el viaje hacia el Banato desde la ciudad de Ulm, al sur de Alemania, al paso del Danubio por Suabia. El régimen de Ceauşescu, cuando fusionó el nacionalismo extremo con el comunismo, inició una fuerte represión contra ellos además de contra otras minorías étnicas, lo que propició que multitud de suabos abandonasen el territorio durante la última fase de la Guerra Fría. Por cada emigrante al que se permitía salir, el régimen de Ceauşescu exigía una recompensa al gobierno de Alemania Occidental. Lo mismo sucedió con el resto de la población alemana étnica que deseaba salir, así como con los judíos (cuya retribución corrió a cargo de los gobiernos israelí y estadounidense). 

He sacado a colación a los suabos por el considerable impacto que la prosa de Herta Müller tuvo sobre mí. En 2009, Müller fue galardonada con el premio Nobel por sus memorias y los relatos biográficos de su niñez, cuando era una suaba en el Banato de la era de Ceauşescu. La opresión aparece en todos sus textos, aunque raras veces escribe abiertamente sobre ella. En lugar de hacerlo directamente, consigue atravesar al lector con unas crudas imágenes de silencio, crueldad y vacuidad: despliega un mundo material que, aun siendo rural y tradicional, está privado de belleza o de una estética edificante. Mientras que el barro y las herramientas u otros objetos vinculados a la tierra pueden considerarse casi joyas cargadas de sensualidad en la poesía del fallecido poeta nacido en la Irlanda del Norte y también premio Nobel Seamus Heaney, en la obra de Müller estas mismas imágenes no dan tregua:


 La nieve cae sobre los perros callejeros. El frío corroe las fachadas con su sal. En algunos sitios se desprenden los letreros. Los hombres embozados que regresan de la taberna bajo sus gorros de piel apolillados pasan de largo sin pensar en nada y hablando solos. Es un agua amarillenta y dura y, al lavar, suelta sémola en vez de espuma y deja la ropa blanca, áspera y gris. Papá llegaba a casa borracho todos los días. Mamá apoyó las palmas de la mano contra la estufa de azulejos y estalló en sollozos. No hay crepúsculo matutino ni vespertino. El crepúsculo está en los rostros de las gentes.

La represión no solo se encuentra en las prisiones y los pelotones de fusilamiento. Puede tratarse también de un tedio más mundano y extenuante, una sensación que Müller reconstruye fielmente.

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