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jueves, 28 de noviembre de 2019

LA LIBERACIÓN. TREGUA PARA LA ORQUESTA, de Fania Fenelon

LA LIBERACIÓN. TREGUA PARA LA ORQUESTA, de Fania Fenelon

Resultado de imagen de FANIA FENELON, Tregua para la orquesta, Auschwitz,    "Lo que sucede: los soldados detienen a los SS, los alinean contra los muros. Ese momento que tanto habíamos deseado, cuyo pensamiento nos colmaba de alegría, ha llegado, lo vivimos.

    Los deportados salen de todos los barracones. Los hombres, de los que habíamos estado separadas tanto tiempo, vienen hacia nosotras y se busca a los que se conoce: un padre, un hermano, un tío, un primo, un marido, se le busca…

    Me encuentro en un edificio limpio, el de los SS Me rodea una muchedumbre caqui. ¡Dios mío, qué bien huelen! ¡Qué perfume tan suave tiene el sudor de estos hombres!

    Es la infantería que nos ha liberado y empiezan a llegar los elementos motorizados. Por la ventana veo entrar en nuestro campo el primer jeep. Un oficial holandés, salta del coche aún en marcha; mira ante él, a su alrededor… y echa a correr como un loco con los brazos abiertos gritando: «¡Margrett! ¡Margrett!» y hasta él llega una mujer tambaleándose. Los jirones de su traje rayado flotan como trapos clavados a un asta: es su mujer. Murió tres cuartos de hora después, en un estado de degradación y suciedad inenarrables. Ahora la abraza, estrecha contra él aquel resto de vida que le sonríe.

    Me tienden un micro…

    Se produjo el milagro: cuando sólo el respirar me consumía y mi corazón economizaba sus latidos y la vida me abandonaba, me incorporo; un estallido de júbilo me enardece y vuelvo a cantar La Marsellesa. Esta vez surge de mí con una violencia, una fuerza, como no había poseído nunca y que, sin duda, jamás volvería a tener.

    Con una voz dulce que no le conocía, Florette balbucea:

—Fania, has cantado de una manera que… Esta Marsellesa era… —Y temblaba, temblaba de los pies a la cabeza—. ¡Jamás la olvidaré! ¡Ah… además, me has hecho llorar… déjame que te abrace!

    Emocionado, un oficial belga hunde la mano en el bolsillo de su uniforme y me ofrece… un pintalabios. ¡Qué regalo tan maravilloso! No logro imaginarme nada más bello que este viejo lápiz de labios usado en sus tres cuartas partes que procede no sé de dónde ni de quién. Tal vez de su mujer, su novia, una prostituta…


    El que lleva el micro insiste:

—Si me hace el favor, señorita, es para la BBC.

    «Señorita», «la BBC», la vida vuelve a empezar.

    Canto el God save the King y las lágrimas brotan de los ojos de estos militares, se deslizan por sus caras sudorosas, trazan regueros en sus mejillas sucias por la guerra.

    Canto L’Internationale y los deportados rusos la corean.

    Canto… y delante de mí, a mi alrededor, surgiendo de todos los ámbitos del campo, caminan, sosteniéndose en las paredes de los barracones, sombras moribundas, esqueletos que se mueven, se levantan, crecen, se agrandan. De su pecho brota un enorme «Hurra» que confluye, arrastra y se lo lleva todo. Han vuelto a ser hombres y mujeres.

    Meses después supe que aquel día y a esa hora, en Londres, mi prima se desmayó ante su aparato de radio al oírme cantar, a la vez que se enteraba de que yo había sido deportada y acababan de liberarme."

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