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martes, 22 de octubre de 2019

LA BANDA CALLEJERA MAS GRANDE, LA POLICIA. EL ESTABLISHMENT, de Owen Jones

Imagen relacionada   "Poco después de los disturbios que trajeron caos, destrucción y miedo a las calles de muchas ciudades inglesas en 2011, un estudio llevado a cabo por la London School of Economics y el periódico The Guardian reveló que muchos participantes en los altercados estaban resentidos con la policía. Aparecieron testimonios de registros humillantes y de violencia verbal rutinaria, así como una sensación generalizada de que los trataban de forma distinta por el color de la piel. Un año después de los disturbios, entrevisté al veterano trabajador por los derechos raciales Stafford Scott en un café de Tottenham. Scott me hizo mucho hincapié en que el rencor se transfería de una generación a la siguiente, dado que a la sensación de injusticia que experimentaban los jóvenes por cómo los trataba la policía se le sumaba el resentimiento heredado de sus padres y de sus abuelos. De joven, a Scott lo detuvieron y lo multaron bajo la llamada «Ley de Sospechosos», parte de la famosa Ley de Vagos y Maleantes que databa de hacía casi dos siglos y que se mantuvo en vigor hasta 1981. La ley en cuestión daba poder a la policía para detener a alguien por la simple razón de que tal vez fuera a cometer un delito. El resultado fue la criminalización de muchos hombres negros. Al mismo tiempo, durante las décadas de los setenta y de los ochenta se expulsó a grandes cantidades de adolescentes negros de sus escuelas. Tal como me explicó Ken Hinds, presidente del Grupo Haringey de Control de los Registros en la Calle: «En la comunidad negra ya hay tres generaciones que se han visto afectadas de la misma forma por los registros callejeros, lo cual quiere decir que lo que yo viví hace treinta y cinco años hoy lo está viviendo mi nieto».

    Entre los jóvenes negros a los que he entrevistado aflora un sentimiento compartido: que la policía «es la banda callejera más grande que hay». Lo inquietante es que esta clase de expresiones las usa la misma policía. A principios de 2012, el inspector jefe de la policía de Enfield, Ian Kibblewhite, advertía a los pandilleros: «Puede que en vuestra banda seáis cien, pero en la nuestra somos treinta y dos mil. Nos llamamos la Policía Metropolitana». Reflexionando sobre algunos de sus antiguos colegas, Brian Paddick dice: «Hay gente de esa generación que acabaron de criminales, y otros en la policía. Podían haber caído tan fácilmente de un lado como del otro». Y se pregunta por las razones: «¿Era por una cuestión de seguridad? ¿Acaso se sentían más vulnerables? ¿Quizá era gente que veía violencia a su alrededor y quería seguridad, quería alistarse en una banda legítima que les ofreciera protección? Las bandas criminales de hoy en día les infunden una sensación de seguridad a los jóvenes; pues tal vez esos agentes pensaban que la policía les podía ofrecer esa misma seguridad a ellos».

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