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lunes, 2 de septiembre de 2019

LA CAIDA FINAL DE CATALUÑA. YO FUI PILOTO DE CAZA ROJO, de Francisco Tarazona

LA CAIDA FINAL DE CATALUÑA. YO FUI PILOTO DE CAZA ROJO, de Francisco Tarazona 

"—¡Paco! —Montilla corre hacia mi, jadeante—. Dice Zarauza que hay que salir. ¡La carretera de Torroella está siendo ametrallada! Dice que…
—Sí, sí; ya sé. Está bien Manolo. ¡Vueltas! —grito al chófer de la puesta en marcha.
    El motor, con sus potentes 1000 CV, ruge atronadoramente.
—¡Fuera calzos! —grito, casi sin mirar al mecánico que se ocupa de la operación—. ¡Fuera calzos, que ya están aquí!
    Bandadas de cazas se dirigen hacia donde estamos. En unos instantes más estarán sobre nosotros y, a no dudar que, por mucha que sea la pericia, la suerte o los rezos, tendremos irremisiblemente que caer. Aún no creo en milagros.
    Sin perder de vista a la caza enemiga, me dirijo a un lugar del campo donde los agujeros de las bombas y la longitud me permitan despegar. Hallo el deseado, en el momento en que el avión tripulado por Zarauza rompe el contacto con la superficie de tierra. Con la mano, saludo al buen amigo y, en mi interior siento orgullo de ser su compañero. Al instante, Bravo, como disparado por catapulta, pasa por encima de mi cabeza. ¡Salud y suerte!
    Meto gases. Al fondo, en el horizonte, se recortan las siluetas de los Fiat. Están esperando la comida. A medio recorrido sobre la pista del pequeño campo siento que soy atacado por la espalda. Las trazadoras se van clavando delante del «Mosca» como señalándole el camino a la eternidad. De repente, un gran humareda me envuelve y una sombra gigantesca pasa sobre mi cabeza, que agacho instintivamente. Un Messerschmitt, con las cruces inmensas en las alas, pasa rugiendo para volver al ataque en un viraje cerradísimo.
    Corto gases. Freno con todas mis fuerzas y, rodando el «Mosca», lo llevo a esconderlo entre unos árboles. Al saltar de la cabina, una rociada de balas me hace tirarme a tierra; desesperado y con las manos a guisa de casco, espero.
    El fuego en el 193 me salva la vida una vez más. Los cazas enemigos, viendo el «Mosca» incendiado, dejan de ametrallar aquella área.
    Me levanto y busco con ansia los camiones extintores de incendio, pero… los que hay en Vilajuiga están ardiendo.
    Me siento al lado de un árbol. El 193 arde. Veo, a través de las llamas que lo envuelven, toda la historia, la magnífica historia de su vida. Las explosiones en la lejanía y el paso de los buitres sobre mi cabeza no logran sacarme de aquel éxtasis contemplativo. Me siento cerca de alguien que me quiere, que lo ha dado todo por mí. Todas las heridas las ha recibido él. Su tosco cuerpo está remendado de una y otra parte. Heridas que es a mí a quien duelen.
    Las balas del 193 empiezan a detonar por efecto del fuego. El tanque de gasolina estalla. El motor, otrora potente, se desprende de la bancada y, humildemente, se inclina para hundirse como informe masa en el blanco suelo, lejos de la tierra donde fue extraído el metal para su creación.
    Cenizas. Nada más que eso: cenizas. Era todo lo que quedaba del fabuloso 193, de mi querido 193.
Alguien dijo que me había encontrado llorando, con la cabeza entre las rodillas. Sí; lo creo.
    El castillo se va a abandonar esta noche. Todo está preparado ya. Las tropas de Franco avanzan firmemente encontrando a su paso la dislocación, y únicamente las grandes masas de material y carne que hay en las carreteras impiden un avance más vertiginoso."

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