LA MATANZA DE SREBRENICA. SLOBO, de Francisco Veiga
"A comienzos de julio, el general Mladic lanzó a sus tropas contra Srebrenica, que había vuelto a llenarse de refugiados y a rearmarse, tras los acuerdos de 1993. Pero esta vez no hubo ningún general Morillon que detuviera el golpe. Las tropas serbias tomaron el enclave el 11 de julio, sin que el contingente holandés de 110 cascos azules ofreciera resistencia, tal y como había ocurrido con las tropas de la ONU en Eslavonia occidental dos meses antes. De todas formas, si hubo luz verde de los americanos, no se esperaban la carnicería que tuvo lugar. Miles de civiles intentaron escapar del cerco a través de las montañas y fueron liquidados por las tropas serbias de Mladic. Además, en el mismo enclave, se produjo un número indeterminado de fusilamientos sumarios. Los serbios no olvidaban las ofensivas lanzadas en enero de 1993 por las milicias musulmanas del enclave y les aplicaron una cruel venganza. Al comandante Naser Oríc no lo encontraron, porque antes de la ofensiva se había refugiado en Sarajevo, abandonando Srebrenica a su suerte, por orden del gobierno. Seguramente y a sabiendas de la inminente caída del enclave, que aceptaban a cambio de otros territorios, no deseaban que pudiera entregar información comprometida a los serbios. En abril de 2003, Oric sería entregado como criminal de guerra al Tribunal Penal Internacional de La Haya. El asunto pasó completamente desapercibido para la prensa occidental. Que las matanzas de Srebrenica fueron debidas al ansia de venganza de los serbobosnios lo prueba el que tras la caída del enclave de Zepa, pocos días después, no hubo ningún baño de sangre. Allí los serbios no tenían ninguna factura que pasar. Para rematar el catálogo de miserias que se tejieron en torno a Srebrenica, las noticias de la masacre tardarían algún tiempo en llegar a la prensa, porque aún tenían que ser convenientemente instrumentalizadas.
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Resultaba bastante embarazoso admitir que una de las más completas limpiezas étnicas de las guerras de la ex Yugoslavia se había debido a una operación militar ejecutada por tropas entrenadas, asesoradas, informadas y ayudadas por los norteamericanos y alemanes. Peor aún: planeaba la duda sobre el hecho de que una de las mayores matanzas de la guerra de Bosnia, la de Srebrenica, había tenido lugar como consecuencia de una planificación diplomática poco cuidadosa o mal ejecutada.
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En definitiva: o bien Srebrenica fue un fallo garrafal en la capacidad operativa de la inteligencia norteamericana o bien ésta tenía material más que suficiente para saber lo que iba a ocurrir con bastante antelación; tanta, al menos, como el gobierno de Sarajevo. Si la segunda respuesta es la correcta, hubo una campaña de silencio y desvío de la atención que incluso recurrió a la culpabilización de las tropas holandesas de cascos azules. Esos soldados, que no hicieron nada por defender Srebrenica, fueron condenados. Los daneses que intentaron resistir ocasionalmente en Croacia y en algunos casos resultaron asesinados por las tropas croatas, fueron convenientemente olvidados. Lo mismo ocurrió con el saqueo y destrucción de las propiedades que los refugiados dejaron atrás, o con los muy escasos serbios que renunciaron a escapar —la mayoría ancianos e impedidos—, una parte de los cuales fueron asesinados. Y los excesos continuaron y continuaron durante semanas. Según el Consejo de Seguridad de la ONU, a finales de septiembre todavía se llevaban a cabo ejecuciones, con algunas víctimas quemadas vivas.
En este sentido, la Operación Tormenta sacó a la luz uno de los primerísimos síntomas del enfrentamiento euro-americano que saldría a la luz de forma virulenta durante la crisis de Irak en 2003. La diplomacia comunitaria consideró que estaban más que claras las responsabilidades norteamericanas en la ofensiva croata. El jefe del equipo mediador de la Unión Europea, el sueco Cari Bildt, pidió que Franjo Tudjman fuera incluido en las listas de criminales de guerra del Tribunal Penal Internacional. Pero el 9 de agosto, el mismo día en el que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas proponía la condena contra Croacia por los abusos cometidos en la Krajina, la entonces emisaria del presidente Clinton en ese foro, Madeleine Albright, denunció por vez primera las matanzas cometidas por los serbios de Bosnia en Srebrenica un mes antes. Ya se habían oído rumores basados en los testimonios de los huidos y evacuados, pero ese día los americanos «oficializaron» la historia. Como prueba inicial, Albright presentó unas supuestas fotos de fosas comunes tomadas por aviones espía; a pesar de la dudosa calidad probatoria de ese tipo de material —como se vería más tarde en Kosovo e Irak— el asunto levantó una enorme polvareda, y el debate sobre los pecados croatas pasó a vía muerta. La fotografía había sido buscada a toda prisa sólo unos días antes y encontrada por un analista de la CÍA tras examinar y comparar durante toda una noche."
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