Ver Viajes del Mundo en un mapa más grande

viernes, 9 de febrero de 2018

NAZIS DE PRIMERA HORA. LOS HERMANOS HIMMLER, de Katrin Himmler

NAZIS DE PRIMERA HORA. LOS HERMANOS HIMMLER, de Katrin Himmler 

    "Sin embargo, a Gebhard y Heinrich, así como a muchos otros exsoldados de guerra, la Defensa Vecinal pronto les resultó excesivamente blanda, «demasiado barbuda», como escribiría Gebhard; así que los hermanos, junto con Ludwig Zahler, se afiliaron a principios de noviembre de 1919, la primera semana después de que Heinrich iniciara sus estudios, a la XIV Compañía de Voluntarios Provisionales, perteneciente a la Brigada de Tiradores XXI, que en septiembre de 1919 fue incorporada al Ejército. La brigada estaba a las órdenes del caballero Franz von Epp, coronel del Ejército, quien había aplastado a la República de los Consejos bávara con un cuerpo libre que llevaba su nombre y era festejado desde entonces como el «liberador de Múnich». El cuerpo libre Epp Junto con otros integrantes, se convirtió en la Brigada de Tiradores XXI. De esta organización eran miembros Ernst Röhm (ayudante de Epp), que luego sería el jefe de la SA; Rudolf Hess; los hermanos Gregor y Otto Strasser, y otros que, pocos años después, formarían la cúpula del régimen nacionalsocialista. Las atribuciones de Epp iban mucho más allá de las que tenía en la brigada: no sólo estaba a sus órdenes el Ejército en el área de Múnich-Alta Baviera, sino también la Policía Urbana, la Defensa Vecinal de la capital bávara y el Socorro Técnico, cuerpo al que pertenecía también Gebhard.
(...)
    Gebhard defendía ese paso en sus «memorias»: «Quien no haya vivido aquellos tiempos quizá no entienda que, recién llegados del frente o del cuartel, volviéramos a jugar a los soldados. Pero no lo hicimos en absoluto por placer, sino por imperiosa necesidad». La situación política emanada de la Revolución de Noviembre seguía siendo de gran inestabilidad, continúa diciendo; grupos de extrema izquierda intentaban una y otra vez «derribar el aún tambaleante orden liberal», ya con el Levantamiento Espartaquista de Berlín, en la Cuenca del Ruhr o en Turingia. «Había que estar ojo avizor.»

    A medida que estos cuerpos se iban conformando en oposición a la República y cuanto más aislados se veían, más fue cristalizando en ellos una conciencia de grupo, el llamado «espíritu del cuerpo libre». A muchos de sus integrantes los unía una experiencia del frente decepcionante y, como resultado de esta, una sensación general de pérdida de valor y sentido; pero también los aglutinaba una experiencia de camaradería ajena a cualquier diferencia de clases, incluso entre oficiales y soldados rasos. El «liderazgo» no se legitimaba por el grado en el escalafón, sino únicamente por la «acción realizada en el frente». La mayoría de quienes pertenecían a los cuerpos libres veían en la guerra perdida el derrumbe del «sistema de apariencias» burgués. La figura del bourgeois cómodo que no combatía se convirtió para ellos en la verdadera bestia negra, mucho más que la del comunista o la del proletario. Su desprecio por el burgués se trasladó al Estado civil y acabó dirigiéndose contra todo el sistema. Mientras que los viejos oficiales tenían más bien simpatías monárquicas, los jóvenes anhelaban una configuración completamente nueva del Reich, una conjunción de nacionalismo y socialismo. El nacionalsocialismo combinaba los sueños de grandeza nacional con el ideal de camaradería y el principio de liderazgo, y de esta manera se construyó como antítesis tanto del marxismo como del capitalismo.
    Los miembros de los cuerpos libres consideraban que ellos mismos eran la verdadera Alemania, se «sentían» como tal, según lo expresó Ernst von Salomon, quien, condenado por complicidad en el asesinato del ministro de Asuntos Exteriores, Walther Rathenau, describió en su novela Die Geächteten [Los proscritos] su metamorfosis de cadete nacional prusiano a luchador antidemócrata: «Creíamos que, por el bien de Alemania, nadie más que nosotros debía tener el poder. Porque nos sentíamos Alemania. Nos creíamos con derecho a ostentar dicho poder. Los de Berlín, pensábamos, no tenían ningún derecho».
   Era un colectivo de hombres; es más: se veían como una comunidad de los mejores hombres, los más duros y guerreros, que se sometían al dominio del mejor hombre, el Führer, quien reclamaba el poder. Esa mezcla de desprecio por el Estado de Weimar, de turbios sueños y de brava disposición a luchar por cualquier objetivo que sus jefes les señalaran, pero también el «o conmigo o con el enemigo», hacían de los cuerpos libres un polvorín sumamente peligroso para una democracia de cimientos ya de por sí inestables."

No hay comentarios: