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miércoles, 5 de septiembre de 2018

UNA PARODIA ABOGADO DE LA RDA. STASILAND, de Anna Funder

UNA PARODIA ABOGADO DE LA RDA. STASILAND, de Anna Funder

    "Ese día Trost le dijo que Charlie se había ahorcado con el elástico de la cinturilla del pantalón. Miriam no se lo creyó. Siguió volviendo a la oficina y preguntando. Para su sorpresa, la trataron con bastante amabilidad. El segundo de Trost le dijo que Charlie se había ahorcado con sus propios calzoncillos. En otra ocasión Trost le dijo que había sido con un trozo de sábana. Miriam le plantó cara: 
    —¿Unos calzoncillos o una sábana? ¿Unos calzoncillos o una sábana? Por lo menos podrían ustedes ponerse de acuerdo con la historia. 
    El comandante Trost perdió la compostura. Le dijo que si no abandonaba la habitación mandaría que la arrestasen. 
    Miriam descubrió que el cuerpo de Charlie estaba en la morgue. Fue hasta allí pero no le dejaron entrar. Empezó a notar que la estaban siguiendo. Fue entonces a ver al abogado de Charlie, herr X, que era el representante en Leipzig del doctor Wolfgang Vogel de Berlín. Vogel era el fiscal del Estado que se encargaba de comerciar con la gente entre las dos Alemanias. Confeccionaba una lista de nombres y negociaba con el Gobierno de la RFA el precio de cada uno de ellos, por el que «compraba su libertad» (freigekauft). Había una diferencia de precios que, al parecer, variaba en función de la formación de las personas que iban a ser compradas. Un comerciante o un oficinista salían más baratos que alguien con un doctorado. La excepción era el clero: un pastor no costaba nada porque solían ser librepensadores contrarios al régimen, al que le traía más a cuenta librarse de ellos. A Alemania del Este el comercio de personas le reportaba moneda fuerte y, al mismo tiempo, le brindaba una forma de librarse de los inconformistas. Una de las maneras de entrar en la lista de Vogel, y en consecuencia de tener una oportunidad para salir de la RDA , era hacerse cliente de uno de sus representantes regionales. Por eso Charlie Weber contrató a X. 
    Cuando Miriam fue a verlo, X llevaba con el caso Weber (en ese momento, la investigación sobre su muerte en prisión preventiva) ocho semanas. Miriam se sentó en su despacho y le preguntó qué había averiguado. Cuando abrió el expediente sobre el escritorio, contenía un único folio: la autorización de Vogel para que se hiciese cargo del caso. En vez de contarle él algo a ella, le preguntó: 
    —Señora Weber, ¿por qué no me dice usted lo que sabe? 
    Miriam se puso como una fiera. Llevaba días experimentando esa rabia que hace que ya no te importe nada, que te hace decir cosas que sueles callarte. Le respondió que le pagaba para investigar, que él era el que tenía que averiguar algo y contárselo a ella. Y ya que no había hecho nada por Charlie durante el tiempo que éste había estado en prisión, le dijo, al menos ahora podría molestarse en averiguar cómo murió. 
    —¿Usted se cree que estoy loco? —le dijo el abogado con frialdad—. ¿De veras lo cree? No pensará en serio que me voy a plantar allí y me voy a poner a preguntar qué pasó. Para eso mejor que se busque usted a otro loco, jovencita. 
    Vuelvo a notar afligida a Miriam. Allí, justo al otro lado del escritorio, tenía a la mismísima cara del sistema: una parodia de abogado que se reía de ella."

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