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miércoles, 25 de octubre de 2017

EL EJEMPLO DEL PADRE. LOS AÑOS DE DOWNING STREET, de Margaret Thatcher

EL EJEMPLO DEL PADRE. LOS AÑOS DE DOWNING STREET, de Margaret Thatcher 

    "Suscitaríamos más odio, pensaba yo, si renegábamos de nuestras promesas de conservadurismo radical con un giro de 180 grados que si seguíamos resueltamente hacia adelante a través de cualquier ataque que los socialistas lanzaran contra nosotros. Percibía, como aparentemente también había percibido Jim Callaghan en el curso de la campaña, que se había producido un cambio de marea en la sensibilidad política del pueblo británico. Habían renunciado al socialismo —el experimento de treinta años había fracasado claramente— y estaban dispuestos a probar otra cosa. Ese cambio de marea era nuestro mandato.
    Y existía otro factor más personal. En una célebre observación, Chatham dijo: «Sé que puedo salvar este país y que nadie más puede». Hubiera resultado presuntuoso por mi parte compararme con Chatham. Pero, para ser sincera, debo reconocer que mi regocijo provenía de una convicción interna parecida.
    Mi origen y mi experiencia no eran los de un primer ministro conservador tradicional. Tenía menos posibilidades de depender de una deferencia automática, pero quizás también me sintiera menos intimidada por los riesgos del cambio. Mis compañeros más veteranos, que habían alcanzado su madurez política en la crisis de los treinta, tenían una visión más resignada y pesimista de nuestras posibilidades políticas. Puede que estuvieran demasiado dispuestos a aceptar al Partido Laborista y a los sindicalistas como intérpretes auténticos de los deseos de los ciudadanos. Yo no sentía que necesitara un intérprete para dirigirme a gente que hablara el mismo idioma que yo. Y percibía como una verdadera ventaja el que hubiéramos vivido el mismo tipo de vida. Me parecía que las experiencias que había vivido me habían equipado curiosamente bien para la lucha que me esperaba.
Había crecido en un hogar que no era ni pobre ni acomodado. Teníamos que economizar todos los días a fin de poder disfrutar de algún que otro lujo. En ocasiones se cita el hecho de que mi padre fuera tendero como la base de mi filosofía económica. Así fue —y es— pero su filosofía original comprendía más que simplemente asegurarse de que los ingresos superaran ligeramente a los gastos al final de la semana. Mi padre era un hombre tanto práctico como teórico. Le gustaba relacionar el progreso de nuestra tienda con el complejo romance del comercio internacional, que recurría a gente de todo el mundo para garantizar que una familia de Grantham pudiera tener en su mesa arroz de la India, café de Kenya, azúcar de las Indias Occidentales y especias procedentes de cinco continentes. Antes de haber leído una sola línea de los grandes economistas liberales, sabía por las cuentas de mi padre que el mercado libre era como un enorme y sensible sistema nervioso, que respondía a sucesos y señales en todo el mundo para abastecer a las siempre cambiantes necesidades de los habitantes de diferentes países, de diferentes clases sociales, de religiones distintas, con una especie de benigna indiferencia a su condición."

Con 15 ó 16 años

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