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viernes, 27 de octubre de 2017

APÓSTOLES Y ASESINOS, de Antonio Soler

APÓSTOLES Y ASESINOS, de Antonio Soler 

    "Las buenas intenciones se deshicieron con la misma naturalidad con que el sol derrite la nieve. La CNT recibió la bendición de Madrid y trató de reorganizarse internamente. Lo consiguió, pero de un modo temporal. Una facción seguía dominando sobre otra. Los pacíficos, por llamarlos de algún modo, seguían oficialmente por encima de los partidarios de la acción violenta. Pero la clandestinidad dejaba sus vicios, su entramado críptico, sus células casi autónomas, su vida dura pero poco laboriosa.
    Seguí, Pestaña, Peiró, Piera van imponiendo sus tesis no violentas. Se reabren locales, se celebran asambleas y se normalizan las cotizaciones. Después de mucho tiempo, al fin el sindicato se centra en las cuestiones de carácter puramente laboral.
    En el otro lado de la balanza los radicales no están dispuestos a la mansedumbre de los comités, las asambleas y unas negociaciones que, según su óptica, siempre se inclinarán del lado de la patronal si ésta no está sometida a la presión de las armas. Van a actuar por su cuenta. Y si el dinero para sus actividades no sale de las arcas del sindicato lo hará justamente de las del enemigo más feroz. La banca. Está a punto de llegar la era de los atracos.
    Los resultados son desastrosos para la CNT. Según Ángel Pestaña, en el sindicato conviven los que delinquen creyendo servir a sus ideas y los que asesinan por dinero y esconden su amoralidad detrás de la bandera anarquista.
    Pestaña describiría la situación por escrito algún tiempo después: «La organización perdió el control de sí misma y después perdió su crédito moral ante la opinión. La CNT llegó a caer tan bajo en el crédito público que decirse sindicalista era sinónimo, desgraciadamente, de pistolero y malhechor, de forajido, de delincuente ya habitual». Y continúa: «Todos los ingresos de la administración sindical se dedicaban a sostener un ejército de gente que no quería trabajar, buscando por todos los procedimientos justificar jornales en la organización. Además, se creó el mito de la revolución. Había que prepararse para la revolución, y prepararse para la revolución era gastar en comprar pistolas todos los fondos de los sindicatos… Para cultura no había pesetas, pero las había para comprar pistolas».
    El resentimiento de Pestaña es grande. Él ha visto la cara de la revolución. Empieza a no creer en grandes palabras. Todas ellas las cambia por un trabajo cotidiano, sostenido, a favor de la clase obrera, en una mejora salarial que le dará mayor dignidad y sobre todo le permitirá el acceso a la cultura para así ser más libres, más fuertes. Él y los pacíficos, con Seguí en primera línea, intentan en esa etapa crear una Escuela Normal para la formación de maestros racionalistas. Emplean fondos y esfuerzos, pero el proyecto no pasa de un mero pasaje efímero y sin trascendencia. La labor de reorganización que requiere el sindicato es enorme.
    Tras el paso de Anido y Arlegui por Barcelona la CNT se encuentra en medio de un desastre organizativo. El siniestro dúo casi ha logrado su objetivo de desarticular el sindicato. Las asambleas dejan constancia de la precariedad financiera en la que se encuentran. Los comités Pro-presos apenas pueden atender al gran número de compañeros encarcelados. Como recuerda Ángel María de Lera, «faltaba dinero en grandes cantidades y urgentemente».
   Es entonces cuando surgen los atracadores. Algunos, dice De Lera, «se lanzaron a los “golpes económicos” para aliviar la situación de los sindicatos y contribuir, efectivamente, al sostenimiento de los presos, pero los hubo también que se valían de tales excusas para encubrir su comportamiento de verdaderos forajidos». Unos entregaban el botín completo a la CNT, otros apenas «una pequeña limosna». Una limosna que de todos modos era recogida por la organización y que ni los más puristas, Seguí, Pestaña, Peiró, acorralados por el desastre económico, rechazaron. «Hubo así dinero, pero un dinero sucio que sólo servía para encenagar las conciencias de todos: ejecutores, encubridores y organismos beneficiarios», sigue rememorando De Lera.
    No. Nadie rechazó el dinero, pero, como certeramente apunta el escritor, ese dinero sumado a la sucesión de asesinatos que en los últimos tiempos habían empañado de sangre las siglas cenetistas deja un rastro cenagoso. La CNT, para algunos, empieza a ser un sueño truncado. Una especie del orteguiano no es esto, no es esto. Y el primero, o uno de los primeros en pensarlo es Salvador Seguí, acorralado o al menos orillado por los acontecimientos"

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