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jueves, 31 de agosto de 2017

EL LEÓN. AL OESTE CON LA NOCHE, de Beryl Markham

EL LEÓN. AL OESTE CON LA NOCHE, de Beryl Markham 

    "Cuando vi el león de Elkington nos separaba una distancia de veinte yardas. Yacía tumbado al sol de la mañana, inmenso, con la melena negra y brillante de vida. Movía la cola con lentitud, golpeando la hierba desigual, como si del extremo nudoso de una cuerda se tratara. Su cuerpo liso y brillante moldeaba el lugar en donde reposaba, un molde frío que permanecería cuando se hubiese marchado. No estaba dormido, sólo quieto. Era de color rojo herrumbroso, y suave, como un gato al que se pudiera acariciar.
    Me detuve, levantó la cabeza con magnífica tranquilidad y me miró fijamente con sus ojos amarillos.
    Me quedé quieta devolviéndole la mirada, arañando la tierra con los dedos de los pies desnudos, intentando que de mis labios saliera algún silbido silencioso. ¡Qué sabía de leones una niña pequeñita!
    Paddy se levantó emitiendo un suspiro y empezó a contemplarme con una especie de premeditación callada, al igual que un hombre de escasas luces acaricia un pensamiento insólito.
No puedo decir que sus ojos fueran amenazadores, porque no lo eran, o que sus «espantosas mandíbulas» babearan, porque eran unas mandíbulas bonitas y estaban muy limpias. Olfateó el aire con algo similar -me dio esa impresión- a una expresión audible de satisfacción. Y no volvió a tumbarse.
    Recordé las normas que se recuerdan. No correr. Andar muy despacio y empezar a cantar una canción desafiante.
(...)
    "Kali como Simba sisi", canté. «Asikari yotí ni udari! -Somos feroces como el león. ¡Todos los askari somos valientes!»

    Mientras cantaba, pasé en línea recta por delante de Paddy, viendo cómo brillaban sus ojos en la hierba espesa, observando cómo movía la cola al ritmo de mi cantinela.
(...)
    Seguí con mi canción, mientras me acercaba al borde de la colina en cuyas laderas, si tenía suerte, habría matorrales de grosellas del Cabo.

    El campo era gris verdoso y estaba seco, y el sol se extendí ampliamente sobre él, calentando la tierra bajo mis pies. No había sonido ni viento.
    Ni siquiera Paddy hizo ruido al marchar veloz tras de mí
    De lo que sucedió a continuación tres cosas son las que n cuerdo con mayor claridad: un grito, que fue apenas un susurro un golpe que me derribó al suelo y, mientras enterraba la cabe entre los brazos y sentía los dientes de Paddy junto a mi pierna un turbante con un balanceo fantástico -era el turbante de Bisha Singh- que aparece en el borde de la colina.
    Permanecí consciente, pero cerré los ojos para intentar no estarlo. Era más el sonido que el dolor.
Creo que el ruido del rugido de Paddy en mis oídos sólo podrá reproducirse el día en que las puertas del infierno se liberen de sus temblorosas bisagras y aparezca, con todo su sonido y autenticidad, el panorama completo de las pesadillas poéticas de Dante; Era un rugido inmenso que envolvía al mundo y me diluía en él.
    Cerré los ojos con fuerza y me quedé quieta bajo el peso de las garras de Paddy.
(...)
    Sucedió así, según lo explicara Bishon Singh:

    «Yo estoy apoyado contra las paredes del lugar donde se guarda el heno y pasáis primero el gran león y después tú, Beru, hacia el campo abierto, y pienso que un león y una jovencita forman una extraña compañía, por lo que sigo. Sigo hasta donde la colina que sube se convierte en la colina que baja, y allí donde es más baja, te veo corriendo con la cabeza vacía de pensamientos y el león detrás de ti, con la cabeza llena de pensamientos, y grito para que todo el mundo venga muy deprisa.
    »Todo el mundo viene muy deprisa, pero el gran león es más rápido que nadie y salta sobre tu espalda, y veo que gritas pero no oigo ningún grito. Sólo oigo al león, y empiezo a correr con todo el mundo, y esto incluye al bwana Elkington, que dice muchas palabras que no sé, y lleva un kikobo grande en la mano y tiene la intención de matar al gran león.
    »El bwana Elkington me deja atrás de la forma en que un hombre con las piernas más ligeras y menos pulgadas alrededor del estómago podría dejarme atrás, y agita el largo kikobo de manera que silba por encima de nuestras cabezas como un viento muy fuerte, pero cuando nos acercamos al león pienso que ese león no está de humor para aceptar un kikobo.
    »Está frente a mí encima de tu espalda, Beru, y tú sangras por tres o cuatro sitios, y él ruge. No creo que el besana Elkington pensara que ese león, en ese momento, admitiría que le pegasen, porque el león no miraba de la manera que miraba antes, cuando era preciso que le pegasen. Miraba como si no deseara que le molestara un kikobo, ni el bwana, ni los mozos de cuadra, ni Bishon Singh, y lo decía con una voz muy fuerte.
    »Creo que el bwana Elkington comprendió esa voz cuando no estaba más que a unos pies del león y creo que el bwana tuvo presente que lo mejor sería no pegar al león justo entonces, pero cuando el bwana corre muy deprisa es como el tronco de un gran baobab rodando por una ladera, y al parecer fue por eso por lo que el pensamiento de su cabeza no pasó con suficiente rapidez a las plantas de los pies, para impedir que se aproximase al león mucho más de lo que su corazón deseaba.»
    Y ésas fueron las circunstancias, como explico -dijo Bishon Singh-, que en mi considerada opinión han hecho posible que estés viva, Beru.
    -¿El bwana Elkington se abalanzó sobre el león, Bishon Singh? ,
    -Al contrario, el león se abalanzó sobre el bwana Elkington. -dijo Bishon Singh-. El león te abandonó por el bwana, Beru. El león opinaba que su dueño, honradamente, no se merecía una parte de la carne fresca que él, el león, había logrado sin ningún esfuerzo más que el suyo.
    Bishon Singh ofreció esta interpretación, totalmente razonable, con una gravedad impresionante, como si estuviera exponiendo el caso del león ante un jurado seleccionado entre los compañeros de Paddy.
    -Carne fresca… -repetí como si estuviera soñando, y crucé los dedos.
    -¿Entonces, que pasó…?
    El sikh levantó los hombros y volvió a bajarlos.
    -¿Qué podría pasar, Beru? El león se abalanzó sobre el bwana Elkington, que a su vez se apartó del león, y al hacerlo no conservó en la mano el kikobo largo, sino que lo tiró en la hierba y, al tirarlo, el bwana quedó libre para subirse a un árbol muy oportuno, cosa que hizo. -¿Y me recogiste tú, Bishon Singh?
    Inclinó ligeramente su enorme turbante.
    -Me sentí muy feliz por poder traerte a esta misma cama, Beru, y de avisar a tu padre, que se había ido a observar algunos de los caballos del bwana Elkington, y de que el gran león te hubiera comido con moderación. Tu padre volvió muy deprisa, y el bwana Elkington volvió un poco después muy deprisa, pero el gran león no ha vuelto.
    El gran león no había vuelto. Aquella noche mató un caballo; a la noche siguiente mató un toro joven y después una vaca lista para ser ordeñada.
    Al final fue atrapado y enjaulado definitivamente, pero no tuvo ninguna cita con ningún pelotón de ejecución al amanecer. Pasó muchos años en una jaula que, de haber sabido vivir en libertad con sus limitaciones, jamás habría conocido."



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