UN ADOLESCENTE EN LA RETAGUARDIA, de Placido Maria Gil Imirizaldu
Buscando recuerdos de la gente que pasó por el siglo XX español, encuentro un ejemplar que viene a cubrir la carencia en mi biblioteca de memorias del bando nacional o de simpatizantes del franquismo en este blog. Sí había leido algunas que no he reseñado, pero esta historia en concreto es peculiar e importante. Por un lado el autor era un chaval de 16 años al que le tocó el 18 de julio de 1936 estudiando teología en el convento de los monjes benedictinos del Monasterio de El Pueyo, Huesca. De familia navarra (Lumbier) era una vocación muy clara que las vicisitudes de la guerra civil no impidieron. Como él mismo cuenta, le sirvió para tenerlo más claro el día que regresó a la clausura del monasterio de Valvanera cuando cuando aún no se podía llegar en coche. Acabó sus días en otro monasterio, el de Leyre, donde compré este ejemplar.
Fue testigo de un hecho brutal: el asesinato en Barbastro de los monjes de su monasterio (18), de escolapios (9) y de los claretianos (51) de la ciudad. Los culpables fueron los anarquistas, que se cebaron con estos hombres por motivos ideológicos. En realidad, mataron al 10% de los vecinos. Una sangría, incluida la del obispo. No se lo merecían. Desde luego, los benedictinos no tenían ni propiedades extensas ni habían cometido delito alguno. Y supongo que el resto tampoco. Placido, que se cambió de nombre por el de Miguel al hacerse monje, describe el horror de las sacas de religiosos, que algunos se escaparon por ser argentinos, y los más jóvenes como él por ser menores de edad. Tengo una anécdota propia al respecto, y es que hace unos 20 años un amigo me contó esta historia de los monjes de Barbastro: fui al colegio de los claretianos. No había visitas en ese momento a los lugares que se conservan del edificio con las marcas de aquellos sucesos en las paredes, pero conseguí que un monje navarro me lo enseñara y me contara esta historia incluso mejor de lo que se cuenta en este libro. Recuerdo cosas que el autor no dice. Por supuesto, allí mantienen el recuerdo de los asesinados como martires. El autor lo escribió muchas décadas después.
En mi caso, tenia interes por esta historia tan dura. En el libro Placido cuenta cómo hizo para sobrevivir después hasta regresar con su familia, que lo daba por muerto, hacia el final de la guerra. Mientras sobrevivió porque no dejaba de ser un chico sin nadie a quien acudir, sin familia cercana, bastante verde en las cosas terrenales. Así que se tuvo que poner las pilas y salir adelante con la simpatía que suele concitar la gente asi, buena pero desamparada. Placido reconoce que aunque esta gente fuera simpatizante de la república, no merecía la suerte que se estaba llevando. Lo mismo que cuenta alguna calamidad del ejército nacional, como lo es utilizar a los civiles como escudos humanos. Su corazón está con los nacionales, pero sabe lo que está mal, y aun mejor lo que está bien. No parecía bueno estar ocioso cerca del frente de guerra, dependiendo de la gente que asesinó a sus amigos, así que tomo los trabajos que se le fueron presentando de manera que le alejaran de los tiros. Conforme el bando nacional expulsaba de sus posiciones a los republicanos, Plácido también dejó su trabajo de camarero en Calpe y acabó en Lérida ayudando en la granja de una amplia y fraternal familia, a la espera de que alli tambien llegaran los sublevados y poder regresar con su familia y su orden religiosa. El enclave era Poal, en el Pla d'Urgell. Unos días de salvas de artillería y combates aéreos y es lo que ocurrió.
Para algunos lo más sobresaliente es la causa mártir, el aspecto místico, de la que Plácido fue testigo. Para mi no. Lo que he buscado son las experiencias de vida de Plácido, incluidos los asesinatos de Barbastro, los bombardeos, los ejemplos de curas que renuncian a su religión o los que la mantienen, la vida de los civiles, los movimientos de tropas en la retaguardia... Ha habido comunistas que murieron defendiendo sus ideales y a sus compañeros. Lo mismo ocurre siempre con gente muy ideologizada. ¿Fanáticos? En cualquier caso nada justificaba lo que hicieron a estos monjes, ya fueran fanáticos de su fe o no. De serlo era su problema. Lo que parece claro es que la gente que los asesinó sí eran fanáticos, en este caso anarquistas. Como el hombre que matara a un conocido de su pueblo solo por ser rojo (algo típico de Navarra donde no hubo guerra pero si represion, y bien dura), así lo cuenta también. Hicieron algo imperdonable. Algo que no se justifica porque en esa guerra, antes y después de ella, se hicieran cosas lamentables, por un motivo o el contrario. Lo que está mal, está mal lo haga quien lo haga. Y se cuenta.
Se nota que Plácido escribió desde su mentalidad de monje, en la que muchas cosas, como los usos y costumbres de un religioso, tenían un peso importe. Desde mi punto de vista es desmesurado, cosas que para muchos son una barrera entre ellos y cualquier dios o trascendencia. Hábitos de vida por los que unos perderían la vida y a otros les parece incomprensible. El chico que lo vivió en el 36 no es el hombre que escribió en 2006. Siendo honestos, y sin salirnos del marco temporal, no puede ser de otra manera que hacer las reflexiones de aquel chico, lo que vio, escuchó y pensó. A eso se atiene, y me alegra esa honestidad. Las reflexiones posteriores tienen otro libro, no este, y también están en la librería del monasterio de Leyre.
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