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martes, 16 de julio de 2019

LA GUERRA DE TERRAY. LOS CONQUISTADORES DE LO INUTIL, de Lionel Terray

LA GUERRA DE TERRAY. LOS CONQUISTADORES DE LO INUTIL, de Lionel Terray


  "Otra experiencia interesante es la que viví junto a Michel Chevalier, a unos cien metros de la cumbre de la punta de Charbonnel. Con sus 3751 metros, este pico es el punto culminante del macizo. Sin ser realmente una cima difícil, todas sus vertientes son escarpadas y, en invierno, sólo se puede ascender a ella cuando no existe ningún riesgo de aludes.

  Uno de esos días sublimes en los que la montaña resplandece como una joya bajo los afilados rayos de sol, habíamos subido por un estrecho corredor de nieve dura y, a unos cien metros de la cumbre, excavamos en la pendiente una gruta lo bastante amplia como para instalarnos en ella confortablemente. Gracias a esta especie de iglú, íbamos a poder permanecer en esta atalaya durante dos días enteros y observar atentamente los movimientos de los alemanes que, al otro lado del valle de Ribon, acababan de instalarse en el Col de Rousse. Se había previsto un ataque contra esta nueva posición y la Punta Charbonnel era prácticamente el único observatorio desde el cual era posible estudiar discretamente el escenario de la batalla. Teníamos que averiguar con cuántas fuerzas contaba el enemigo, el emplazamiento de los posibles campos de minas y los lugares que ocupaban los centinelas.

  Después de la primera noche en la gruta, Faure y Laurenceau, que habían venido solamente a ayudarnos a excavar, nos dejaron solos en aquella montaña. El cielo seguía siendo de un azul inmaculado y el viento estaba totalmente en calma. A pesar del intenso frío, pasamos el día mirando con los prismáticos. Cuando llegó la noche, perfectamente acomodados en nuestro abrigo y acostados sobre colchones neumáticos, nos dormimos plácidamente no sin antes rendir los honores pertinentes a una copiosa cena. Cuando, hacia las siete de la mañana, retiré la lona que cubría el agujero de nuestra morada, recibí en toda la cara un montón de nieve. El tiempo había cambiado durante la noche y había caído una capa de veinte centímetros de nieve reciente, la misma que casi me sepulta.

  No cesaba de nevar y caían gruesos copos de nieve húmeda. En estas condiciones era imposible bajar el inclinado corredor, que habíamos utilizado para subir, sin desencadenar un alud; podía decirse que estábamos bloqueados en nuestra gruta. La situación no habría revestido ninguna gravedad si hubiésemos tenido víveres en cantidad, pero estaba previsto que nuestra misión acabara ese mismo día y no nos quedaba prácticamente nada para comer. No parecía que el tiempo fuera a cambiar; la capa de nieve no dejaba de aumentar y ningún signo permitía pensar que el alud fuera a desencadenarse voluntariamente. Sin ser trágica, nuestra situación era muy preocupante. A mediodía, más o menos, dejó de nevar y la temperatura fue subiendo poco a poco, aumentando la inestabilidad de la capa de nieve caída durante la noche. El aburrimiento y el hambre empezaban a hacer mella en mí y decidí recurrir a un método audaz, pero que ya había utilizado en otras ocasiones. Me puse los esquís, me dirigí hacia la derecha y atravesé una rampa, no muy inclinada, de unos cuantos metros. Llegué así al extremo del corredor que se perdía cuesta abajo en el valle de Vincendière. Me había dado cuenta de que al otro lado de esta depresión, de unos quince metros de ancho, había una especie de resalte con una cornisa que me serviría de refugio en caso de avalancha. Me di toda la prisa que pude para atravesar en diagonal el corredor sometido a las avalanchas. Tal y como había previsto, los cortes hechos por los esquís sobre la capa de nieve rompieron el inestable equilibrio de ésta y desencadené el alud. Gracias a la velocidad que llevaba, el lapso de tiempo que pasé en el corredor fue más breve del que necesitó la nieve para rasgarse y conseguí llegar a la cresta que me servía de refugio antes de ser arrastrado por la nieve. Una vez limpia la rampa de la capa inestable, no tendríamos más que deslizamos haciendo virajes sobre la nieve dura y lisa que teníamos a nuestros pies.

  El éxito de este método, que utilicé dos o tres veces en mi vida y que no recomiendo a nadie, evidentemente, depende del tipo de nieve y de la inclinación del terreno. Es indispensable alcanzar cierta velocidad en el momento de la ruptura de la capa superficial de nieve y tener la certidumbre de encontrar un poco más lejos un lugar seguro. A pesar de las apariencias, este ejercicio es más impresionante que realmente peligroso cuando es utilizado por un buen esquiador en un terreno favorable.

  Durante esta guerra en los Alpes, pasé el invierno y la primavera yendo de una montaña a otra y recorriéndolas en todos los sentidos, a altitudes que podían variar de los 1500 a los 3000 metros o incluso más. Los imperativos de la táctica militar nos obligaban a veces a cumplir misiones en condiciones meteorológicas o de nieve con las que no habríamos salido nunca en circunstancias normales. Hubiéramos podido abusar de la buena fe de nuestros oficiales y haberles convencido de que algunas de las misiones eran técnicamente imposibles y no habrían podido contradecirnos. Pero siempre jugamos limpio y, en más de una ocasión, cruzamos rampas en las que la capa de nieve estaba próxima a su punto de fractura. Un par de veces me vi envuelto en aludes importantes. La primera vez bajé cuatrocientos metros arrastrado por la bola de nieve y sólo pude salir airoso del lance porque tuve la suerte de perder los esquís y encontrarme en la parte superior del torbellino de nieve cuando se detuvo, al fin, en un lugar casi llano. En la segunda conseguí escaparme lanzándome a tumba abierta hacia un pequeño bosque en el que pude refugiarme. Desgraciadamente, uno de mis compañeros, que esquiaba peor que yo, resultó muerto.

  No hay mucha gente que frecuente la alta montaña cuando está cubierta de nieve. En esta época, el esquí se practica en pistas a baja altitud, y solamente en primavera, cuando las condiciones de la nieve son más favorables, es cuando los adeptos del esquí de travesía se aventuran a subir montañas.

  La mayoría de nuestros oficiales conocía muy mal los problemas de la montaña invernal y, en algunos casos, puede decirse que no tenía ni idea. Casi todas las misiones que nos encomendaban y que, con riesgos evidentes, cumplía con mi grupo o mi sección, carecían de toda utilidad real desde el punto de vista de la estrategia de la guerra… A pesar de ello, y siempre que las posibilidades de éxito me parecían alcanzables, solía presentarme voluntario. La mayor parte de mis compañeros no se hacía tampoco muchas más ilusiones que yo sobre la utilidad de nuestras misiones, pero actuaba de la misma manera. La guerra en la montaña no era para mí más que un juego, pero al igual que hacía con mis otros juegos en la montaña, lo disputaba hasta los límites de mis capacidades y de mi valor.

  La multitud de aventuras realizadas y el hecho de tocar con frecuencia la delgada línea que separa la seguridad y el peligro, línea que muchos transforman en una margen amplia, me permitieron adquirir una gran experiencia en la montaña invernal y en los aludes que muy pocos montañeros tuvieron ocasión de acumular.

  La ciencia que estudia la nieve se compone de datos técnicos relativamente precisos, que todo el mundo puede aprender en un manual, y de una especie de sexto sentido, formado a su vez por una aptitud natural y el almacenamiento de observaciones registradas más por el subconsciente que por la memoria propiamente dicha.

  A lo largo de aquel invierno, aprendí más sobre el comportamiento de la nieve que durante el resto de mi vida y, sin embargo, bien sabe Dios que en mis tiempos jóvenes frecuentaba imprudentemente las laderas peligrosas.

  En nombre de esta experiencia, muchos años más tarde —con motivo de un drama sobre el que prefiero no extenderme, pues fue para mí penoso hasta el punto de que me hizo cuestionar la idea que, hasta entonces, me había hecho de la solidaridad que existe entre montañeros e incluso entre los seres humanos— no dudé en levantar mi voz contra la incompetencia o la falta de valor de algunas personas, a pesar de todos los problemas a los que me exponía al hacerlo.
(...)
Para disparar unas ráfagas de metralleta sobre los supervivientes de un ejército cansado por cinco años de guerra, los oficiales del frente de los Alpes hicieron correr a sus hombres peligros mucho más serios que los que el Mont Blanc presentaba a principios de 1957."
Pico Charbonnel

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