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lunes, 4 de febrero de 2019

LA LIBERACIÓN DE LOS CAMPOS DE EXTERMINIO. COMBATIENTES EN LA SOMBRA, de Robert Gildea

LA LIBERACIÓN DE LOS CAMPOS DE EXTERMINIO. COMBATIENTES EN LA SOMBRA, de Robert Gildea 

    "Las noticias del horror de los campos llegaron muy pronto. Marie-Hélène Lefaucheux regresó a Alemania para visitar varios campos con la esperanza de sacar de ellos a otros camaradas, igual que había sacado a su marido. El 27 de abril presentó un informe ante la comisión de deportados de la Asamblea Consultiva. Lecompte-Boinet, que estaba entre el auditorio, acompañó la mirada de Marie-Hélène al descubrir Bergen-Belsen:

    En mitad de un gran bosque, en un claro, allí, tras las alambradas, en cobertizos expuestos al viento, está el campo de exterminio, que contiene a sesenta mil deportados raciales. Los únicos que aún se mantienen de pie son los que lograron decidirse a comerse los cadáveres. Madame Lefaucheux comentó que los judíos tendían a comerse el hígado mientras que los demás comían lo que quedaba de la carne.

    La liberación de los campos en abril de 1945 no fue necesariamente motivo de regocijo. Los antiguos internos fueron llevados poco a poco a casa y procesados en el Hôtel Lutetia de París. Las familias acudían a ver si habían aparecido sus seres queridos. Los que regresaron esperaban reunirse con sus familias. Paulette Sliwka había sido deportada a Auschwitz, y cuando finalmente volvió a París el 29 de mayo, su familia no estaba en el punto de bienvenida. Fue caminando hasta casa, en Belleville, donde se encontró a su padre afeitándose y a su madre preparándole la fiambrera para que fuera a trabajar. «Fui mimada y objeto de atención» por parte de la familia y luego por amigos que vinieron corriendo. Roger Trugnan no tuvo tanta suerte. Recordaba haber cantado La Marsellesa cuando se liberó Buchenwald el 19 de abril de 1945. Solo cinco de los treinta y cinco o treinta y seis integrantes de su grupo regresaron. Llegó al Hôtel Lutetia y «esperé hasta las dos de la madrugada. Nadie vino a buscarme. Tuve una especie de premonición acerca de lo que había pasado». 

    Finalmente, se enteró por su tía de la suerte que habían corrido sus padres y su hermana pequeña. En el lado opuesto, Maurice Lubczanski esperó en vano a que reapareciera su familia deportada y se hundió en una depresión: «Después de la insurrección y todo lo sucedido —dijo— sufrí mi primera depresión. Fue una depresión muy profunda, porque no esperaba la liberación de esa forma»"
Regreso de los deportados al Hotel Lutetia

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