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sábado, 3 de junio de 2017

LA FRONTERA VASCO-FRANCESA EN 1938. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg

"He de contar una historia bastante estúpida. Quería, aunque sólo fuera por unas horas, visitar la España fascista, ver lo que allí pasaba. No se podía contar con documentos falsos: en Irún había un consejero de la Gestapo. En Hendaya me explicaron que los contrabandistas a menudo introducían en las aldeas fronterizas españolas diversas mercancías. Conocí a uno de ellos, era un vasco francés. Me dijo: «De acuerdo. Pero tenga en cuenta que no me dedico a la política. Sé que los fascistas son unos canallas, pero necesito alimentar a mi familia. No le denunciaré, pero si (Dios no lo quiera) tropezamos con los guardias fronterizos, les diré con franqueza que es extranjero y que le encontré por el camino».
Cruzamos un riachuelo y luego empezamos a trepar. Yo, lo reconozco, estaba inquieto y sentí pánico en un par de ocasiones. Ya ni recuerdo qué carga llevaba mi guía, al que llamaba Jack. Al final fuimos a parar a un pueblo español de lo más corriente, entramos en una casa oscura que olía a aceite de oliva y a ajo. Jack llevó allí a Antonio. Antonio me llevó a otra casa. En cuanto volvimos a Hendaya, apunté una conversación sencilla: «El ama era vieja y sorda». Antonio me dijo: «Los requetés han matado a su hijo. Al mismo tiempo que a Aguirre. Fue allí, por donde has pasado con Jack, cerca de la casa roja. Estaba tumbado allí, soltando insultos. Ella no lo sabía. Y cuando llegó, ya estaba muerto. La dejaron aquí porque ya es muy vieja». La anciana nos miraba por turnos a Antonio y a mí. Antonio le gritó al oído: «Te han dejado aquí porque eres muy vieja». Ella asintió, contenta: «Sí, sí, muy vieja». Luego apretó el pañuelo negro entre sus dedos afilados: «Él no era viejo, era aún joven». Y empezó a sollozar. Antonio se llevó el dedo a los labios: «¡El guardia!». Miré por la rendija del postigo. No había nadie… Antonio explicaba: «Aquí todo el mundo le tiene miedo… Estuve en el mercado de Elizondo. Allí tampoco nadie abre la boca. Tienen miedo… Uno me dijo directamente: “Sólo hablo con mi mujer. Y aun así tengo miedo…”. Yo soy de Villamediana, un pequeño pueblo de ciento sesenta habitantes, pero votamos a los socialistas. Los requetés fusilaron a veintinueve personas».
Antonio me trajo a otros cuatro y dijo: «Podéis hablar con él, es francés, uno de los nuestros». Los campesinos me hablaron con precaución de las requisiciones, las multas. Enseguida vino a buscarme Jack y dijo que era hora de partir.
Volvimos a primera hora de la mañana. Pasamos por el bar de la estación y bebimos coñac.
En general, no vi nada y podría haber escrito sobre la vieja sin correr riesgos innecesarios. Aquélla fue una iniciativa más propia de un muchacho de veinte años. Me di cuenta de ello y sentí más vergüenza que orgullo. Además, temía que me llamaran la atención: podían decir que a un corresponsal de Izvestia no le correspondía embarcarse en semejantes aventuras. Pero todo se arregló y volví a Barcelona."

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