Ver Viajes del Mundo en un mapa más grande

domingo, 3 de febrero de 2013

VIAJE AL ARCHIPIÉLAGO MALAYO, de Alfred Russel Wallace





    Una de las cosas más fascinantes de este libro es la síntesis que Wallace consigue de todas sus observaciones para dejarnos unas descripciones detalladas y logradas del enjambre de islas, etnias, religiones y animales sin aburrirnos. Es un muy buen narrador, y las pinceladas nos hacen entender, con gustos muy modernos, cómo era esa clase de mundo, al otro lado del nuestro, hace 150 años. Con Wallace nos convertimos en viajeros privilegiados de paisaje que primero pisaron los portugueses en su búsqueda de las especias, y después los holandeses, que generalizaron el negocio hasta la II Guerra Mundial. El entusiasmo por penetrar en playas y valles que ningún otro europeo pisó antes, o la euforia taxidérmica que le sube a la cabeza cuando empieza a ver las famosas aves del Paraíso, que solo muy rara vez se habían visto en las factorías comerciales del Indostán, es algo admirable. Solo Linneo había recibido trozos de ese pájaro en Europa, y eran muy codiciados como en su época los tulipanes o en la nuestra... tantas cosas de lujo. Y para estudiarlos de cerca, disecarlos y enviarlos a los museos de ciencias naturales británicos, al bueno de Wallace no se le ocurría otra cosa que disparar a todo lo que le gustaba: una pena la matanza de distintas especies de monos porque para obtener un orangután, por ejemplo, varios más se quedaban enganchados en ramas inaccesibles o escapaban heridos. Los pájaros raros se los cazan los aborígenes, y para el tema de los insectos se basta él solito.
    Entre 1854 y 1962 Wallace tuvo tiempo de ser un fino observador de las costumbres indígenas, y sensible como era a las formas de vida diferentes (y a enjuiciarlas según su imperial criterio), nunca es amargo con esos temas. Es ahí cuando sale a relucir su formación como ingeniero civil y su conocimiento del incipiente socialismo utópico. Además, ni la recurrente malaria puede con su entusiasmo. Ya en su época comprueba que muchas especies retroceden en sus hábitats naturales: en Malaca, por ejemplo, donde un quedaban rinocerontes y tigres, el elefante estaba ya en regresión. Describe Singapur, y en Borneo captura más de 2000 coleópteros diferentes. En Palembang (Sumatra) se instala en palafitos, y en la colonia portuguesa de Delli comprueba que 3 siglos de dominio portugués no ha mejorado la vida de los malayos para nada. Describe a los habitantes de Timor, la colonia holandesa de Macassar y al rajá de Goa y las cascadas del río Maros. Sufre terremotos que nos recuerdan los más recientes en la zona de Malaca y contempla el espectáculo de los geiseres, las fuentes termales y los volcanes de lodo.
    Por fin llega al archipiélago de Banda, con volcán y fumarola incluida, selvas exuberantes y playas de postal. Los dueños esta vez son los holandeses, porque se cultiva la nuez moscada. Wallace admira a los holandeses por encima de todos. Se suele mencionar su descripción de la rana voladora, pero yo añadiría otros: el de la tormenta en plena selva de Ceram (Molucas), un ataque de los ácaros sobre su piel o la torta de sagú.

    En al archipiélago de Arús descubre que cuando los indígenas papús quieren vender pescado por la calle gritan ¡Chocolate! Así, como lo lees. En el poblado de Dorey, Nueva Guinea  la malaria por fin le vence. Finalmente se hizo con 125.000 especímenes de los cuales 1000 eran nuevos. Su relato está dedicado a Darwin, a quien le propuso su modelo de evolución y selección natural, similar al suyo, por carta cuando éste ya llevaba tiempo pensándolo. Los dos publicaron sus razonamientos en el mismo año. Siguió publicándose su relato malayo regularmente hasta los años 20 del siglo XX. John Stuart Mill alabó el libro y Joseph Conrad lo utilizó para documentarse para Lord Jim.

Viaje archipiélago malayo, de Alfred Russel Wallace, en Editorial Espasa Calpe, año 2005. 163 páginas
 

No hay comentarios: