EL ORDEN MUNDIAL TRAS LA GRAN GUERRA. LOS VENCIDOS, de Robert Gerwarth
"...la transformación de todo un continente previamente dominado por imperios terrestres en un continente formado por «estados nacionales». Esa cuestión tan sólo pasó a ocupar un papel primordial para la Gran Guerra en las fases finales del conflicto. Ni Londres ni París habían ido a la guerra en 1914 con el propósito de crear una «Europa de naciones», y la destrucción de los imperios continentales tan sólo se convirtió en un objetivo explícito de la guerra a partir de los primeros meses de 1918.
Vale la pena recordar la magnitud de aquella transformación: cuando la Primera Guerra Mundial concluyó oficialmente con una victoria de los Aliados, tres imperios continentales dinásticos gigantescos, y con siglos de antigüedad —los imperios otomano, austrohúngaro y ruso— desaparecieron del mapa. Un cuarto, la Alemania imperial, que se había convertido en uno de los grandes imperios continentales durante la Gran Guerra al conquistar enormes territorios en Europa Central y Oriental, se vio considerablemente reducido, despojado de sus colonias de ultramar y transformado en una democracia parlamentaria, y con lo que muchos alemanes de todo el espectro político denominaban una «frontera sangrante» al este. Y tampoco es que los imperios vencedores de Europa Occidental no se vieran afectados por el cataclismo de la guerra: Irlanda había vivido una fallida sublevación nacionalista en 1916, pero al final logró la independencia en 1922 tras una sangrienta guerra de guerrillas contra las fuerzas británicas. En otros lugares del mundo, desde la India hasta Egipto, los incipientes movimientos nacionalistas tuvieron como fuente de inspiración el discurso público sobre el «desarrollo autónomo» y la «autodeterminación nacional» planteado (con intenciones muy diferentes) tanto por Woodrow Wilson como por Lenin, el líder de los bolcheviques rusos. Los portavoces de los pueblos que aspiraban al reconocimiento de su derecho a tener su propio Estado, entre ellos los sionistas, los armenios y los árabes, viajaron a París para promover sus reivindicaciones de «autodeterminación». Otros nuevos actores, como el primer Congreso Panafricano, exigían lo mismo, mientras que un vietnamita, segundo chef de cocina del hotel Ritz de París, Nguyeễn Sinh Cung (más conocido por su futuro nombre de guerra, Hô Chi Minh), le escribía una carta a Woodrow Wilson para exigir la independencia de su país.
En última instancia, aquellos pequeños movimientos no europeos de descolonización iban a llevarse una decepción ante los resultados de la Conferencia de Paz de París, dado que únicamente se concedió la «autodeterminación nacional» a algunos de los estados europeos sucesores que gozaban del favor de los Aliados, pero se le negó a todos los demás. La decepción muy pronto se transformó en activismo violento: en Egipto, en la India, en Irak, en Afganistán y en Birmania, Gran Bretaña reaccionó al descontento imperial con una fuerza considerable, mientras que, a lo largo de las décadas siguientes, Francia tuvo que luchar contra la resistencia a sus ambiciones imperiales en Argelia, Siria, Indochina y Marruecos. Pero fue en Europa Centro-oriental y en los antiguos territorios del derrotado Imperio otomano donde los efectos de una guerra perdida y la implosión de las estructuras imperiales se dejaron sentir con mayor intensidad, y de una forma muy inmediata. Tras la desintegración de los imperios continentales, de sus ruinas surgieron diez nuevos estados: Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Checoslovaquia, Austria alemana, Hungría, Yugoslavia y Turquía, ya firmemente asentada en Asia. Mientras tanto, en el Levante árabe, que durante siglos había sido gobernado por los otomanos, Gran Bretaña y Francia se inventaban nuevos «estados»: Palestina, Transjordania (Jordania), Siria, Líbano y Mesopotamia (Irak) iban a convertirse en «protectorados» por mandato de la Sociedad de Naciones, administrados por Londres y París"
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