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lunes, 29 de octubre de 2018

LA TORMENTA DEL TÁMESIS. A LA DERIVA, de Penelope Fitzgerald

LA TORMENTA DEL TÁMESIS. A LA DERIVA, de Penelope Fitzgerald 

    "Las tormentas siempre resultan extrañas en las grandes ciudades, donde hay tantas cosas inamovibles. El revoloteo de hojas y papeles frente a los altos y rígidos edificios cobraba una cualidad siniestra, como si intentaran escapar justo a tiempo. Pero empezaron a volar también objetos más grandes: cajas de cartón, ramas y azulejos. Las bicicletas apoyadas en las fachadas cayeron al suelo. Se oía ruido de cristales rotos, que se sumaba luego a los misiles que el viento lanzaba sobre el erosionado pavimento. El muelle, impecablemente barrido, estaba desierto. La gente que salía del metro se inclinaba de un modo extraño para contrarrestar el empuje del vendaval y se perdía corriendo por las calles interiores. Las gaviotas se esforzaban por mantener el vuelo sobre el río, con la esperanza de que la turbulencia les ofreciese algún hallazgo, pero luego, derrotadas y maltrechas, gritaban y corrían en busca de refugio. Las ratas del muelle se comportaban de un modo extraño; se arrastraban hasta el extremo de los tablones e intentaban alcanzar los barcos desde tierra firme. 

    Nadie en el río podía pensar que aquélla sería una noche normal. Los patrones de los remolcadores, que hasta ese momento parecían ignorar la presencia de los barcos amarrados, llamaban a voces o daban la señal de alerta: cinco rápidos fogonazos seguidos. Antes de que bajase la marea, la lancha de la policía recorrió el río, deteniéndose en cada uno de los barcos para advertirles del peligro. —¿Disculpe, señor, ha comprobado el ancla recientemente?"

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