Ver Viajes del Mundo en un mapa más grande

miércoles, 27 de junio de 2018

POR QUÉ ODIABA A LOS VIETNAMITAS. UN RUMOR DE GUERRA, de Philip Caputo

POR QUÉ ODIABA A LOS VIETNAMITAS. UN RUMOR DE GUERRA, de Philip Caputo



    "En la tarde del cuarto día atravesamos Giao-Tri, el caserío que la tercera sección había destruido anteriormente. Algunos aldeanos seguían allí y buscaban sus pertenencias, entre montones de cenizas y esqueletos chamuscados, en lo que habían sido sus hogares. Un anciano se acercó arrastrando los pies, con una marmita parcialmente quemada en la mano. Él y los demás —eran unos seis— se detuvieron para observarnos mientras pasábamos. Todavía los veo, vestidos de harapos de algodón, de pie contra un telón de fondo de escombros y árboles ennegrecidos, contemplándonos con una pasividad que no era sumisión. Al principio me embargó una sensación de culpa y compasión. Incendiar su aldea había sido una demostración de lo peor que había en nosotros y yo habría agradecido la posibilidad de mostrarles lo mejor que había en nosotros. Instintivamente quise hacer algo por ellos como reparación de lo que ya les habíamos hecho. Claro que no podríamos haber hecho demasiado salvo, quizá, regalarles nuestra comida y nuestros cigarrillos. Gustoso lo habría hecho, habría vaciado mis bolsillos y mi mochila, habría ordenado a mi sección que vaciara los suyos, pero la pétrea frialdad de los aldeanos me detuvo. No parecían desear que hiciéramos nada. Se limitaron a permanecer allí, silenciosos e inmóviles, sin mostrar pesar, ni ira, ni temor. Sus ojos apagados e imperturbables poseían la misma indiferencia que había visto en la mirada de la mujer cuya casa habíamos registrado en Hoi-Vue. Era como si consideraran el arrasamiento de su aldea como un desastre natural y, al aceptarlo como parte de su sino, no sintieran por nosotros más de lo que podían sentir por una inundación. Tal pasividad me pareció inhumana. Podía tratarse de una máscara estoica que ocultaba profundos sentimientos de tristeza o de furia, pero si se trataba de eso, su capacidad de controlar las emociones resultaba igualmente inhumana. Así, mi conmiseración por ellos se transformó rápidamente en desprecio. No se comportaban como yo esperaba que lo hicieran, es decir como harían los norteamericanos en circunstancias similares. Los norteamericanos habrían hecho algo: adoptarían una expresión furiosa, blandirían los puños, llorarían, correrían, exigirían compensaciones. Aquellos aldeanos no hicieron nada y por eso los desdeñé. Su aparente indiferencia por lo que había ocurrido me volvió indiferente. ¿Por qué sentir compasión por gente que parecía no sentir nada por sí misma? Porque yo no tenía noción del sufrimiento que constituía su existencia cotidiana. Enfrentados con la enfermedad, las malas cosechas y, sobre todo, con la violencia azarosa de una guerra interminable, habían adquirido la capacidad de aceptar lo que nosotros habríamos encontrado inadmisible, de sufrir lo que nosotros habríamos considerado insoportable. Así lo exigía su supervivencia. Como las grandes montañas de Annam, duraban."

No hay comentarios: