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domingo, 4 de junio de 2017

LENIN Y TROTSKY SE CONOCEN. LEÓN TROTSKY, de Joshua Rubenstein

LENIN Y TROTSKY SE CONOCEN. LEÓN TROTSKY, de Joshua Rubenstein 

    "Lev decidió marcharse en el momento en que «empezaron las fugas en masa», tantas que los exiliados tuvieron que acomodar el ritmo de salida con el fin de no colapsar el sistema. Lev tenía que partir antes del otoño, estación en que los caminos se volvían intransitables. Aquel mes de agosto, él y otro exiliado se ocultaron bajo el heno en la parte trasera de un carro hasta que llegaron a una estación de ferrocarril. Sus amigos de Irkutsk le suministraron ropa decente. Y él llevaba un pasaporte falso «extendido a nombre de Trotsky, nombre que había escrito al azar, sin sospechar ni mucho menos que había de quedarme con él para toda la vida». Trotsky era el nombre de uno de sus carceleros de Odessa; tal vez lo que le atrajera de ese nombre fuera la semejanza con el término alemán que significa «perseverante» (trotzig).
(...)
    Con la ayuda de la organización de Iskra, Trotsky salió clandestinamente de Rusia para dirigirse a Austria. Llegó a Viena, donde lo recibió el doctor Victor Adler, el líder del Partido Socialdemócrata austríaco. Trotsky convenció a Adler de que «la causa de la revolución reclamaba mi presencia en Zúrich», donde Lenin lo aguardaba. Sin embargo, este se encontraba en ese momento en Londres. Con la ayuda de Adler, Trotsky llegó a Inglaterra vía Zúrich y París en octubre de 1902. Era la primera hora de la mañana cuando golpeó tres veces en la puerta del apartamento de Lenin, como le indicaron que hiciera. Lenin todavía estaba en la cama cuando Nadezda Krupskaya abrió la puerta y saludó calurosamente al joven. «Ha llegado “la pluma”», le anunció a Lenin. Así fue como Lenin y Trotsky se conocieron. Juntos, quince años más tarde, encabezaron un levantamiento armado en Petrogrado.
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    Como dejaba patente este reducido pero influyente grupo, muchos revolucionarios eran judíos, un hecho que, al menos, algunas autoridades zaristas reconocían como mérito propio, pues las medidas antisemitas del régimen habían empujado a aquellos jóvenes a abrazar la causa revolucionaria. Nada menos que un personaje como el conde Sergei Witte, ministro zarista que era uno de los altos cargos rusos con miras más amplias, reconocía en sus memorias que los judíos adquirieron relevancia en el movimiento revolucionario debido a que «carecían de derechos, así como a los pogromos que el gobierno no solo toleraba, sino que de hecho organizaba». Además, Lenin tenía un bisabuelo materno judío que se llamaba Moshko Blank, pero es poco probable que él mismo, sus aliados o sus enemigos conocieran el dato en aquel momento."

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