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lunes, 4 de diciembre de 2017

¿POR QUE ESPIABA KIM PHILBY? UN ESPIA ENTRE AMIGOS, de Ben Macintyre

¿POR QUE ESPIABA KIM PHILBY? UN ESPIA ENTRE AMIGOS, de Ben Macintyre

    "En Beirut, Philby era un hombre de costumbres fijas. A mediodía recalaba en el Hotel Normandie, menos llamativo y más barato que el St. Georges, para tomarse la primera copa del día (vodka con V8), abrir el correo y leer los periódicos. Una tarde, un joven corpulento de unos treinta años, a todas luces extranjero, se acercó a la mesa que Philby ocupaba en un rincón y le extendió una tarjeta: «Petujov, Misión Comercial Soviética»

    «He leído sus artículos en el Observer y en el Economist, señor Philby —explicó—. Me parecen muy profundos. Le he buscado para preguntarle si me concedería algo de tiempo para que pudiéramos conversar. Me interesa especialmente el proyecto de un mercado común para los países árabes».

    Philby pudo haber puesto fin a su doble vida en ese preciso instante. Pudo haberle dicho a Petujov que no tenía ningún interés en hablar con él sobre la economía árabe, y con ello le habría dado a entender al KGB que para él el juego se había acabado. Otros agentes captados en la década de 1930, incluido Anthony Blunt, habían logrado desvincularse con éxito de la inteligencia soviética. Tenía una vida nueva, una amante nueva y dos trabajos interesantes y bien remunerados; además, gracias a la protección de Nicholas Elliott, estaba a salvo de nuevas investigaciones por parte del MI5; su reputación como periodista y experto en Oriente Próximo iba en aumento. Podría haber rechazado al enviado del KGB y salir indemne. Sin embargo, invitó a Petujov a tomar té en su apartamento.

    Más tarde, Philby justificaría su decisión diciendo que fue un acto de pureza ideológica coherente con el «inquebrantable compromiso adquirido con la Unión Soviética» a los veintiún años. En su opinión, si hizo lo que hizo, fue por pura convicción política, el principio rector de toda su vida. Philby menospreciaba a quienes tras contemplar los horrores del estalinismo se habían bajado del barco. «Yo seguí con mi rumbo —escribió— con la fe de que los principios de la revolución sobrevivirían a las aberraciones de los individuos». Más tarde, Philby afirmaría que había vivido momentos de duda, y que sus ideas se habían visto «influenciadas y modificadas, en ocasiones de forma brusca, por los penosos acontecimientos de mi vida». Con todo, no hay pruebas de que en ningún momento se cuestionara la ideología que había descubierto en Cambridge, ni de que cambiara de opinión o reconociera seriamente las iniquidades del comunismo práctico. Philby nunca compartió ni discutió sus opiniones, ni con amigos ni con enemigos; su fe se sustentaba sin necesidad de popes ni de compañeros de viaje, en perfecto aislamiento. Philby se consideraba un ideólogo y un lealista; en realidad, era un dogmático que no valoraba más que una opinión: la suya.

    No obstante, había algo más que política en el entusiasta retorno de Philby a los brazos del KGB. Philby disfrutaba con el engaño. Es difícil renunciar al secretismo, del mismo modo que puede serlo renunciar a la erótica de la infidelidad. A algunas personas les gusta hacer ostentación de sus conocimientos; otras se deleitan en el hecho de poseer información que se niegan a compartir y en el íntimo sentimiento de superioridad que de ello se deriva. Philby era un marido infiel, pero un amante atento, un buen amigo, un padre delicado y un anfitrión generoso. Tenía un don para la ternura. Pero también se refocilaba ocultando la verdad a quienes tenía más cerca; uno era el Philby al que los demás conocían, y otro, el Philby al que solo él conocía. El alcohol le ayudaba a mantener esa doble vida, ya que el alcohólico vive divorciado de su verdadero ser, enganchado como está a una realidad artificial. Philby no quería abandonar el espionaje, y probablemente no habría podido aunque hubiera querido: porque estaba enganchado.

    Al día siguiente de su encuentro en el Normandie, Petujov se presentó en el apartamento de Philby a las tres de la tarde; era un lugar peligroso para reunirse, y, de hecho, sería la última vez que se vieran ahí. La cita sirvió para establecer las directrices básicas: cuando Philby quisiera convocar una reunión, saldría al balcón con un periódico a una hora determinada; cuando necesitara ver a Petujov con urgencia, lo haría con un libro. En adelante, Philby y su nuevo supervisor se reunirían a intervalos regulares, siempre después del anochecer, siempre en Beirut y siempre en algún rincón discreto de la ciudad. Según Yuri Modin, el cuartel del KGB en Beirut era «un hormiguero de actividad», con agentes desplegados por todo Oriente Próximo. A Philby le dijeron que su primera prioridad sería «averiguar las intenciones de los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña en la zona». Se puso manos a la obra encantado."

El sello de correos que le dedicó la URSS

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