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domingo, 30 de marzo de 2014



PATRICK LEIGHT FERMOR, de Artemis Cooper


Artemis Cooper




Patrick Fermor Leight
    Hoy llamamos la atención sobre una biografía, no sobre una aventura o viaje. El homenajeado, Patrick Leight Fermor, llamado Paddy para sus amigos y ahora para nosotros, es paradigma de una generación de británicos muy particulares: un viajero empedernido (sin residencia fija hasta después de muchos años), un oficial de operaciones especiales durante la II Guerra Mundial, un alabado escritor, un auténtico vividor de fiestas y de relaciones con mujeres, un poliglota, amante de la cultura, de conocer mundo allí donde a donde hubiera que desplazarse para vivir la aventura. Cruzó a nado el Helesponto (el estrecho entre Grecia y Turquía) a los 70 años, recuperó un par de zapatillas de Lord Byron (no unas Nike cualquiera, no)... Para Christopher Hitchens, un guerrero erudito.

    La biografía recorre magistralmente la vida de Paddy y su obra. Está llena de anécdotas apasionantes y de encuentros con gente conocida y variopinta: Robert Byron, Paul Morand, Laurens van der Post, John Pendlebury, Woodhouse, Katsimbalis, Seferis, Runciman, Toynbee, Kim Philby, Dylan Thomas, Ian Fleming, Lucian Freud, Errol Flynn, John Huston, Balthus, Chatwin… La amistad con Lawrence Durrell ocupa varios pasajes

Pady durante su viaje a Estambul
    Nacido en 1915, la autora de este libro, con vocación de ser definitivo sobre Pady, va desvelando con detalle su vida y la de sus cambiantes circunstancias (casi cumplió el siglo de vida). Lo hace de un modo entregado en simpatía a la figura que ella, de joven pudo conocer porque, como reconoce, compartían el mismo circulo de amigos gracias a los contactos de su padre. Muchos son los hitos sorprendentes de esta vida: a los 18 años, teniendo muy claro que no sabia qué hacer con su vida, se va de viaje hasta Constantinopla y Grecia andando nada más desembarcar en Holanda. Este será su primer viaje, y uno de los últimos en escribir, el que será narrado en El tiempo de los regalos, la mejor de sus obras y la que más trabajo le dio (su continuación será Entre los bosques y el agua; su muerte acabó con la redacción del tercer tomo que aun así va a ver la luz este año 2014 con los papeles conservados y la ayuda de Colin Thubron). Por otra parte, este viaje iniciatico le llevaría a Grecia, una pasión que recorrerá por los cuatro costados. También hará muchos amigos en ese viaje que años después le serán arrebatados por la II Guerra Mundial y por el Telón de Acero. Después volvería a Londres, pero ya nada sería igual, viviendo en casas de amigos, acudiendo a fiestas donde daba la nota por lo excesivo en todos los aspectos (el alcohólico, el sexual, el aprovechado de la hospitalidad ajena).

    Si algo le dio el toque final de carisma, fue la época de operaciones especiales en la Isla de Creta durante la II Guerra Mundial, entrenando a las guerrillas organizadas en la isla, incomodando a los alemanes y de paso raptándoles un general. Esta es la escena antológica de aquella fase de su vida en la que el comando huye con el ilustre prisionero por el dificil terreno cretense; los nazis arrasan pueblos, matan rehenes, y ellos deben ser embarcados para Egipto secretamente en la costa:

    "Cuando el sol empezó a iluminar la impresionante cima curvada y llena de nieve del monte Ida, el general murmuró unas palabras en latín: Vides ut alta stet nive candidum Soracte...
Con el general nazi capturado
    Era una de las pocas odas de Horacio que Pady conocía de memoria, y además la había traducido en la escuela. Así que retomó el poema en el lugar en el que el general lo dejó, y lo recitó hasta darle fin:
    Los ojos azules del general se habían apartado de la cima del monte para fijarse en los míos, y cuando terminé, tras un largo silencio, dijo: ¡Ah, señor comandante!. Fue algo muy extraño, como si, por un largo momento, la guerra hubiera dejado de existir. Ambos habíamos bebido en las mismas fuentes mucho tiempo atrás, y durante el resto de tiempo que permanecimos juntos las cosas fueron distintas entre nosotros"

    Muchos años después el general alemán y Pady se rían reunidos ante las cámara de TV para revivir aquella pequeña odisea. Uno de los muchos hechos curiosos en su longeva experiencia vital.

    El y Joan Rayner, su compañera (una relación sin ataduras que también sirve para conocer a este mujeriego y juerguista empedernido) a la que había conocido en El Cairo, construyeron una casa a las afueras del pueblo de Kardamyli, en la costa de Kalamata, en la región de Mani. Hasta allí venían a visitarles algunos amigos de sus círculos aristocráticos de la juventud y la guerra. El Mani fue durante siglos el único lugar en Grecia, aparte de las islas jónicas y Creta (que, sin embargo, cayó a los turcos en 1669) a permanecer mayormente separado del Imperio Otomano. Su gente -una mezcla impenetrable de antiguos lacedemonios, eslavos y latinos- nunca fueron asimilados en el dominio islámico, y sus palacios desafiantes encaramados sobre el mar nunca han tenido la marca de las águilas bizantinas de doble cabeza en sus fachadas. De esas experiencias nacerían dos libros: Mani y Roumeli

    El primer libro que le publicaron, titulado El árbol del viajero: un viaje por las Antillas, fue casi un encargo y una disculpa para embarcarse por el Caribe. En un lugar así el vudú tenía que ser centro de atención de Pady. Como otros británicos de su generación, coqueteó con la idea católica de Dios a través de temporadas que pasaba en monasterios trapenses que utilizaba para escribir en soledad sus libros. De su deambular por Grecia conoció los monasterios de Meteora y la extraña secta de los Nistinari, pero ya en esta fase de su vida, la autora cambia el ritmo de la biografía y empieza a seguir los pasos del protagonista, que todavía son muchos, en tono acelerado y resumido. Le vemos amigo del gran poeta griego Seferis, y en su entierro a principio de la década de los 70.

    Con los años Pady pierde amigos, se volvió más depresivo, le extirparon un tumor en la garganta (que se le volvió a reproducir y acabaría con su vida). Al final deseaba el regreso a Gran Bretaña. Pero antes le quedaban viajes por Peru, el Himalaya indio, la muerte de su longeva y excéntrica madre. En cuanto pudo abrirse un poco el Telón de Acero volvió a Hungría y Rumanía, como en sus años de juventud, para interesarse por sus viejos amigos, pero ya nada era lo que fue, y no era seguro para ellos dejarse ver durante muchas horas con un ingles; las cosas del paranoico comunismo. Enterraría a Chatwin, a Joan (mujer de paciencia impagable). Se acababa lo mejor de su vida, ya había pasado el tiempo de los regalos.




    El tiempo le trajo otro regalo, una gran pasión aprovechando su gran dominio de lenguas: tradujo libros de amigos cretenses, poemas clásicos, escribió una novela (Los violines de Saint Jacques). Murió en el 2011 sin concluir el tercer tomo de su mítico y juvenil viaje hasta Constantinopla y otras tierras griegas. Recibió altas condecoraciones de las instituciones británica y griega.

    La imagen que mejor se recuerda todavía de Pady es la del chaval que debe sobrevivir con 1 libra a la semana y vestido con chaqueta de cuero, pantalones hasta la rodilla y polainas, bastón, mochila, dos libros de poesía y caminando la mayor parte del tiempo, haciendo amigos por Europa en los años 20, durmiendo en un pajar o en un castillo medieval, pasando la noche con pescadores o con rancios aristócratas del antiguo imperio austrohúngaro. Allí donde fallaba la memoria, reescribía lo que pasó con cierta exageración pero sin temblarle el pulso.

    Lo que se puede criticar del libro tal vez sea que a mitad de lectura, aunque Pady siga viajando, la autora aporta visiones generales de demasiados asuntos todavía importantes, principalmente sus otros viajes fuera de Europa. En cuanto a ser críticos con el personaje, creo que si nos da los datos de la vida de Pady, corresponde al lector hacerse con su propia opinion. En mi caso, me cabe resaltar su indudable capacidad intelectual: para aprender, para viajar, para escribir, para conversar... un hombre con una capacidad de asombro hacia el mundo y de exigencia consigo mismo ilimitada. 

En la terraza de su casa griega
    Si algo queda de hombres como el homenajeado, son dos aspectos principales: la perdida de un tiempo  no muy lejano al nuestro que ha quedado, sin embargo, más próximo a Horacio que al siglo de Internet, pero que él pudo conocer y tuvo el talento de contar (qué no podrían contar ahora nuestros abuelos de su mundo tan radicalmente diferente al nuestro; menudo contraste) y la actitud del hombre renacentista que no caduca nunca porque le pierde el miedo al mañana sabiendo que lo de hoy es lo real y tangible sobre lo que se construye el mañana. El rédito de su audacia para viajar, para aprender culturas y lenguas, el gusto por lo exótico, fueron activos de los que pudo vivir después, por muy alocada que fuera la aventura al principio.

La misma terraza, años depués

    Es el hombre de apasionada cultura hasta la excentricidad, un pijo en muchos ambientes si nos lo encontráramos ahora (hasta participar en la guerra parece el eterno adolescente), pero un tipo autentico a todas luces, sin nada impostado, sin posturas para la galería... porque, en todo caso, eran los demás quienes debían ponerse a su altura. Algo muy dificil.




    Un articulo en El Pais sobre Pady Leight Fermor, su biografia y la autora Artemis Cooper: http://elpais.com/elpais/2013/07/02/eps/1372779543_268091.html

    Un blog de Patrick Fermor Leight:  http://patrickleighfermor.wordpress.com/

PATRICK LEIGH FERMOR,de Artemis Cooper, de unas 500 páginas en la editorial RBA, 2013, aunque el libro es un año más viejo. Con algunas fotografias.








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