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martes, 14 de octubre de 2025

EL ULTIMO ARTEFACTO SOCIALISTA, de Robert Perisic

EL ULTIMO ARTEFACTO SOCIALISTA, de Robert Perisic

Tenemos entre manos la historia de dos tipos que buscan reflotar una fábrica siderúrgica de los tiempos del comunismo yugoslavo en torno a un año entrado ya en el siglo XXI, pongamos 2008-2010. Esos dos hombres son primos y, salvo que son unos auténticos buscavidas en medio de la oleada de capitalismo a ultranza que invade el país (presuntamente Croacia), ambos son muy distintos. Funcionan a nivel de socios. Uno de ellos es Oleg, personaje vitalista, mujeriego, embaucador y el capitalista con la oscura inversión millonaria de alguien misterioso que se hace llamar el Coronel, y mandatario del norte de África (¿lo adivinan?). El otro es Nicola, el que se desempeña mal que bien como director de la fábrica en la ciudad de N, un tipo bienintencionado y melancólico. Casi un perdedor ante las mujeres. Y es que líos sentimentales y de faldas tampoco faltan con Seila y Lipsa, Oleg, Nicola y Sobotka. Las dos primera seran parejas de ellos, y el ultimo añorará a su esposa y familia.

Cuando se habla de los orígenes de Oleg y Nicola, las diferencias entre ellos son una forma de entrar en los cambios sociales que el capitalismo trajo de forma tan rápida y radical a Croacia. Aquí hay conceptos en torno a los que giran las vidas de esta gente: mercado y privatizaciones. Para vivir de esto hay que adaptarse a los nuevos ambientes de éxito, y donde dije digo, digo Diego. Si uno fue comunista, lo fue por obligación, o así se excusa en el presente de la novela. Son dos primos y dos caminos ante esta vida: Nicola se deprime, vive desorientado entre lo aprendido y lo que no termina de entender. Oleg se convierte en un trilero que aparenta lo que no tiene, dinero y contactos. Pero la gente que si lo tiene se fija en él y por ahí empieza esta historia.

La obra es muy coral. Aquí entran no solo los antecedentes familiares de estos primos. Es que hay una fábrica y, ante todo, necesita de empleados. Y esos van a ser los antiguos empleados de esta fábrica de turbinas. Los de la época socialista, peones, oficiales e ingenieros como Sobotka, que es un gran personaje. O su amigo Slavko, que está un poco demente. Esto nos sirve para comprender cómo vivieron antes de la caída del comunismo, la misma época de la caída y el periodo de decadencia moral total en que se encuentran las clases medias, altas y las más bajas. Estaban mal antes, y lo están en la época de Oleg y Nicola. Todos parecen guardar un arma bajo el colchón de sus camas de cuando las guerras de los años 90, no terminan de creer que sus nuevas vidas no traigan problemas. Uno cuenta su vida en una de las milicias que hacían la guerra por su cuenta, pero pudo volver para contarlo (y muy cómico). Hay historias que se ramifican, pues muchos personajes tienen su propia historia que contar. Todos tienen deseo vital que perseguir: una familia perdida en Suecia, un amor no correspondido, un embarazo no buscado, un kalashnikov que ocultar... y, sobre todo, una turbina que construir. Eso es lo que los une por distintos motivos. Es el último artefacto socialista, porque se fabrica a través de un modelo de autogestión muy caducado y desprestigiado frente al nuevo capitalismo, y se acaba vendiendo usando una fórmula que es un último giro de guión del autor que me ha dejado muy admirado. No deja de ser una parodia del capitalismo que pone un precio a lo que tiene un valor incalculable.

He creído que la novela va de un sabor irónico con el mundo que les toca vivir a los personajes a otro sabor más amargo y casi triste, donde las expectativas se ven reducidas a muerte en unos casos, a volver a la casilla de salida en otros o a reinventarse cuando lo que te vendían no era lo que uno creía. A veces es una narración en tercera persona, otras en primera, otras es epistolar y otras es flujo de conciencia. Como se ve, una amalgama de sentimientos cruzados.

Al inicio hay una sorna constante en las observaciones del narrador que le dan al relato un estilo muy atractivo y nos recuerdan a otras obras literarias de los Balcanes donde la gente ya está un poco de vuelta de todo y, pase lo que pase, se mantiene el humor como última esperanza. No deja que perdamos la perspectiva realista de las cosas: el cómo son difiere a como nos la pintan. Esas ironías funcionan de escudo frente a los idealismos de este inversor y su acompañante, Oleg y Nicola. Un ejemplo claro es la forma en que el narrador se ríe de la palabra empresario a través de la conversación entre el dueño del bar El lago azul y Nicola.

Los primeros planos de cada personaje en unas circunstancias cambiantes son extraordinarios. Teniendo en cuenta que estos ciudadanos en pleno abandono social se están buscando la vida, los escenarios de cada uno son variopintos: en su piso, en el piso de su ex en un país nórdico, en Tiflis, en la fábrica, en un bar, en una fiesta (Oleg y muchos otros han pasado de los porros a la coca)... todo muestra unas experiencias entre la ironía del sistema (el socialista y el capitalista) al que todos se intentan adaptar a velocidad récord, y las miserias de sus vidas afectivas o tan solo sexuales, que, por otra parte, también sacan alguna sonrisa. Todo es una tragicomedia por la forma pero muy seria en el fondo.

A veces esta sorna contra el capitalismo se entrelaza con historias más personales, como la relación de Seila y Michael: una chica del pueblo N, donde se construye la turbina, y un negro norteamericano. El producto del capitalismo y el del socialismo en íntima relación: ella hace preguntas incómodas que a él lo ofuscan, porque trabaja expandiendo las privatizaciones en los países del Este europeo. Junto a esto, se deslizan pasajes de esta relación amorosa que dejan un sabor agridulce: amantes que todavía no saben, por separado, quienes son. Uno es su trabajo, ella un desarraigo. Pero no se pueden definir en positivo.

Me maravilla ese estilo en que una frase me llama la atención, y luego viene otra, y otra: tiene un montón de frases memorables, tanto en diálogos como en párrafos. Acertadísimas en su contexto. Pocas veces me encuentro libros así.

Diálogos desenfadados, sin circunloquios, espontáneos. La gente es desnudada por el narrador con una naturalidad desarmante, sin concesiones a la autocompasión de estos perdedores del sistema socialista y también del capitalista al que unos miran de reojo, como casos perdidos, y que otros tratan de atrapar con desespero. Tal vez, en ese sentido, el personaje más interesante sea el ingeniero Sobotka.

La gracia de este argumento es que los obreros de la fábrica de turbinas se autogestionan: lo consiguen con el amparo del modelo capitalista representado por un dueño turbio, Oleg. Es lo que los comunistas no consiguieron nunca, que los obreros se organizaran en el trabajo sin dejar de ser productivos. Ellos hablan de sus miedos, de sus dudas, de su futuro, y del amor. Especialmente del fracaso del amor que es una forma de entender el fracaso del socialismo en las vidas de los obreros. Han construido una turbina por un salario y una autogestión del trabajo. Como esta primera turbina se pierde, acaban construyendo otra sin que les paguen, solo por amor al trabajo autogestionado.

No sería una historia balcánica si no tuviera sus escenas realmente surrealistas. Una de ellas podría ser la del monte de los peludos, donde no hay calvo alguno. De traca esa conversación por demás realista pero loca a la vez.

En definitiva, un libro sorprendente y recomendable. Ya había visto la serie en Filmin, que es buena, pero el libro es mucho más.

 

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