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jueves, 24 de septiembre de 2020

LA CARA OSCURA DEL SISTEMA DE FORD. AMERICA, de Vladímir Vladímirovich Mayakovski

LA CARA OSCURA DEL SISTEMA DE FORD. AMERICA, de Vladímir Vladímirovich Mayakovski


Entramos en la fábrica. Limpieza ideal. Nadie para ni un momento. La gente con sombreros va supervisando y tomando notas continuamente en unas hojas. Por lo visto, llevan la cuenta de los movimientos de los obreros. No se oyen ni voces ni ruidos sueltos. Solo un rugido general, grave. Las caras tienen un tono verde, los labios son negros, como en las películas. Eso se debe a la luz pálida de los largos tubos de descarga gaseosa. Después del taller mecánico, la planta de prensado y la de fundición, empieza la famosa cadena de montaje de Ford. El conjunto del automóvil montado pasa por delante de los trabajadores. Aterrizan chasis desnudos, como si el vehículo aún no llevara el pantalón. Los obreros colocan los guardabarros. El vehículo avanza al paso de usted hacia los montadores del motor. Las grúas bajan la carrocería. Los neumáticos caen desde el techo formando una fila continua, como unos roscones. Debajo de la cadena hay trabajadores que retocan algo a martillazos. Unos operarios subidos a unas vagonetas pequeñas se pegan a los lados del coche. Después de pasar por mil manos, el automóvil cobra su forma definitiva en una de las últimas etapas. Un conductor sube dentro, el coche desciende de la cadena y sale al patio ya por su cuenta.

Es un proceso que ya conoces por diversos documentales, pero sales impresionado.

A través de unas plantas auxiliares (Ford fabrica todos los componentes de sus vehículos: desde el hilo hasta los cristales) con fardos de lana, cigüeñales que pesan miles de pud y flotan por encima de la cabeza, suspendidos de las cadenas de las grúas, pasando al lado de la terminal eléctrica de Ford, la más potente del mundo, salimos a la calle de Woodward.

Mi compañero de grupo, un antiguo trabajador de Ford que abandonó la fábrica al cabo de dos años a causa de una tuberculosis, también acaba de verla entera por primera vez. Comenta con rabia: «Lo que enseñan es la parte noble. Yo lo llevaría a las herrerías en River Rouge, donde la mitad de la gente trabaja en medio del fuego, y la otra, en medio del agua y el fango».

Por la tarde unos trabajadores de Ford, corresponsales obreros del periódico Daily Worker de Chicago, me contaron:

—Se está mal. Muy mal. No hay escupideras. Ford no las pone, dice: «No quiero que escupáis, quiero que el sitio esté limpio; y si queréis escupir, comprad las escupideras vosotros mismos».

—La tecnología… es la tecnología para él, y no para nosotros.

—Entrega gafas con cristales gruesos para prevenir lesiones oculares. Los cristales son caros. Parece cuidar de los demás. Pues no: lo hace porque si pone cristales finos, adiós al ojo, y hay que pagar una indemnización; y si se usan cristales gruesos, el golpe solo deja arañazos superficiales en los cristales. Al cabo de dos años los ojos se estropean igual, pero no tiene que indemnizar nada.

—Tienes quince minutos para comer. Comes de bocadillo al lado de la máquina. Aquí sí que vendría bien un código de trabajo que estableciera la obligatoriedad de disponer de un comedor separado.

—A la hora de pagar no se tienen en cuenta los fines de semana.

—Y a los miembros de los sindicatos no los admiten del todo. No hay biblioteca. Solo hay una sala de cine, y las únicas películas que ponen son las que enseñan a trabajar más rápido.

—¿Cree que no tenemos accidentes? Pues claro que sí. Pero nadie escribe sobre ellos jamás, y trasladan a los heridos y a los muertos en un coche normal de Ford, no en uno con el rótulo de una cruz roja.

—El sistema funciona en apariencia con jornales (por una jornada laboral de ocho horas). En realidad es trabajo a destajo puro y duro.

—¿Y cómo podemos luchar contra Ford?

—Está lleno de agentes secretos, provocadores y miembros del Klan. Hay un 80% de extranjeros en todas las plantas.

—¿Cómo vas a hacer propaganda en cincuenta y cuatro idiomas?

A las cuatro de la tarde me quedé en la puerta de la fábrica de Ford, observando el turno que salía de trabajar: la gente subía a los tranvías y se dormía al instante, completamente agotada.

Detroit tiene el récord de divorcios. El sistema de Ford vuelve impotentes a los trabajadores.

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