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martes, 28 de enero de 2020

LA DESGRACIA DE TENER QUE HUIR DE LA RDA. BERLÍN, 1961, de Frederick Kempe

LA HUIDA FALLIDA DE FRIEDRICH BRANDT. BERLIN, 1961, de Frederick Kempe


    "Friedrich Brandt estaba oculto en el pajar del establo de su familia cuando la Volkspolizei de la Alemania del Este irrumpió en su casa, situada cerca de allí. Brandt era consciente de su crimen: resistirse a la colectivización forzosa de su granja familiar, que había sido propiedad y sustento de los Brandt desde hacía cuatro generaciones.
Resultado de imagen de miles de alemanes del Este    La mujer de Brandt y su hijo Friedel, de trece años, guardaron un silencio sepulcral mientras la policía registraba las habitaciones, vaciaba cajones, volteaba colchones, rajaba cuadros y volcaba librerías buscando pruebas incriminatorias. Aunque en realidad ya disponía de todas las pruebas que necesitaban: la carta que el granjero Brandt había escrito hacía varias semanas al presidente de la Alemania del Este Wilhelm Pieck.

    Brandt confiaba que Pieck, un carpintero calificado al que consideraba un trabajador íntegro, iba a proteger a los agricultores del país si alguien le hacía ver los excesos de la colectivización y sus costes en la producción agrícola:

Apreciado presidente Wilhelm Pieck:
El consejo de representantes municipales ha revocado mi derecho a labrar la tierra, a pesar de que mis cereales y mis cosechas presentan los más altos estándares, mientras que las patatas se pudren en los campos recolectados por los agricultores estatales colectivizados bajo la supervisión del maestro agricultor Gläser.
Ruego saber por qué la policía ha confiscado todas mis herramientas y existencias. Además, se han llevado mis hermosos potrillos para sacrificarlos, en lo que considero un acto criminal de robo. Por eso solicito su ayuda y pido una investigación para esclarecer los hechos cuanto antes mejor. Si eso no fuera posible, solicito un permiso de salida para poder abandonar la RDA y poder vivir plácidamente durante el crepúsculo de mi vida y recuperarme de este país de injusticia. ¡Por la libertad y la unidad!
  
FRIEDRICH BRANDT

Resultado de imagen de miles de alemanes del Este    Brandt era uno de los miles de alemanes del Este que habían sido víctimas del acelerado proceso de colectivización forzosa impulsado por Ulbricht dentro de la nacionalización industrial prevista en el segundo plan quinquenal para el período 1956-1960. El líder de la Alemania del Este había ejecutado el programa estalinista con saña tras derrotar los dos intentos de los reformadores por desbancarlo y después de que las revueltas de 1953 y 1956 dejaran claro a los líderes soviéticos que el precio de un liderazgo excesivamente liberal en la Alemania del Este era la disolución.
    Durante los primeros dos años del plan se crearon ni más ni menos que 6000 cooperativas agrícolas, que pronto se conocieron por las siglas LPG, correspondientes a su nombre alemán, Landwirtschaftliche Pro­duk­tions­ge­no­ssens­cha­ften. Pero para Ulbricht aquélla era una medida insuficiente, pues el 70 por ciento de la tierra cultivable del país seguía en manos de 750 000 explotaciones agrícolas privadas. Así pues, en 1958 y 1959 el Partido Comunista mandó grupos de agitación a los pueblos de todo el país para convencer con engaños y amenazas a los campesinos locales de que accedieran a una colectivización «voluntaria». A finales de 1959 el estado estableció unas cuotas de producción inalcanzables para aquellos agricultores que seguían operando de forma privada. Acto seguido, la Dirección de Seguridad Estatal empezó a encarcelar a los agricultores que se resistían a la colectivización.

    Brandt había sido de los pocos que había logrado resistir. A esas alturas las 19 000 LPG del estado y decenas de explotaciones agrícolas estatales más controlaban ya el 90 por ciento del terreno cultivable y producían el 90 por ciento de los productos agrícolas del país. Se trataba de un hito notable por parte de Ulbricht, al que se había sumado la reducción de la producción industrial total correspondiente al sector privado a tan sólo un 9 por ciento. Sin embargo, esas medidas habían provocado la huida del país de miles de los empresarios de negocios y agricultores más dotados, lo que había dejado a las empresas estatales en manos de personas que destacaban más por su lealtad al partido que por sus capacidades de gestión.

    Tras aterrorizar a la familia de Brandt, la Policía Popular abandonó la granja sin intentar encontrar al sospechoso desaparecido. Para evitar que ni él ni su mujer pudieran viajar a Occidente les habían confiscado los documentos de identidad, lo que los dejaba indefensos en un país donde los controles policiales eran frecuentes y aleatorios. Las autoridades iban a regresar más tarde para arrestar a herr Brandt por resistencia a la colectivización y por conspiración para cometer el crimen de Republikflucht, o fuga de la República, que se castigaba con tres años de cárcel.

    Por ello Brandt decidió abandonar el país esa misma noche, siguiendo los pasos de los cuatro millones de personas que habían abandonado la zona soviética y la Alemania del Este entre el final de la guerra y el año 1961. Para evitar posibles inspecciones policiales en el transporte público, Brandt fue en bicicleta durante cuatro horas hasta llegar a la casa de la hermana de su mujer en Berlín Este, cerca del cruce fronterizo del puente del canal de Teltow. La mujer se ofreció a ocultarlo, pero tras una breve conversación Brandt decidió arriesgarse y cruzar a la parte Oeste de la ciudad antes de que los guardias recibieran su descripción y antes de que la policía empezara a registrar las casas de sus familiares a la mañana siguiente. Brandt tenía bastantes posibilidades de que no le pidieran la documentación, pues cada día había decenas de miles de personas que iban al Berlín Oeste a trabajar, a comprar o a visitar amigos.

    Al día siguiente, tras enterarse a través de su hermana de la decisión de su marido, la mujer de Brandt decidió fugarse también acompañada de su hijo. Tras haber perdido la granja, y consciente de que lo más probable era que su marido hubiera logrado llegar sano y salvo a la parte Oeste de la ciudad, fue una decisión sencilla. Su hermana, a quien se parecía bastante, le ofreció su documentación para que pudiera viajar. Si la descubrían, y para proteger a su hermana, diría que había robado los papeles. La vida no tenía ningún sentido para ella sin su Friedrich.

    Cuando la policía de la Alemania del Este la detuvo en el mismo puente por el que debía de haber cruzado su marido, la mujer se derrumbó y se echó a llorar por la tensión. Estaba segura de que la habían descubierto. Pero la suerte estaba de su lado esa tarde: en otra de las decisiones aleatorias que regían las vidas de los habitantes de la Alemania del Este, el guarda fronterizo echó un vistazo rápido a los papeles de la señora Brandt y la dejó cruzar.
Imagen relacionada    Cuando llegó con su hijo al campo de refugiados de Marienfelde, en Berlín Oeste, el secretario de la oficina de registros le dijo que no había llegado nadie que coincidiera con el nombre o la descripción de su marido. Después de pasar tres días esperando y preocupándose, un amigo del pueblo llegó al campo de refugiados y la informó de que Friedrich Brandt había sido capturado y encarcelado antes de cruzar el puente. Le imputaron unos cargos a los que Ulbricht se refería con frecuencia: «alteración del orden público y actividades antisociales». Con un toque de ironía, las autoridades habían justificado también su encarcelamiento por la calumniosa afirmación de su carta, en la que definía la Alemania del Este como un «país de injusticia».

    El amigo del pueblo de Brandt le aconsejó a la mujer que permaneciera en Occidente, pero ésta protestó: «¿Qué voy a hacer yo aquí, sola y con un niño? No puedo permitir que Friedrich se pudra en una cárcel sin nadie que lo ayude».

    La mujer regresó a casa a la mañana siguiente con su hijo, con la esperanza de encontrar aún un trabajo en una granja colectiva que le permitiera mantener a su mermada familia mientras Friedrich estuviera en la cárcel. Su breve libertad dio paso a largos años de silenciosa desesperación y ella y su hijo desaparecieron en la gris sociedad de la Alemania del Este, donde esperaron discretamente la liberación de Brandt.

    El arresto de Friedrich Brandt fue una pequeña victoria para Ulbricht que, sin embargo, era consciente de que iba a perder la guerra de los refugiados a menos que Jrushchov decidiera prestarle más ayuda."

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