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domingo, 24 de mayo de 2020

LOS COMITÉS REVOLUCIONARIOS. TRES PERIODISTAS EN LA REVOLUCIÓN DE ASTURIAS. CRÓNICAS, de Arturo Barea

LOS COMITÉS REVOLUCIONARIOS. TRES PERIODISTAS EN LA REVOLUCIÓN DE ASTURIAS. CRÓNICAS, de Arturo Barea 

    "Pero a los cuatro o cinco días de haberse instalado en los Ayuntamientos o en las Casas del Pueblo los comités revolucionarios hubo un momento de crisis en la revolución. España no secundaba el movimiento; las tropas venían; Oviedo resistía aún. En este instante, el día 11 o el 12, los primitivos Comités revolucionarios se consideraron derrotados e iniciaron la desbandada. Acto seguido apareció en primera fila la fuerza revolucionaria de las juventudes, que tomó de las manos de los viejos dirigentes las riendas del movimiento. Estas juventudes, trabajadas por una propaganda soviética intensísima, conocían al dedillo la casuística de la táctica revolucionaria comunista y, según sus patrones rusos, fielmente seguidos, determinaron que era llegado el momento de salvar la revolución por el terror. Decretaron, pues, el terror, y la primera medida a ponerse en práctica, según sus textos, era el fusilamiento de los rehenes tomados a la burguesía. Tengo la impresión de que así se dispuso, no sé si por una orden superior o por tácito acuerdo de los nuevos comités de cada pueblo. Del 12 al 13 de octubre, si los revolucionarios hubieran sido esos autómatas de la revolución que ellos creían ser, hubieran perecido en Asturias centenares de seres inocentes. Pero, felizmente para España, la calidad de español es todavía más fuerte que ese ciego doctrinarismo marxista que convierte a los hombres en autómatas. Cuando, según rezaba la tabla revolucionaria, los rehenes debían haber sido ejecutados, surgieron unos centenares de revolucionarios en los que fue más fuerte el sentido nacional de lo humano que el sometimiento a una táctica implacable, y se opusieron a que aquellos horrendos crímenes se perpetraran. Conozco detalladamente el curso de este episodio de la revolución en diez o doce pueblos. Los miembros del primer comité luchan con los del segundo comité para salvar la vida de los prisioneros. En todos lo consiguen, menos en uno, en Turón, donde la inhumana sentencia se cumple inexorablemente, y los rehenes —el director de la mina, unos capataces, unos religiosos y unos militares— son fusilados fríamente junto a las tapias del cementerio. He hablado largamente con el sepulturero de Turón.
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    «El día antes —me dice— me llamaron los del Comité y me ordenaron que cavase unas fosas y las tuviese abiertas. Uno es sepulturero y su obligación es cavar las fosas que le manden. Yo estuve cavándolas, como era mi deber y no quise meterme en más. De madrugada vinieron a buscarme a mi casa para que fuese al cementerio con las llaves, abriese y diese sepultura a unos cadáveres. Yo no podía negarme; me mandaban a hacer mi trabajo. Allí, junto a la tapia, estaban los muertos. Los cogí, los enterré y me fui a dormir. Esto es todo»."

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