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lunes, 10 de junio de 2019

LA SOCIEDAD SERBIA Y SUS DELINCUENTES DURANTE LA GUERRA DE BOSNIA. SLOBO, de Francisco Veiga

LA  SOCIEDAD SERBIA Y SUS DELINCUENTES  DURANTE LA GUERRA DE BOSNIA. SLOBO, de Francisco Veiga

    "Muchos no  tenían escrúpulos en pagar con cheques sin fondos que a los pocos días se cubrían con millones de dinares, ya nuevamente devaluados. Era habitual gastar enormes sumas en conferencias telefónicas, que cuando llegaba el recibo correspondiente se abonaban cínicamente con la nueva calderilla millonaria. Lo mismo se hizo con la factura de la energía eléctrica o con el gas. Quien más, quien menos, desvalijaba sin pudor las arcas de los servicios públicos, que en cierta manera devinieron gratuitos. O sobrevivían con negocios imaginativos. Alguno inventó el oficio de «colista»: aquel que se pasaba las noches guardando cola por cuenta de otro, a cambio de dinero. Por ejemplo, para conseguir un visado de viaje para Alemania, ante la embajada.

   Pero, por regla general, la gente trampeaba con negocios más serios, relacionados con el contrabando consentido. Miles de serbios viajaban con frecuencia a Estambul, a Sofía, a Budapest, y compraban todo tipo de bienes que no llegaban hasta Serbia por causa de las sanciones. La venta de esos productos les reportaba lo suficiente como para llegar a final de mes luchando contra la inflación; algunos incluso hacían bastante dinero. Y la sociedad estaba abastecida. Gracias a la floreciente producción agrícola y ganadera, comida no faltaba. La gasolina era más escasa, pero en pleno verano de 1993 el tráfico en Belgrado resultaba notablemente denso. Era el viejo milagro de la supervivencia yugoslava. Al fin y al cabo, tampoco se podía ahorrar, por lo tanto se gastaba hasta el último diñar sin pensar para nada en el mañana. Así fue como la ciudadanía creó por sí misma extensas redes de mercado negro que llevaron a la aparición de una verdadera economía paralela. En torno a los dealers y contrabandistas vivían familias enteras, que a su vez daban de comer a otros, subcontratados. Toda Serbia vivía el día a día de forma imaginativa pero irregular. Lógicamente, florecieron las mafias, mucho más peligrosas que los estraperlistas de ocasión. Además, ya existía una larga tradición. El contrabando entre el laberinto de islas de la costa adriática, los viajes a Italia de albaneses, macedonios o bosnios para pasar cargamentos enteros de café o blue-jeans en los trenes que venían de Trieste, eran viejas costumbres. Hubo mafiosos importantes incluso en tiempos de Tito. Se decía que en los momentos de aguda crisis económica, a finales de los ochenta, el régimen había tolerado y hasta favorecido el contrabando de productos más preciados y peligrosos en aguas del Adriático: cualquier cosa con tal de que entraran divisas en Yugoslavia. 

     Con el derrumbe del socialismo y de la federación se aflojó la autoridad y comenzó a prosperar la ley del más fuerte. En 1993 ya se habían quemado un par de generaciones de mafiosos jóvenes y la edad de las bandas iba descendiendo conforme morían sus hermanos mayores en ajustes de cuentas: en gimnasios, hoteles, restaurantes. Tuvo éxito un documental titulado: Nos vemos en las necrológicas producido por la cadena independiente B-92, dedicado a los pandilleros mafiosos, que gustaban de pasar horas cultivando sus músculos en el gimnasio y después se exhibían conduciendo automóviles deportivos de lujo, pelados al cero, tatuados y vistiendo caros chándals Gucci de fantasiosos estampados. Les encantaba posar dramáticamente en sus propias fotografías. Algunos llevaban todo su capital encima, bajo la forma de pesadas cadenas de oro, gruesas medallas y escapularios, todo superpuesto y colgando del cuello. Cuantas más cadenas y medallas, más poder. Era toda una estética que se complementaba con la música turbo folk, viejas melodías populares pasadas por el sintetizador, incluso con scratching, y cantadas por mujeres de bandera, como Dragana o Ceca, que se acabaría casando con Arkan. [128] El modelo de todos ellos, quién marcó estilo, fue Aleksandar Knezevic, alias Knele, que ya había sido liquidado en marzo de 1992 en su habitación del más lujoso hotel de Belgrado, cinco estrellas: el Hyatt. Una escultura a tamaño natural lo evoca para siempre en su tumba del cementerio principal de la ciudad. Lo inmortalizaron vestido de boxeador, en guardia, los puños apretados. Por cierto, que Knele participó en la gran manifestación del 9 de marzo de 1991.

    Obviamente, los mañosos pandilleros iban armados con automáticas de grueso calibre, pero las nuevas generaciones, verdaderos adolescentes, ya gustaban de exhibir pistolas ametralladoras Skorpion, legendarias armas checas de altísima cadencia de tiro. Y no eran nada selectivos en sus venganzas: para liquidar a un par de rivales, una banda «limpió» todo un restaurante a ráfagas de Skorpion. Debido al enorme tráfico que generaba la guerra de Bosnia, no faltaba nada en el arsenal. Otra leyenda del crimen belgradense, Goran Vukovic, sufrió un atentado contra su coche realizado con misiles antitanque. Y las nuevas generaciones eran rapaces, no compartían nada, no hacían tratos. Más que nunca, su lema eran las tres «p»: «Pistolj, Pajero, Plavusa»: la pistola, una conocida marca de vehículos 4 × 4 y una rubita. 

     La policía estaba desbordada, y cuando podía se los sacaba de encima, les facilitaba la emigración. En el extranjero hacían lo que les daba la gana, ejecutaban sus golpes y sólo regresaban a Serbia a gastar lo robado. A veces también recibían algún encargo, como la eliminación de un exiliado molesto. De todas formas, la Belgrado de 1993 no era un Chicago de película en los locos años veinte. El hábitat natural de los pandilleros era el suburbio de Novi Beograd u otros núcleos del extrarradio y el ambiente de Belgrado era, por regla general, más plácido que el de muchas ciudades occidentales. Además, ya se sabe: a los belgradenses, como a todos los capitalinos del mundo, no les gusta nada enseñar sus miserias. Para alternar, ver y dejarse ver, siempre hubo algunos dinares."

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